Anuncio de la Palabra de Dios, reconciliación y paz entre los pueblos.
102. Entre los múltiples ámbitos de compromiso, el Sínodo ha recomendado ardientemente la promoción de la reconciliación y la paz.
En el contexto actual, es necesario más que nunca redescubrir la Palabra de Dios como fuente de reconciliación y paz, porque en ella Dios reconcilia en sí todas las cosas (cf. 2 Co 5,18-20; Ef 1,10): Cristo «es nuestra paz» (Ef 2,14), que derriba los muros de división.
En el Sínodo, muchos testimonios han documentado los graves y sangrientos conflictos, así como las tensiones que hay en nuestro planeta.
A veces, dichas hostilidades parecen tener un aspecto de conflicto interreligioso.
Una vez más, deseo reiterar que la religión nunca puede justificar intolerancia o guerras.
No se puede utilizar la violencia en nombre de Dios.[334] Toda religión debería impulsar un uso correcto de la razón y promover valores éticos que edifican la convivencia civil.
Fieles a la obra de reconciliación consumada por Dios en Jesucristo, crucificado y resucitado, los católicos y todos los hombres de buena voluntad han de comprometerse a dar ejemplo de reconciliación para construir una sociedad justa y pacífica. [335]
Nunca olvidemos que «donde las palabras humanas son impotentes, porque prevalece el trágico estrépito de la violencia y de las armas, la fuerza profética de la Palabra de Dios actúa y nos repite que la paz es posible y que debemos ser instrumentos de reconciliación y de paz». [336]
La Palabra de Dios y la caridad efectiva 103.
El compromiso por la justicia, la reconciliación y la paz tiene su última raíz y su cumplimiento en el amor que Cristo nos ha revelado.
Al escuchar los testimonios aportados en el Sínodo, hemos prestado más atención a la relación que hay entre la escucha amorosa de la Palabra de Dios y el servicio desinteresado a los hermanos; todos los creyentes han de comprender «la necesidad de traducir en gestos de amor la Palabra escuchada, porque sólo así se vuelve creíble el anuncio del Evangelio, a pesar de las fragilidades humanas que marcan a las personas». [337]
Jesús pasó por este mundo haciendo el bien (cf. Hch 10,38).
Escuchando con disponibilidad la Palabra de Dios en la Iglesia, se despierta «la caridad y la justicia para todos, sobre todo para los pobres». [338]
Nunca se ha de olvidar que «el amor –caritas– siempre será necesario, incluso en la sociedad más justa... Quien intenta desentenderse del amor se dispone a desentenderse del hombre en cuanto hombre». [339]
Exhorto, por tanto, a todos los fieles a meditar con frecuencia el himno a la caridad escrito por el Apóstol Pablo, y a dejarse inspirar por él: «el amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no presume ni se engríe; no es mal educado, ni egoísta; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad.
Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca» (1 Co 13,4-8).
Por tanto, el amor al prójimo, enraizado en el amor de Dios, nos debe tener constantemente comprometidos, personalmente y como comunidad eclesial, local y universal.
Dice San Agustín: «La plenitud de la Ley y de todas las divinas Escrituras es el amor...
El que cree, pues, haber entendido las Escrituras, o alguna parte de ellas, y con esta comprensión no edifica este doble amor de Dios y del prójimo, aún no las entendió».[340]
Parte de la exhortación apostólica del Papa sobre "La Palabra de Dios en la vida y misión de la Iglesia", tratando el tema de la Reconciliación.
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