No efectuó estudios regulares ni universitarios, pero gracias a sus brillantes dotes naturales, llegó a ser soldado, periodista, poeta, legislador, taquígrafo, y sabiendo desempeñar cada una de estas tareas con destacada capacidad.
Por una enfermedad pulmonar, Hernández se vio con frecuencia obligado a interrumpir sus tareas escolares.
Sin embargo, su primer maestro, Pedro Sánchez, advirtió que el niño poseía dotes espirituales excepcionales y que era de generosos sentimientos, franco, decidido, inteligente y asombraba, sobre todo, por su prodigiosa memoria.
Este prodigio de su naturaleza, siendo ya hombre, causó asombro en los salones mundanos, donde fue sometido frecuentemente a las más duras pruebas de retentiva, a las que siempre supo afrontar con verdadera decisión y felicidad.
Se cita el caso de que se le dictase un centenar de palabras variadas, al acaso formando oraciones, y sin leerlas, las repetía, formando las más variadas combinaciones: normalmente, al revés, salteándolas de una en una, o de dos en dos, intercalando versos que improvisaba sobre pie dado, en fin, era un verdadero diablo de la memoria.
Pero su apego al estudio contribuyó a dañar su salud, y sus padres se vieron obligados a hacer un paréntesis a su vida escolar y mandarlo al campo, trasladándose con su padre, que recogía haciendas para los saladeros de Cambaceres y Panthou. En Camarones y en la Laguna de los Padres (próxima a Mar del Plata), se hizo gaucho y aprendió a jinetear; tomó parte en varios entreveros rechazando malones de los indios; asistió a volteadas y presenció los grandes trabajos que su padre efectuaba.
Recorrió los campos de Llavallol, Casares, Piñeyro, Alzaga, etc., estancias inmensas algunas de las cuales, como la de Felipe Vela en el Tandil, llegó a tener 64 leguas cuadradas.
Muy joven, a los 19 años, se encontró en enero de 1853, en la acción de San Gregorio, contra la gente del Sur que condujo, Pedro Rosas y Belgrano contra las tropas sitiadoras de Buenos Aires, acción en la que perdió la vida el coronel Faustino Velazco, que acompañó al general Paz en todas las campañas en que mandó en jefe.
En la acción del Tala; fue teniente del regimiento del coronel Sotelo, y en el año 1858, a causa de un duelo en el campamento y habiéndose hecho reformista, emigró a Entre Ríos donde se le nombró oficial segundo de la Contaduría Nacional de Paraná.
Tomó parte en la campaña contra Buenos Aires, al año siguiente, en clase de ayudante del batallón Palma, 1º de Línea, batiéndose en Cepeda, el 23 de octubre, acción en la cual se distinguió por su valor y resistencia infatigable en las tareas de todo el día y en la noche de aquella jornada memorable.
Fue sargento mayor después en la batalla de Pavón, el 17 de setiembre de 1861. Asistió a la acción de Cañada de Gómez.
Consecuente con la política de la Confederación, combatió después de 1860, como periodista, a Mitre y a Sarmiento. Fue taquígrafo del Senado Nacional en Paraná y secretario privado del general Pedernera, durante su presidencia interina.
Triunfante el Estado de Buenos Aires después de Pavón, Hernández se trasladó a Corrientes donde desempeñó los cargos de fiscal del Estado y después ministro del gobernador Evaristo López.
De regreso a Buenos Aires, en 1868, fundó “El Río de la Plata”, pero al ser asesinado el general Urquiza y levantarse en armas López Jordán contra el Gobierno Nacional, la imprenta fue clausurada por las autoridades de Buenos Aires.
Hernández corrió a abrazar la causa jordanista y vencido el caudillo en Ñaembé, Hernández se vio obligado a emigrar al Brasil por tierra. Vuelto al Plata, se radicó en Buenos Aires, hacia el año 1874, al terminar la presidencia Sarmiento.
En esta época tumultuosa, Hernández fue guerrero, revolucionario, periodista y orador popular.
Siempre fiel al partido federal, que luego fue nacionalista, redactó en diversos diarios y fundó otros, entre los que cabe mencionar “La Reforma Pacífica” y el ya citado “El Río de la Plata”, en los cuales, sin lugar a dudas, estampó sus mejores artículos.
Colaboró en “El Argentino” de Entre Ríos. “La Patria” que fundó con Soto en Montevideo, en la época de su ostracismo; y otros más.
De regreso al país después de que Sarmiento terminó su mandato presidencial, el infatigable Hernández intervino con toda decisión en los debates sobre la cesión de Buenos Aires para asiento de la Capital de la República, el clavo ardiente de aquellos días, actuando como miembro informante de la comisión y con tal motivo produjo un discurso que se califica como su mejor pieza oratoria.
Al estallar la revolución de junio de 1880, dirigida por Tejedor, Hernández abandonó sus quehaceres y se unió a Carlos Guido y Spano, en la lucha, para dirigir la Cruz Roja. Después, en la normalidad, fue miembro del Consejo Nacional de Educación, consejero del Monte de Piedad y del Banco Hipotecario Nacional, presidente de la comisión popular en la fundación de la capital de la provincia, e intervino en otros asuntos, como en la creación de la escuela de Santa Catalina, por ejemplo; en la exposición continental, etc.
Pero la obra que ha hecho a José Hernández inmortal es su famoso “Martín Fierro”, que empezó a escribir allá por el año 1870, y que aparentemente tenía listo para diciembre de 1872, según escribía en tal fecha a José Zoilo Miguens:
“Al fin me he decidido a que mi pobre “Martín Fierro”, que me ha ayudado en algunos momentos a alejar el fastidio de la vida del hotel, salga a conocer el mundo…”. La primera parte de esta obra admirable por su filosofía, la empezó a escribir Hernández, en el Hotel Argentino, ubicado entonces frente a la Casa de Gobierno, en Rivadavia y 25 de Mayo, en las noches de 1871, cuando la terrible fiebre amarilla hacía estragos en la capital porteña. Hernández que acababa de fundar su diario, se dirigía de la imprenta al hotel, en lugar de ir a su quinta, ubicada en una zona delimitada por las calles Cañitas (hoy Luis María Campos), Cabildo, Olleros y Esteco (hoy José Hernández), la cual tenía una extensión de 30 manzanas, en la cual hoy se levanta el Barrio de Belgrano.
Y allí escribía apresando en los versos a los personajes que arrancaba en vivo de la pampa.
En su quinta se inspiró para redactar tan admirable trabajo, cuya publicación estuvo a cargo de Casavalle y su aparición fue uno de los mayores éxitos literarios que se ha visto en el país.
Hernández publicó también la “Vida del Chaco”, “Instrucción del Estanciero” y la “Vuelta de Martín Fierro”, que han contribuido a realzar aún más el prestigio de este eminente ciudadano argentino.
José Hernández falleció en su quinta de Belgrano, el jueves 21 de octubre de 1886, atacado de una afección cardíaca y en aquella época desempeñaba las funciones legislativas de senador.
Hasta 5 minutos antes de expirar estuvo en posesión de todas sus facultades y terminó su vida hablando a su hermano Rafael, que le había acompañado en tantos sinsabores en su ruda existencia.
“Esto se acabó, hermano”, decíale; y expiró diciendo: ¡Buenos Aires! ¡Buenos Aires!.
José Hernández contrajo matrimonio en la catedral de Paraná, el 8 de junio de 1863, con Carolina González del Solar, porteña, de cuyo enlace nacieron seis mujeres y un varón.
Día de la Tradición
La tradición es el conjunto de costumbres, creencias y relatos de un pueblo, que se van transmitiendo de padres a hijos.
Cada generación recibe el legado de las que la anteceden y colabora aportando lo suyo para las futuras. Así es que la tradición de una nación constituye su cultura popular y se forja de las costumbres de cada región.
El conjunto de las tradiciones de un pueblo está integrado por festividades religiosas, ritos indígenas relacionados con las leyes de la naturaleza, supersticiones, cánticos, bailes, vestimentas, juegos, músicas, comidas…
El Día de la Tradición se celebra en conmemoración del natalicio del poeta José Hernández, autor del libro “Martín Fierro”, máximo exponente de la literatura argentina.
Patricios de Vuelta de Obligado
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