jueves, 15 de septiembre de 2011

LA HISTORIA DEL MILAGRO

Hace 319 años nació la devoción de los salteños.

El 13 de septiembre de 1692, es decir, hace 319 años, toda la gobernación del Tucumán tembló a media mañana.

Y, aunque los movimientos sísmicos fueron muy fuertes, en la provincia Salta no hubo muertes que lamentar, a pesar de los derrumbes.

El sismo fue de tal magnitud, que en la tierra se abrieron grandes grietas de donde salían borbotones de agua y barro.

Fue una experiencia terrible para la población, que temía que todo desapareciera a causa de la furia de la naturaleza.

Se calcula en la actualidad, que en la escala de Richter, la intensidad del terremoto alcanzó entre 7 y 8 grados, con larga duración, tanto en el evento mayor como en las réplicas que se sucedieron a lo largo de toda la jornada.

Desesperación

La primera reacción de los pobladores, desesperados por el fenómeno, fue la de dirigirse de inmediato a la iglesia Matriz, para orar y solicitar la piedad de Dios.

Cuando la gente entró al templo se pudo ver que desde el nicho del altar mayor, a unos tres metros de altura, aproximadamente, se había caído la imagen de la Virgen.

Pero que pese a los destrozos causados por el sismo estaba intacta, no había sufrido ni un rasguño.

De otro templo, también ubicado frente a la plaza principal de la ciudad, habían salido los padres de la Compañía de Jesús, escoltados por una gran cantidad de gente.

Los religiosos iban orando con un crucifijo y eran acompañados por muchos vecinos, en peregrinación.

A estos se le sumaron los fieles de la iglesia Matriz que habían salido rápidamente de ella por temor a un derrumbe del edificio, pues los sismos continuaban con gran violencia y persistencia.

Las procesiones

Por la tarde y en las primeras horas de la noche hubo varias procesiones.

Una se hizo por iniciativa de los curas mercedarios y otra de los jesuitas.

Mientras tanto, el vicario Pedro Caves y Abreu, acompañado por varias damas de la sociedad salteña, sacó de la Matriz la imagen de la Virgen para evitar su destrucción por los derrumbes.

La Virgen fue trasladada entonces a la casa del alcalde y allí, entre oraciones y penitencias, pasó la noche mientras los temblores continuaron con cierta intermitencia aterrorizando a los pobladores.

La historia cuenta que esa noche, la imagen de la Matriz fue bautizada como Virgen del Milagro.

Fue a partir de entonces que comenzó a ser venerada bajo este título, con el que se la conoce en la actualidad.

De Cristo a Señor del Milagro



El título “Del Milagro” para la imagen surgió después de los terremotos de 1692.

Al principio fue solo para la Virgen Inmaculada, que apareció a la vista de todos prodigiosa y llena de sugerencias.

Ese nombre se oficializó en las actas del Cabildo, labradas en octubre de 1692.

Pero para el Cristo Crucificado llegado de El Callao un siglo antes, no se le dio título alguno.

Monseñor Miguel Ángel Vergara contó que “la tradición fue un tanto tacaña para la emocionante imagen del Señor”.

Hasta 1760, nadie lo había llamado “Señor del Milagro”. La primera novena, de 1760, realizada por el cura salteño Francisco Javier Fernández, párroco de Humahuaca, es la prueba definitiva. En ese texto al Santo Cristo no se le llama “Señor del Milagro” sino “Dios Crucificado” En 1760, Fernández presentó la novena al obispo Miguel de Argandoña, en una visita que hizo en Salta.

El prelado se la pasó al padre jesuita Ignacio Leiva, quien aprobó el texto diciendo: “Ha sido compuesto con notorio celo y devoción”. Nada dijo el jesuita sobre el nombre asignado al Santo Cristo.

De esto se deduce que el título “del Milagro” llegó después.

La historia del Santo Cristo y la Virgen del Rosario


En junio de 1592, las imágenes del Santo Cristo y de la Virgen del Rosario arribaron al puerto de El Callao.

Nunca se supo la suerte del barco que los transportaba, pues los cajones que guardaban las imágenes aparecieron flotando.

El día de la fundación de Salta, 16 de abril de 1582, el obispo del Tucumán, Fray Francisco de Victoria, presente en la ceremonia, prometió obsequiarle a la ciudad de Lerma la imagen de un santo Cristo.

Una década después, en junio de 1592, las imágenes del Santo Cristo y de la Virgen del Rosario arribaron al puerto de El Callao.

Nunca se supo la suerte que corrió el barco que las transportaba, pues los cajones que guardaban las imágenes aparecieron misteriosamente flotando cerca del puerto.

Días antes de ser encontrados, en El Callao empezaron a sentirse temblores. Al principio, como la gente estaba bastante acostumbrada a los sismos no les dieron mayor importancia.

Pero cuando comenzaron a sucederse uno tras otro, una multitud, por miedo a los derrumbes, abandonó la ciudad y se fue a la orilla del mar por considerarlo un sitio espacioso y más seguro.

Mientras, en la ciudad, las casas caían destruidas por causa de los temblores.

Pasaron un día y una noche cerca del mar hasta que al amanecer de la segunda jornada, cuando la niebla se disipó y el sol iluminó el paisaje, los ojos expertos de los marinos alcanzaron a detectaron en el horizonte del mar, en dirección sudoeste, dos objetos que marchaban serenos y tranquilos, como si un hábil piloto los dirigiera hacia el puerto. Y como la novedad corrió rápidamente de boca en boca, pronto una multitud se agolpó en la playa para tratar de ver los objetos flotantes.

Allí permaneció la multitud, hasta que un marino con un catalejo dijo que se trataba de dos enormes cajones.

Los llevaba la corriente, siguiendo el curso natural del agua y se aproximaban cada vez más a las orillas de El Callao.

Cuando los cajones estuvieron a poca distancia, el gobernador del lugar mandó varios botes para que los remolcaran hasta el muelle.

Finalmente, cuando llegaron a tierra, el gentío se arremolinó a su alrededor tratando de conocer su contenido.

Todos querían saber qué guardaban esos enormes bultos.

Cuando por fin se pudo ver bien, las cajas tenían rótulos grabados a fuego.

Uno decía: “Un señor Crucificado para la iglesia matriz de la ciudad de Salta, Provincial del Tucumán, remitido por Fray Francisco Victoria, obispo del Tucumán”

El otro, en tanto, rezaba: “Una Señora del Rosario para el Convento de Predicadores de la ciudad de Córdoba, Provincia del Tucumán. Remitido por Fray Francisco de Victoria, obispo del Tucumán”.

Un impresionante cortejo acompañó a las imágenes hasta Lima


Pese a que el sol en aquel día en que se abrieron los cajones que contenían las sagradas imágenes se aproximaba a visitar el trópico de Cáncer y por lo tanto debió sentirse todo el rigor del invierno, jamás se vio en la misma época una atmósfera más limpia y serena.

El sol irradiaba su luz de oro sobre aquella inmensa costa. Favorecida por aquel hermoso día, la población de El Callao se dispuso a acompañar a las efigies en su corta marcha a la ciudad de Lima, y que solo esperaba la salida del virrey para seguirle y aumentar el cortejo, que debía solemnizar aquella nueva procesión.

Al fin salió el virrey con toda su comitiva, a la que seguía una inmensa masa de pueblo y lo más notable de la población de El Callao. Las imágenes iban a la cabeza de aquel numeroso cortejo, y en los casi 10 kilómetros que hay del Callao a Lima, se aumentaron los acompañantes, porque, difundida la noticia de aquel suceso extraordinario, vecinos de toda la región llegaron para formar parte de aquella muestra de adoración que se le tributaba al Hijo de María.

La noche había entrado cuando el cortejo llegó a Lima, donde otra inmensa masa de gente aguardaba al Señor y a su Madre Santísima, a la orilla de la muralla en la zona conocida como Portada del Callao.

Desde allí, todo el acompañamiento siguió a las imágenes y al virrey hasta la Catedral, que fue abierta e iluminada en el momento que se anunció su llegada.

La recepción en la Catedral de Lima fue celebrada con cánticos sagrados que ejecutaba un coro.

En el soberbio edificio levantado por orden de Pizarro, se guardaron aquella noche las dos imágenes que allí quedaron depositadas.

Un largo camino desde El Callao hasta Potosí


Luego de que las sagradas imágenes, posteriormente bautizadas con el nombre del Señor y la Virgen del Milagro, fuesen objeto de una solemne fiesta que contó con la asistencia de las corporaciones eclesiásticas y del virrey, comenzaron los preparativos para trasladarlas a sus respectivos destinos.

Cabe recordar que permanecieron en la ciudad de Lima hasta el 28 de junio, día que salieron rumbo a Potosí.

Medio de transporte

Como los medios de transporte en aquella época eran muy pesados, tardaron muchos días en llegar a Potosí.

Allí, a imitación de lo que sucedió oportunamente en El Callao y Lima, las imágenes fueron recibidas y adoradas por una multitud de fieles católicos.

La población de Potosí, que por aquel entonces era rica y poderosa por la abundancia de producción de sus minas de plata, quiso también en esto ostentar sus riquezas y poder.

Aceptó entonces con agrado la orden del virrey de Lima, para que los más ricos propietarios condujeran las imágenes hasta la ciudad de Salta, cuya orden fue cumplida con la más escrupulosa exactitud, sobre todo con la finalidad de agradar a las máximas autoridades de la época.

Prosperidad, guerra y desaparición de Esteco


Don Francisco de Aguirre, designado en 1552 lugarteniente de don Pedro de Valdivia, fundó en junio de 1553 la ciudad de Santiago del Estero.

Dependía de la Capitanía General de Chile, pero por Cédula Real del 29 de agosto de 1563, esta ciudad pasó a integrar la nueva provincia del Tucumán.

Fue designado gobernador de la nueva jurisdicción, don Francisco Aguirre.

Este encomendó luego a su sobrino, Diego de Villarroel, la fundación de San Miguel de Tucumán, hecho que concretó el 31 de mayo de 1565.

Aguirre prosiguió luego hacia el Sur, rumbo al país de los indios comechingones, en procura de nuevas conquistas, pero un grupo de sediciosos que querían descubrir la “Ciudad de los Cesares”, lo tomaron prisionero y los remitieron a Charcas -acusado de hereje-, para ser juzgado por don Pedro Ramírez de Quiñones, enemigo de Aguirre.

Los rebeldes salieron de Santiago del Estero en dirección al Norte, costeando el río Salado o Juramento, y al llegar a una región habitada por los indios estecos decidieron establecer una población con los expedicionarios que se habían negado proseguir camino hacia el Alto Perú, por temor a ser juzgados ellos también. Este pueblo fue llamado Esteco.

Don Diego de Pacheco, sucesor de Aguirre, resolvió legalizar aquella fundación y con fecha del 15 de agosto de 1567, la designó Nuestra Señora de Talavera de Esteco.

En la actualidad subsiste un pueblito llamado Talavera, que se encuentra ubicado en el mismo sitio de aquella, en el actual departamento de Anta.

Madrid de las Juntas

Don Juan Ramírez de Velazco, que remplazó a don Hernando de Lerma en el gobierno del Tucumán, erigió otro pueblo sobre la ruta del Alto Perú a Tucumán.

En 1592 estableció una nueva población en la confluencia del río Pasaje y el río de Las Piedras.

La bautizó Madrid de las Juntas, al naciente del río de Las Piedras, Metán. Descontentos los pobladores de Talavera de Esteco y Madrid de las Juntas por la falta de protección ante los ataques indígenas, se quejaron ante la Audiencia de Charcas, la que facultó a don Alonso de Rivera para reunir ambos poblados en uno solo.

Esto se concretó en 1609. Los colonos de ambos villorios fueron trasladados a un nuevo paraje, ubicado sobre la margen del río Pasaje, emplazando allí una nueva población a la que se llamó Talavera de Madrid.

Pero los pobladores de la nueva villa por costumbre, siguieron llamándola simplemente Esteco.

El Pacto de Fidelidad


El 18 de octubre de 1844, a las 22, la ciudad de Salta vivió escenas de pánico y dolor por un fuerte movimiento sísmico.

Fue de tal magnitud que cayeron varias casas.

Los pobladores salieron de sus viviendas e imploraron misericordia de Dios.

Recordaron entre lágrimas cómo las sagradas imágenes del Señor y la Virgen del Milagro habían salvado Salta cuando se habían producido los temblores de 1692.

Los habitantes se concentraron en la plaza principal y acudieron presurosos a la Catedral, donde invocaron el auxilio divino y pidieron la protección al Señor y la Virgen del Milagro.

Al día siguiente, el 19 a la noche, se realizó una procesión de penitencia que salió desde la iglesia de San Bernardo y se dirigió hasta el templo mayor.

Fueron numerosas las personas que, en actitud de penitentes, avanzaron de rodillas.

Durante varios días se repitieron los temblores con gran intensidad. Tanto es así que salía agua de las grietas que se abrían en el suelo.

Se multiplicaron los actos de penitencia, dolor y arrepentimiento. El pueblo elevó súplicas y oraciones.

Siempre con la fe y esperanza depositada en el Señor y la Virgen del Milagro.

Luego vinieron días de calma, pero el 26 de octubre, un nuevo movimiento sacudió otra vez la ciudad, siendo el último el que se sintió.

Fue a las cuatro de la madrugada del día 27.

El pueblo de Salta pidió misericordia a Dios con la misma fe y devoción que lo habían hecho sus antepasados.

Y dieron las gracias a los patronos protectores que habían salvado nuevamente a la ciudad, en la cual, pese a los varios e intensos sacudimientos de la tierra, no hubo desgracias personales.

Al año siguiente, las autoridades civiles y eclesiásticas ordenaron públicas acciones de gracias.

El vicario capitular, de común acuerdo con el Gobierno de la provincia, reconoció la “visible y portentosa misericordia del Señor del Milagro y de Nuestra Señora la Virgen del Milagro, salvando, como en 1692, sin lesión alguna, a todos de las ruinas de los edificios”.

“Preparando así el ambiente -relata monseñor Miguel Ángel Vergara en su "Compendio de la Historia del Milagro de Salta'- de los gobernadores y del pueblo, el sacerdote doctor Cayetano González, en un emocionante discurso pronunciado en la noche del 18 de octubre de 1845, estableció el pacto de alianza entre el Señor y el pueblo de Salta”.


Las coronas de flores, desde 1890




Esta es la nota original actualizada de Eduardo Zavalía, autor de las coronas de flores, a más de un lustro de su muerte.



Las coronas de flores que cada 15 de septiembre engalanan las sagradas imágenes del Señor y la Virgen del Milagro obedecen a una antigua tradición familiar, que arranca desde, aproximadamente, el año 1890.



Fue cuando doña Florencia González Sarberry de Ovejero Zerda, esposa de don Sixto Ovejero Zerda, fundador del ingenio Ledesma en la provincia de Jujuy y gobernador de Salta cuando la invasión de las montoneras al mando de Felipe Varela, dispuso elaborar esas ofrendas en su casa de Florida 62.



Ese edificio fue, hasta hace poco, sede de la Municipalidad capitalina, empleando flores que hacía traer de su quinta La Noria, parte de cuya sala se conserva hasta hoy en Pueyrredón al 500, vereda oeste.



A la muerte de doña Florencia, ocurrida en marzo de 1920, la responsabilidad de esta tarea se dividió entre sus hijas doña Adelaida Ovejero González de Tamayo, quien se hizo cargo de la del Señor, y doña Electa Ovejero González de Figueroa Ovejero, de la de la Virgen.



La señora de Tamayo falleció en noviembre de 1949, sustituyéndola su hija doña Graciela Tamayo Ovejero de Mendióroz, quien murió hace más de una década, quedando a cargo desde entonces su hija doña Cecilia Mendióroz Tamayo de Durand Cornejo, elaborándose la corona del Señor en el domicilio de esta última, situado en Buenos Aires 181.



La corona



La señora de Figueroa Ovejero falleció en julio de 1924, quedando a cargo de la corona de la Virgen, su hija mayor, doña María Luisa Figueroa Ovejero de López, la que al fijar su residencia en Buenos Aires fue reemplazada por una de sus hijas, doña Alicia López Figueroa de Alderete, la que cedió la responsabilidad a su tía y segunda hija de doña Electa, doña Elvira Figueroa Ovejero de Zavalía Esteves.



Esta última, al fallecer en junio de 1991 dejó a cargo a su sobrina doña María Hortencia Figueroa García, la que a su vez fue sustituida dos años más tarde por una de las nietas de doña María Luisa, doña Martha Alicia Alderete López de Puló García, quien dirigió la tarea en casa de una de sus hijas, doña Mariana Puló Alderete de Goytia Etchevehere, en barrio Tres Cerritos.



Respondiendo al pedido de un descendiente de doña Florencia González Sarberry de Ovejero Zerda, se agradece por la valiosa colaboración que en la confección de las coronas prestaron siempre la señora Elisa Salguero de Ebber (ya fallecida), sus hijas Josefina y Hermia y sus nietas, quienes dieron el toque final a las artísticas ofrendas.

sábado, 3 de septiembre de 2011

MANUEL J. CASTILLA

Manuel J. Castilla nació en la casa ferroviaria de la Estación de Cerrillos (Salta), el día 14 de agosto de 1918.


Realizó estudios primarios en la Escuela Zorrilla para luego estudiar el secundario en el Colegio Nacional de su provincia natal.


Se dedicó al periodismo y las letras.


Es uno de los escritores fundadores del grupo "La Carpa".


Además de sus colaboraciones en diarios y revistas nacionales, publicó los siguientes poemarios:



Agua de lluvia (1941), Luna Muerta (1944), La niebla y el árbol (1946), Copajira (1949,1964, 1974), La tierra de uno (1951, 1964), Norte adentro (1954), El cielo lejos (1959), Bajo las lentas nubes (1963), Amantes bajo la lluvia (1963), Posesión entre pájaros (1966), Andenes al ocaso (1967), Tres veranos (1970), El verde vuelve (1970) y Cantos del gozante (1972), Triste de la lluvia (1977), Cuatro Carnavales (1979). También publicó un texto en prosa: De solo estar (dos ediciones en 1957) y el libro Coplas de Salta (1972, con prólogo y recopilación de Castilla).



En 1957 obtuvo el Premio Regional de Poesía del Norte (trienio 1954-56, Dirección General de Cultura de la Nación), por su libro Norte adentro fue galardonado con el Premio "Juan Carlos Dávalos" para obras de imaginación en la producción literaria (trienio 1958-60, Gobierno de Salta) por el poemario El cielo lejos, y con el Premio del Fondo Nacional de las Artes (Mendoza, Trienio 1962-64) por su libro Bajo las lentas nubes.


En 1967 recibió el Tercer Premio Nacional de Poesía por su obra Posesión entre pájaros.


Entre otras de sus más importantes distinciones se incluyen el Gran Premio de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores (1973), el Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación (trienio 1970-72) y el Primer Premio Nacional de Poesía del Ministerio de Educación y Cultura de la Nación (trienio 1973-75).


Falleció en Salta, el 19 de julio 1980 por razones de diabetes.


En la escritura de Manuel J. Castilla convergen narración, poesía y mito.


En el libro De sólo estar, la estructura prosaica y la intensidad lírica condensan la presencia de los mitos del tiempo y del carnaval.


La línea de conciencia social trazada por Castilla en su producción lírica y narrativa es fundante en la literatura del NOA y posteriormente otros escritores retomarán esa problemática, como Héctor Tizón, Daniel Moyano, Francisco Zamora o Carlos Hugo Aparicio.


EL GOZANTE


Me dejo estar sobre la tierra porque soy el gozante.


El que bajo las nubes se queda silencioso.


Pienso: si alguno me tocara las manosse iría enloquecido de eternidad,húmedo de astros lilas, relucientes.


Estoy solo de espaldas transformándome.


En este mismo instante un saurio me envejece y soy leña y miro por los ojos de las alas de las mariposas un ocaso vinoso y transparente.


En mis ojos cobijo todo el ramaje vivo del quebracho.


De mi nacen los gérmenes de todas las semillas y los riego con rocío.


Sé que en este momento, dentro de mí,nace el viento como un enardecido río de uñas y de agua.


Dentro del monte yazgo preñado de quietudes furiosas.


A veces un lapacho me corona con flores blancasy me bebo esa leche como si fuera el niño más viejode la tierra.


De cara al infinitosiento que pone huevos sobre mi pecho el tiempo.


Si se me antoja, digo, si esperase un momento,puedo dejar que encima de mis inglesamamante la luna sus colmillos pequeños.


Zorros la cola como cortaderas,gualacates rocosos,corzuelas con sus ángeles temblando a su costado,garzas meditabundas yararás despielándose, acatancas rodando la bosta de su mundo,todo eso está en mis ojos que ven mi propia triste nada y mi alegría.


Después, si ya estoy muerto,échenme arena y agua.


Así regreso



LA POMEÑA


Eulogia Tapia en La Poma


al aire da su ternura


si pasa sobre la arena


y va pisando la luna.



El trigo que va cortando


madura por su cintura.


mirando flores de alfalfa


sus ojos negros se azulan.


El sauce de tu casa


está llorando


porque te roban, Eulogia


carnavaleando.


La cara se le enharina,


la sombra se le enarena


Cantando y desencantando


se le entreveran las penas.


Viene en un caballo blanco


la caja en su mano tiembla


y cuando se hunde en la noche


en una dalia morena.


LETRA: Manuel J. Castilla


MÚSICA: Gustavo (Chuchi) Leguizamón


El otro perfil del "Barba" Castilla


“Es el poeta que menos murió al morir”


Mucho me costó hilvanar las palabras para tributar mi homenaje al “Barba” Castilla,


¡Oh…, sorpresa!, anotado en el Registro Civil, al igual que su acta bautismal como “Manuel José Castilla”, en el veintitrés aniversario de su desaparición física.


Así como me produjo algunos inconvenientes para esbozar los pensamientos para volcarlos al papel


-en este caso que me brotaban del corazón-, algo parecido se me presentó con respecto al título que debía aplicar a esta nota.



Recordé, tras mucho divagar, de una frase del célebre poeta, novelista y ensayista francés Guillaume Apollinaire, el seudónimo de Wilhelm Apollinaire de Kostrowitsky (1880-1918).


“Es el poeta que menos murió al morir”


A este grande de las letras argentinas lo conocí desde que me vestían con pantalones cortos en el desaparecido diario “El Intransigente”, donde mi padre ocupaba la subdirección desde los veintidós años, secundándolo a David Michel Torino.


Fui creciendo y siempre admirando a este ejemplar que interrumpía su teclear en la negra “Rémington” para acariciarse su barba y levantarse los cabellos que se le caían sobre la frente.


Veintitrés años han pasado y su obra se mantiene fresca y vigente.


La voz del poeta que se silenció el l9 de julio de 1980 es oída casi con la misma intensidad con que recitaba sus versos con sus compañeros de la redacción del diario, en las trasnochadas reuniones con los vates junto a Juan Carlos Dávalos, o en las carpas de su Cerrillo natal.


El “Barba” hacía bizarría de su ingenio.


Por los avatares políticos en cierta oportunidad el gobierno, a los efectos de silenciar la constante oposición que le hacía la publicación, dispuso el traslado de todos los periodistas y gráficos para prestar declaración ante el Congreso de la Nación al sentirse un legislador “tocado” por un artículo del diario.


La censura no tuvo efecto a raíz que se contrataron linotipistas y armadores de otras provincias y el material periodístico era escrito por estudiantes, amigos y distinguidos profesionales.


Aquí aparece la chispa de Manuel.


Parodiando a una canción de moda escribió lo siguiente:


“Adiós muchachos ya me voy para Devoto…


frente a la cana, me silva el coto”.


Años después fue clausurado “El Intransigente” y cambió el bullicio de las rotativas para dedicarse a vender choclos y zapallos frente a la plaza “9 de Julio”y a escasos metros del Cabildo Histórico, sitio que era rodeado por prestigiosos escritores del momento y de sus hijos que heredaron su veta literaria..


En 1956, “El Intransigente” vuelve a vocearse por las calles de Salta y el destino me lleva a ser compañero del Barba Castilla, junto a Raúl Aráoz Anzoátegui; Aristóbulo Wayar, Ervar Gallo Mendoza, Miguel Ángel Pérez, Walter Adet, Jacobo Regen, Víctor Abán., Benjamín Toro y Luis Andolfi.


Por mi juventud era mimado por el poeta, autor de numerosas obras que lo hicieron acreedor de importantes premios.


Entre los libros editados se puede mencionar, entre otros: “Agua de lluvia”, “La niebla y el árbol”, Copajira”, “La tierra de uno”, “Norte adentro”, “El cielo lejos”, “Bajo las lentas nubes”, “Cantos del gozante” y “Tres veranos”.


Al mediodía con un “vamos changuito” partíamos a comer picante de panza con algunos compañeros de la mesa de redacción al boliche de “Balderrama”, siendo los únicos privilegiados entre los parroquianos -en su mayoría obreros y aurigas de coches de plaza-, de comer con improvisados manteles productos de tiras de papel que extraíamos de las bobinas de nuestra fuente de trabajo.


Interpreto, con toda modestia, que expuse otra faceta de Manuel J. Castilla, propietario de una particular singladura literaria y muy poca conocida.


Andrés Mendieta


EL UNIVERSO DE MANUEL J. CASTILLA


Son tan vigentes la vida y la obra de Manuel J. Castilla que, estoy seguro, a nadie le parece que ya hacen veinte años de la muerte de la primera, pues, la segunda está naciendo todavía.


Tanto que ambas, la vida y la obra, siguen siendo fuentes de estudios investigativos, de conclusiones diferentes y de infalibilidad equivocadas.


Quien más, quien menos, ha hecho su mundo propio del mudo literario o vital de Manuel José Castilla.


Y todos son válidos, porque la cotidianeidad y el texto poético del hombre y del autor literario son tantos como interlocutores tengan sus días y de sus versos.


Permítaseme, entonces, entre tantas experiencias que el hombre y el poeta de “Andenes al ocaso” tuvo con amigos, con la gente y hasta con personajes extraños, que yo intente la confidencia de mi propia experiencia con Manuel J. Castilla y su relación con nombres y cosas que identifican y determinan el protagonismo de distintas generaciones en una misma época.


Acaso porque es inevitable decir su nombre sin que, simultáneamente, nuestra memoria no convoque también a otros nombres relacionados con hechos concretos del movimiento cultural de Salta y la Argentina.


Es que Manuel J. Castilla, como muy pocos fue un aliento receptivo e impulsor de vocaciones y proyectos, pronto a crear las posibilidades del universo creativo de las acciones edificantes del ideario artístico y social proyectado a mejorar el espacio y el tiempo externo e interno de SaltaMás allá de los ensayos que se ocuparon de analizar los más recónditos motivos lingüísticos y antropológicos de su poesía, de los “ismos” y las ecuaciones semánticas y dialécticas, la conciencia popular aún no tiene conocimiento de lo que el hombre, el poeta hacía pensando en la dignificación de su pueblo, no sólo a través de la literatura y de su cancionística, sino alegre y preocupadamente hundido en la diaria necesidad ontológica de las personas.


Cualquier hecho intrascendete le significaba a Manuel Castilla la imprescindible oportunidad pedagógica para aplicar su didáctica en pro de aprender, o enseñar a la gente.


La conversación con un carnicero podría convertirse de pronto en un compendio fundamental e instructivo para no equivocarnos en el corte, el tiempo de cocción y la textura del punto exacto de los más exquisitos platos con carne vacuna y, a la vez, saber la geografía productiva de la ganadería del mundo y su referencia a los climas de Salta según la tonada y el número de versos de esa o aquella copla perteneciente a tal o cual región de la provincia.


Claro, ningún académico o intelectual puede ocuparse de esta supuesta siempre menor de Manuel Castilla, como también es cierto que la mayoría de los académicos e intelectuales no poseen la virtud de relacionar el común de los días de un poeta con la higienización de la sociedad, como lo quería Octavio Paz, por intermedio de su constante creativa, ya que el verdadero artista jamás abandona su proceso creador.


Es evidente que a todo esto, Castilla lo sabía. Su poder de observación no cesaba.


Un apellido, un oficio, la manera de caminar de un desconocido le indicaba un origen, la costumbre de alguna región y, siempre, su memoria escarbando la historia o los modos de la tradición.


De la tradición del hombre, quiere decir, que al fin y al cabo es el que hace, soporta y cambia todas las tradiciones.


Era imposible que un lustrabotas no saliese con unas monedas de más en el bolsillo y algún texto en sus oídos referente a su trabajo o al sueño inalcanzable que el propio lustrín le confiaba, o que al otro día se hallara con el cuerpo de la promesa hecha, ya fuese un libro, un par de medias o el pasaje para ir a ver a su madre a Morillo; hasta los gatos de Cacho Aramayo lo saben.


Alguna vez dije que la anécdota es una caricatura de la vida, sigo sosteniendo lo mismo, porque en Manuel Castilla las anécdotas son las que le inventaron quienes quisieron encontrarle solemnidad, complejidades psicofilosóficas o encasillamientos sociológicos; en realidad, Manuel Castilla era así, vivió aplicando su conocimiento, trabajando siempre en su raíz intuitiva sin explicar sus frutos.


Porque sabía que lo simple viene de lo práctico, Castilla prefirió la sencillez de la sabiduría.


Por eso siempre abrió las puertas de su casa, nos prestó su biblioteca y hasta arriesgó sus propios poemas a nuestras correcciones.


Para eso tuvimos que ser sobrevivientes de su crítica, de su razón tan bien intencionada que no pocos le debemos el nombre en letras de molde o la vigencia de algún cuarto de página.


Castilla fue aliento y desafío ante el emprendimiento infinito que significa el intento de cualquier obra artística, pero también doloroso rigor ante los balbuceos del alma


Jamás dejó de conversar la poesía, de sugerirnos la poética de la vida y de prevenirnos el riesgo de soportarlo todo, incluso el desprecio de nuestros propios seres queridos.


Y así supimos compartir su mesa y, por supuesto, la honra de su trabajo en la comida.


Lo mismo que su trascendencia y la magnitud de su obra, hasta sus recopilaciones de coplas populares ya no le pertenecen.


Cantó al hombre y a la esencialidad latinoamericana, a la soledad y a las adversidades e injusticias propias y ajenas.


Con su ser, de naturaleza a naturaleza fue tatuando su sentido de muerte, la médula de su estética.


Sin embargo, todo artista permanece en su origen


Acaso por lo mismo, Manuel Castilla siempre creyó que en cada persona existe un original que es necesario educar y desarrollar para alegrar y hacer menos dramática la existencia de la especie humana.

Hugo Roberto Ovalle-El Tribuno 21-07-2000

domingo, 28 de agosto de 2011

JUAN CARLOS DAVALOS




Juan Carlos Dávalos nació en Salta, el 11 de enero de 1887.

A los dieciséis años, junto con David Michel Torino, fundó el periódico "Sancho Panza".

Más tarde, se desempeñó como profesor de Literatura y otras asignaturas en el Colegio Nacional de Salta, en el que llegó a ser Vice Rector.

Fue Director del Archivo General de la Provincia y Director de la Biblioteca Provincial "Dr. Victorino de la Plaza".

Falleció en Salta, el 6 de noviembre de 1959.




En el año de 1921, en el campo de la cultura, acaecieron sucesos que quedarían grabados en la memoria colectiva de los salteños, como la conferencia memorable que pronunciara el poeta Juan Carlos Dávalos en la sede del Jockey Club de Buenos Aires, estimulada entre otros por el propio Dr. Castellanos, poeta y escritor, quien a sus 60 años mantenía su siempre vivo interés por el mundo de las letras.



Desde su regreso a Salta, el primer mandatario y el joven Dávalos entablaron una cordial amistad e intercambio de ideas sobre temas que les eran comunes, y es así que en su carácter de gobernador de la provincia Castellanos le remitió al conferencista un efusivo telegrama de salutación en nombre del gobierno a su cargo; manifestándole el orgullo y complacencia de todos sus comprovincianos por su atrayente y amena disertación.



Pese a que Dávalos, ya era conocido por la difusión de varios de sus libros en Buenos Aires, al decir de sus biógrafos, con esta conferencia irrumpíó en el ámbito literatura a nivel nacional, tenía en aquella época 34 años de edad.





Fedrico Castellanos Uriburu, Dr. Joaquín Castellanos, Ricardo Güiraldes, Juan Carlos Dávalos y Alberto Mendioroz



La extensa producción de Juan Carlos Dávalos recorre la prosa, la poesía y el teatro.



Publicó los siguientes poemarios: De mi vida y de mi tierra (Salta, 1914), Cantos agrestes (Salta, 1917), Cantos de la montaña (Buenos Aires, 1921), Otoño (Buenos Aires, 1935), Salta, su alma y sus paisajes (Buenos Aires, 1947), Últimos versos (Salta, 1961).



Sus textos narrativos publicados son: Salta (Buenos Aires, 1918), El viento Blanco (Buenos Aires, 1922), Airampo (Buenos Aires-Córdoba, 1925), Los buscadores de oro (Buenos Aires, 1928), Los gauchos (Buenos Aires, 1928), Los casos del zorro (Buenos Aires- Córdoba, 1925), Relatos lugareños (Buenos Aires, 1930), Los valles de Cachi y Molinos (Buenos Aires, 1937), Estampas lugareñas (Tucumán, 1941), La Venus de los barriales (Tucumán, 1941), Cuentos y relatos del norte argentino (Buenos Aires, 1946), El sarcófago verde y otros cuentos (Salta, 1976).



También dio a conocer textos dramáticos, como Don Juan de Viniegra Herze (Salta, 1917), Águila renga, comedia política (Buenos Aires, 1928, escrita junto a Guillermo Bianchi), La tierra en armas (Buenos Aires, 1935, escrita junto a Ramón Serrano).



Su extensa édita ha sido descripta por Iris Rossi en un completo estudio bibliográfico publicado en 1966 por el Fondo Nacional de las Artes.





En el año 1997, el Senado de la Nación editó, en tres tomos, las Obras Completas de Juan Carlos Dávalos.



La tarea de promover una cultura propia de la región del noroeste emprendida por Juan Carlos Dávalos genera un campo literario que muestra ciertas constantes y que, en las primeras décadas del siglo XX, comienza a reconocerse bajo la designación de "regionalista".



La región que se dibuja en la prosa de Dávalos se circunscribe principalmente a los valles calchaquíes.



Los personajes de este ámbito, que se encarnan en hombres, animales y paisajes, vehiculizan la voluntad de rescate de un extenso material léxico y de las raíces precolombinas.



Dávalos también enfoca -sobre todo en Los Gauchos- la región selvática conocida como "La Frontera".



Así, en la producción davaliana se proyecta una imagen de contactos interegionales que se extiende hacia un espacio andino-chaqueño.





Sepelio de Dn. Juan Carlos Dávalos



Un caballero andante de las letras



Yace aquí el Hidalgo fuerte que a tanto extremo llegó de valiente, que se advierte que la muerte no triunfó que su vida con su muerte, tuvo a todo el mundo en poco; fue el espantajo y el coco del mundo, que tal coyuntura, que acreditó su ventura morir cuerdo y vivir loco".



Estos letras encontradas entre amarillentos papeles olvidados en un rincón de mis archivos reproducen una obra de varios siglos atrás, pareciera que su autor, en aquel tiempo, escribió para un grande a quien en esta edición recordamos.



Este "Hidalgo fuerte", fue tan fuerte que ni la muerte pudo matarlo aquel 6 de noviembre de 1959.



Esa misma muerte que aún llora por su fracaso porque él está aquí y vive entre nosotros.



Este personaje que pasó a ser el alma de Salta se llama Juan Carlos Dávalos, "Don Sanca".



Mucho se ha escrito sobre su labor literaria; de sus anédoctas y de sus expresiones líricas que dejó para la crítica en prestigiosos cenáculos del país como del extranjero.





Quien es quien



Nada mejor en esta recordación del maestro de generaciones de intelectuales que la trascripción de una carta que "Don Sanca" -como afectuosamente lo llamábamos- le enviara desde Cachi a Juan José de Soiza Reilly -cuyos antecedentes no encontré- la que fuera publicada en la desaparecida revista porteña "Caras y Caretas, en su edición Nº 1.826, del 30 de setiembre de 1933.



La epístola aparece fechada en Cachi, el 6 de setiembre de 1933.



Hurgado papeles en mis tareas de"buceador" de la historia o, como se dice, "rata de bibliotecas" me sorprende algunos datos que, por la sensatez del autor, llego a interpretar algunos deslices sobre los personajes de su memorias familiares.



Ruego mil dispensas a los lectores por haber invadido con las "notas" que plasmo al pie del presente artículo.



El escrito comienza diciendo:



"Mi querido amigo: creo necesario puntualizar algunos datos del reportaje.



En primer lugar, mi "charqui" genealógico: por línea materna vengo de patriotas y por la paterna de realistas.



He aquí como:



Don Gervasio de Isasmendi el último gobernador realista de Salta, casó con su sobrina doña Jacoba de Gorostiaga.



De este matrimonio nace doña Ascensión Isasmendi.



Esta se casó con el doctor José Benjamín Dávalos, graduado en Charcas y que murió en 1886, siendo gobernador de Salta. Hijo del doctor Benjamín Dávalos y de doña Ascensión Isasmendi, fue mi padre, quien falleció en 1900, cuando yo tenía 13 años.



Por línea materna desciendo de doña Francisca Güemes -hermana del General Martín Miguel de Güemes- esposa de don Fructuoso Figueroa.



De este matrimonio nació doña Luisa Figueroa.



Esta casó con Francisco Costa, y su hija Isabel Costa casó don Domingo Patrón.



Hija de ambos es mi madre, doña Isabel Patrón Costa de Dávalos.



Mi abuelo Dávalos fue hombre de carácter austero y de gran cultura.



Yo vi en la biblioteca de mi padre [Arturo León Dávalos] apuntes de puño y letra de mi abuelo.



Eran máximas selectas de diversos autores, aforismos, pensamientos, glosas de sus lecturas, en una caligrafía preciosa, casi atildada.



Esos manuscritos se perdieron.



Mi padre heredó la tenencia a la expresión escrita, y siendo muchacho escribió versos de los que renegó cuando -ya hombre- comprendió que la prosa era su veta.



Dejó un libro, "Noticias Históricas sobre el Tucumán".



Publicó folletos sobre temas educacionales, unas vistas fiscales, otro sobre la cuestión argentino-chilena, otro sobre la Puna de Atacama.



Su tendencia literaria respondía más a su cultura jurídica y a sus fines políticos, que era un verdadero temperamento artístico."



"Se graduó en Derecho en la Universidad de Buenos Aires.



Estudió en sus primeros años, en el Colegio de la Compañía, en Córdoba".



"Entre mis antepasados por la línea materna, recuerdo haber oído citar en casa como intelectuales -aunque no como escritores- a mis tíos abuelos, don Daniel y Robustiano Patrón, educacionista en Córdoba y en Salta, respectivamente, y hombres cultores del latín y del francés.



Mi abuelo, don Domingo Patrón, era estanciero, y en sociedad con don Roberto -padre del actual Robustiano [+24/9/65], presidente del Partido Demócrata Nacional-, crearon una fortuna muy grande para su época, estableciendo en Salta los primeros aserraderos mecánicos, con maquinarias traídas de Inglaterra, y la más próspera curtiduría del norte argentino".



"Otro tío abuelo mío por línea materna, don Luis Avelino Costas, fue en sus mocedades un buen poeta romántico, publicó versos en los diarios de Salta, pero no llegó a imprimir libros.



Todos estos datos se refieren a los años comprendidos entre 1845 y 1870".



Como artesano de las letras



Juan Carlos Dávalos en su carta a Soiza Reilly habla ya de sí, en estos términos:



"Mi vocación despertó a los 13 o 14 años.



El año que murió mi padre, pasé el verano con mi abuela Isasmendi, en su finca Colomé, en tierras calchaquíes, donde mi bisabuelo había tenido una enorme encomienda: la que hoy es todo el departamento de Molinos.



Las originales costumbres, los quehaceres domésticos, morales e industriosos de mi abuela, sus colerones, sus rezos, sus reniegos con la servidumbre, en fin, todos los aspectos de un carácter excepcionalmente apasionado y enérgico, los consigné en un cuaderno escolar, y en secreto.



Uno de mis tíos me sorprendió escribiendo, leyó los apuntes y se armó un alboroto. Sofocón de mi abuela, llanto, reprimenda de mis tíos, y por último secuestro y destrucción de las páginas indiscretas e irreverentes".



"A los 15 años publiqué versos, muy malos naturalmente, en los diarios de mi pueblo, y artículos periodísticos de diversa índole: crítica social, crítica literaria, actividades estudiantiles, etc.



A los 17 años, en compañía de David Michel Torino, actual director de El Intransigente, y de Julio J. Paz, el periódico estudiantil "Sancho Panza" que murió al 5º o 6º número, víctima de su propia insensatez".



Más adelante cuenta sobre sus estudios ya sea en el Nacional de Salta, en el San José de Buenos Aires y cuando su madre aspira tener un hijo abogado el poeta a quien estamos honrando en el nuevo aniversario de su muerte, acaecida el 6 de noviembre de 1959, confiesa: "… pero como yo disponía de harto dinero, en vez de estudiar, me dediqué a la vagancia y a la lectura.



Después de 3 años de "hacer de estudiante" me vine a Salta, donde compré un aserradero y serruché 80,000 pesos, arruinando, o poco menos, a mi familia que pagaron mis deudas y no me dejaron quebrar".



Al concluir su autobiografía -escrita en l933- rinde su homenaje a la esposa, "mi mujercita". "Se llama María Celesia Elena.



Yo la llamo "Doña Chela", cariñosamente, porque es la señora de mis pensamientos y la inspiradora de mis versos, y alentadora de mi incurable pereza para escribir…



Si fuera posible mentarla -cuenta más adelante- sólo como lo es: un alto y puro espíritu excepcionalmente noble, quedaríamos encantados.



Es mujer de su casa y no desea verse en evidencia".



Clara vivencia de un hijo privilegiado de Salta: hombre y poeta; arte y vida. Un bohemio con aire de caballero de España y de hidalguía de todos los bohemios.



Andrés Mendieta


sábado, 13 de agosto de 2011

CESAR FERMIN PERDIGUERO

Poeta y periodista, y como el decía "solo aficionado a la historia" era miembro del número del Instituto de Estudios Históricos San Felipe y Santiago.

Incursionó en la música, cantaba "cuando chango" con Eduardo Falú.

Ha realizado un copioso aporte a la cultura provincial y ha aportado a la canción de proyección folklórica los versos de interesantes obras como :"India Madre" con Falú, "Estoy de vuelta" con F. Portal.

Autor de Letra y Música de "Chaya de la Soledad", "Guitarreando" con Isella, "La Calixto Gauna" con J. J. Botelli. Fue uno de los organizadores "y alma mater" del Festival Latinoamericano de Folklore.

Se desempeñó como jefe de redacción del Diario El Tribuno,


En las intersecciones de las calles Joaquín Castellanos, Lavalle y Pje. Dr. Eduardo Wilde se erige el monumento que los salteños supimos levantar a la memoria de Don César Fermín Perdiguero, reconociendo de esta manera su fecunda labor a favor de la cultura en los ámbitos de la literatura, el periodismo radial y escrito.


En ese lugar, año tras año se reúnen amigos del poeta, intelectuales y un público que no olvida las sentidas páginas en diarios capitalinos y sobre todo aquella audición en donde Don César comenzaba diciendo:


- De noche, a veces… y finalizaba … Churo ¿no?.


Me veo junto a mi padre en actitud respetuosa y en total silencio.


Sus palabras aún resuenan en mis oídos, y toda la ciudadanía estuvo por mucho tiempo embelezada por la maravilla que fueron sus anécdotas e historias.



César Fermín Perdiguero con José Juan Jacobo Botelli


Voy a decir con un total convencimiento, que fueron todos los hogares que en aquel entonces encendían la radio cuando se emitía “Cochereando en el recuerdo”.


Igualmente con la sección “La Salta de antes”, en un diario local.


“Cultural de los domingos”, en donde se posaban nuestros ojos antes de abordar el mundo cruento de las noticias.



Falú - Perdiguero


Una indescriptible alegría nos acontecía al enterarnos de que en la ciudad existía un tranvía, el nombre antiguo de las modernas calles, y de los personajes de Salta antigua.


Emilio Zola, un grande de las letras, expresó que se combate también con la escritura.


Es cierto, después de leer “Calixto Gauna” de Perdiguero, siento una voz decidida en ese libro, que invita a cargar contra el enemigo de la patria.


Los que vendieron nuestros montes, que trafican con nuestros recursos genuinos, la pérdida del talento de miles de argentinos que deben emigrar del país por la falta de trabajo, o cientos de escritores que no pueden editar sus libros, o los miles de estudiantes que no pueden ingresar a las universidades.



El “Calixto Gauna” fue editado por una empresa que hizo mucho por la cultura: “El Estudiante” Juan Carlos Dávalos, Joaquín Castellanos, Néstor Saavedra, fueron lanceros feroces, hasta hoy escuchamos sus gritos estremecedores.


Un empleado de archivo, el señor Miguel Ángel Salóm, el mismo que rescatara valiosos documentos históricos y por el que hoy sabemos certeramente los lugares físicos donde nació y murió el General Güemes.


También fue un artífice como el más valiente de nuestros gauchos, colaborando en el libro sobre la historia de Calixto Gauna de Don César Fermín Perdiguero.


Calixto Gauna, a través del libro de Perdiguero, sigue cabalgando por una senda gloriosa como en aquellos ocho días decisivos en la historia de la patria.



Calixto Gauna se incorpora en la historia de los más grandes porque es el ejemplo de ciudadano que hizo lo que debía hacerse, en el momento preciso a riesgo de perder su propia vida, y el poeta Perdiguero, igualmente se convierte en un guerrero que nos enseña con su libro, que no debemos olvidar a quiénes pusieron su coraje, el corazón, ofrendando la vida por la patria.


En el libro “El Cerro San Bernardo”, César se personifica en un águila, los caballos se encabritan, bulle la sangre, el viento sopla fuerte porque es un poeta, Don César, que está gritando “¡Esta mi patria!”


Debemos leer en estas palabra, en sus libros, en las coplas una reflexión profunda, cuiden el pago, éste donde nuestros antepasados amaron y sufrieron.


El viene en un mateo, contempla absorto su cerro San Bernardo, y escribe un poema largo.


Escuchemos el casco de los caballos, el rechinar de sus aceros, el poeta va en busca de sus amigos.


Es carnaval.


El cerro es su norte, destino de un cantor, y también su cobijo, en esta manera nuestra de querer la tierra, y de nuestra alegría de vivir.


César Fermín Perdiguero ha marcado el tono y el acento del modo que tenemos de expresarnos.


Han quedado sus anécdotas, pequeñas grandes historias que se marcaron a fuego en nuestras almas.


Junto a él hemos reflexionado sobre la dimensión histórica de los comienzos de la patria.


Comprendimos que nuestro pasado fue inconmensurablemente rico, y lleno de heroísmo.


Nos pintó tal cual somos, lentos al hablar, contemplativos, y sobre todo, dotados de una inventiva formidable.


César Fermín Perdiguero ha vivido la bohemia, ha transcripto la historia.


Fue diligente al volcar en el papel, algo contado por una tía.


Más de una vez una señora de la periferia ciudadana, le contaría que el duende existe.


O un señor elegantemente vestido, le señaló una casa de adobe, señorial, manifestando “allí vivían mis abuelos”.


Estamos volviendo a las cosas lindas, a las acciones buenas, a las buenas historias, como esas que nos contaba Don César Fermín Perdiguero.


En un país difícil, en esta obra sentimos una necesidad vital de tomar la antorcha y gritar “¡Libertad!”


Recordemos el adagio japonés: “El homenaje a nuestros muertos no consiste en llevarles flores o inciensos, el homenaje a nuestros muertos consiste en proseguir sus obras”.


Héctor Anibal Aguirre


Click en el Enlace


El Duende - Relato


http://www.youtube.com/watch?v=IwlOOtYXst8


sábado, 6 de agosto de 2011

GUSTAVO LEGUIZAMON (EL CUCHI)


Nació a las once horas y cinco minutos de la mañana de un 29 de Septiembre de 1917 en la ciudad de Salta.


Hijo de José María Leguizamón Todd y María Virginia Outes Tamayo.


Descendiente de Dña. Martina Silva de Gurruchaga, criolla de hacha y tiza que peleó en la Batalla de Salta, considerada heroína de la Independencia.


Hijo de un contador fanático de la ópera y de una mujer que heredó la costumbre de silbarles a los pájaros para que la siguieran, Gustavo Leguizamón es un arquetipo al que reverenciaron los ricos y los pobres, la izquierda y la derecha, el apetito y las ganas de comer.


Pero, ¿cuál fue el secreto de esta magia?


La respuesta, acaso se pueda rastrear en su propia historia.


Tenía meses apenas y a su madre le preocupaba su delgadez.


Fue en esa época que a Doña María Virginia le ofrecieron unos chanchos para ver si podía comprarlos.


"¡Pero están flacos como este cuchi!", dijo mirando a su hijo.


En ese instante Leguizamón quedó rebautizado: desde entonces y para todos sería El Cuchi, vocablo que en quechua quiere decir precisamente chancho o cerdo, pero al que en Salta se le otorga un significado no peyorativo sino simpáticamente cómplice.



Pajita García Bes, José Fernandez Molina, Julio Espinoza y otros.


Como padecía de sarampión, a los dos años su padre le regaló una quena, con lo cual lo hizo musiquero antes casi de que aprendiera a hablar.


Su familia cuenta que pronto le arrancaba al instrumento EL BARBERO DE SEVILLA casi íntegro.


Después, siempre de oído, la emprendería con la guitarra y el bombo, hasta que acabó en el piano.


Cuando tenía veinte años y debía resolver su futuro, ya era músico.


Le comunicó a su padre que iba a estudiar Derecho, y el hombre se encrespó.


Su idea era que fuera a París para perfeccionarse.


El le giraría la mensualidad.


El Cuchi, que se deleitaba con tener una historia al revés de los convencionalismos, no hizo caso y marchó a La Plata, donde en 1945 obtuvo el título de abogado.


No olvidaría jamás aquella estudiantina que lo llevaba a Buenos Aires a recalar en El Olimpo, un tugurio del Bajo donde se jugaba ajedrez.


Allí conoció a Witold Gombrowicz, al que descubrió con unos botines rotosos pero inmensos.


"El único que puede tener patas de ese tamaño -maquinó- es Ariel Ramírez". Y acertó, porque Ramírez le había regalado los zapatos al polaco.


Cantó con el coro universitario, jugó rugby y después fue profesor de historia y filosofía, Diputado Provincial y ejerció durante treinta años la abogacía, hasta que decidió dejarla, porque "Estoy harto de vivir en la discordia humana.


Me produce una gran satisfacción ver una vieja en el mercado tarareando una música mía.


Una vez venía bastante enojado con todos estos inconvenientes que tiene la vida, y un changuito pasó en bicicleta, silbando la Zamba del pañuelo.


Entonces lo paro y le pregunto qué es lo que silba: -No sé; me gusta y por eso lo silbo-, me contestó.


Ya ves, ésa es la función social de la música".


En los cuarenta, cuanto tenía algo más de 25 años, trenzó una amistad entrañable con el poeta Manuel J. Castilla, el hijo del jefe de la estación de Cerrillos, a quien en una de sus obras mayores le diría:


"Padre, ya no hay nadie en la boletería".


Al Cuchi, muchas veces con letra de Castilla, le debe la música argentina y universal, zambas, chacareras, carnavalitos, vidalas inolvidables en las que habitan el amor, la tragedia, la miseria, el sarcasmo, la ternura.


Era un enamorado de la baguala ("Toda gran zamba encierra una baguala dormida: la baguala es un centro musical geopolítico de mi obra") pero también de Bach, Mahler, Ravel, Stravinsky, Schönberg y sobre todo de Beethoven, al que definió con sabiduría como "definitivo".


Pero no se quedó ahí, también admiró a otro genio argentino, Enrique Villegas, y a Chico Buarque, Milton Nascimento, Vinicius ("Las corrientes de música popular americana más importantes están en Brasil") y Ellington.


Capaz de organizar en Salta primero y en Tucumán más tarde conciertos de campanarios (literalmente, pues el sonido lo proveían los bronces de las iglesias), es cierto que Leguizamón saltó sobre el pentagrama y pulsó cuerdas, digitó teclados, sopló en maderas, cobres y cuernos, como se escribió alguna vez, a pura oreja.


La prueba es que intentó también un concierto de locomotoras, fascinado por "ese instrumento musical maravilloso que tiene fácilmente dieciocho escapes de gas que son sonidos y un pito con el cual se pueden hacer maravillas, por no contar su misma marcha".


Al principio -hasta hizo fundir una quena para agregarla a la máquina-, los ferroviarios lo miraban como a un bicho raro.


Después se entusiasmaron.


Los maquinistas lo saludaban con el saludo sonoro de la locomotora, que además le enseñaron a plasmar.



Era un enamorado de la baguala ("Toda gran zamba encierra una baguala dormida: la baguala es un centro musical geopolítico de mi obra") pero también de Bach, Mahler, Ravel, Stravinsky, Schönberg y sobre todo de Beethoven, al que definió con sabiduría como "definitivo".


Pero no se quedó ahí, también admiró a otro genio argentino, Enrique Villegas, y a Chico Buarque, Milton Nascimento, Vinicius ("Las corrientes de música popular americana más importantes están en Brasil") y Ellington.


Capaz de organizar en Salta primero y en Tucumán más tarde conciertos de campanarios (literalmente, pues el sonido lo proveían los bronces de las iglesias), es cierto que Leguizamón saltó sobre el pentagrama y pulsó cuerdas, digitó teclados, sopló en maderas, cobres y cuernos, como se escribió alguna vez, a pura oreja.


La prueba es que intentó también un concierto de locomotoras, fascinado por "ese instrumento musical maravilloso que tiene fácilmente dieciocho escapes de gas que son sonidos y un pito con el cual se pueden hacer maravillas, por no contar su misma marcha".


Al principio -hasta hizo fundir una quena para agregarla a la máquina-, los ferroviarios lo miraban como a un bicho raro.


Después se entusiasmaron. Los maquinistas lo saludaban con el saludo sonoro de la locomotora, que además le enseñaron a plasmar.


En tiempos de Arturo Illia, Gustavo Leguizamón fue diputado provincial extrapartidario y en tiempos del gobernador peronista de Salta Roberto Romero, asesor cultural de la provincia.


Fue entonces cuando embistió con mayor fiereza contra una burocracia sorda que impedía importar pianos y protagonizó en la Legislatura debates memorables para propender al descongelamiento cerebral.


Capaz de respetar a Churchill tanto cuanto despreciaba a Thatcher, Malvinas fue para él una herida abierta pero no ciega, porque supo adjudicar responsabilidades cuando se preguntó por qué fuimos y no peleamos.


Impensable en Buenos Aires, Leguizamón- que mascaba hojas de coca, y defendía la costumbre- fue parte del paisaje de Salta, a la que amó profundamente, desde los olores de sus yuyos secos hasta el aire que viene de la quebrada escondida por la cual Belgrano sorprendió a los españoles.


Se casó con Ema Palermo, teniendo cuatro hijos de ella: Juan Martín(1961), José María(1963) Delfín Galo(1965) y Luis Gonzalo(1967).


Es autor de las zambas más famosas y que representan a la cultura musical de Salta., la música popular ; además de haber compuesto obras populares es un compositor que ha contribuido con su talento y su expresión al acervo cultural salteño.


Sus obras son características por su armonía y ritmo por su riqueza melódica, su temática musical. Escribió entre otras : Zamba del Pañuelo, del Mar, La Panza Verde con Jaime Dávalos, Chacarera del Expediente, Carnavalito del Duende, , Zamba del Argamonte (Castilla), Bajo el azote del sol (Nella Castro).


Su musicalidad y asonancia fue única y componía algunas de sus obras a la medida de la interpretación del Dúo Salteño con quien mejor acuñó las disonancias que emergían como duendes traviesos de las melodías.


Su simpatía y espontaneidad (ocurrencias) brotaban a borbotones en la cotidianeidad Salteña.


Ganó numerosos premios por su labor artística : Premio SADAIC, Premio Fondo Nacional de la Artes.


Compuso una obra que Virtu Maragno la estrenara con la Orq. Sinfónica de Santa Fe, es su Preludio y Jadeo, compuso la música para la película La Redada.



Una de sus últimas fotos


Pero Leguizamón poco a poco se fue apagando, perdiendo primero la memoria- olvidó hasta cómo tocar el piano- luego la razón y finalmente la vida.


Murió en Salta, la ciudad que le había visto nacer y pasar en ella toda su existencia, a las cuatro y media de la tarde de un 27 de Septiembre del 2000, dos días antes de que pudiera cumplir los 83 años de edad.


lunes, 1 de agosto de 2011

JAIME DAVALOS

Jaime Dávalos (1921 – 1981)

Jaime Dávalos es la más formidable catapulta de la mejor poesía y música del Noroeste a partir de la segunda mitad de los años cuarenta.

Nació en San Lorenzo, Provincia de Salta, el 20 de enero de 1921, y desde la cuna tenía el destino marcado:

Su padre era Juan Carlos Dávalos, nada menos.

Cursó estudios en su ciudad natal.

Recorrió íntegramente su suelo patrio, de uno a otro confín, en contacto íntimo con la tierra y sus hombres.

Treinta y nueve años pasaron hasta que este salteño empezó a salir del velo del anonimato, aunque había empezado a publicar a los veintiseis.

Y a partir de 1960 libros, y poesías, y cancioneros se sucedieron, y también los premios y los reconocimientos.

Formó una dupla inigualable con otro salteño, Eduardo Falú.

Todos saben lo que salió de esa mezcla: la mejor letra con la mejor música.

Y ganas de renovar el folklore, que por esos años ya sufría lo que sigue sufriendo hoy.

Mal de muchos, consuelo de tontos. Junto con Manuel Castilla y Cuchi Leguizamón, los de estos dos salteños quedan grabados en el folklore serio de la época.

Cuentan que tocaba de oído la guitarra y el charango.

Que, como buen poeta, nunca pudo estar mucho tiempo quieto y salió a buscar al país como dibujante, alfarero y titiritero.

En cuál de esas tardes habrán nacido las obras maestras como Río de tigres, Zamba de la Candelaria o Las Golondrinas.

Jaime Dávalos tuvo siete hijos: de su primer matrmonio con Rosa, tuvo a Julia Elena (conocida cantante), Luz María, Jaime Arturo y Constanza.

De su segundo matrimonio (con María Rosa Poggi) tuvo a Marcelo, Valeria y Florencia.

Todos de alguna manera se mantuvieron ligados a la música y al arte, continuando la tradición de una familia de artistas.

Le debe haber quedado poco por vivir.

Fallece en Buenos Aires el 3 de diciembre de 1981.

Ha reunido en varios libros su producción de escritor, entre los que citamos:

· 1947: Rastro seco (poemas, Salta)
· 1957: El nombrador (poemas y canciones, Buenos Aires, dos ediciones)
· 1959: Toro viene el río (relatos, Buenos Aires)
· 1959: Coplas y canciones o Poemas y canciones (Buenos Aires)
· 1960: Solalto
· 1962: Canciones de Jaime Dávalos
· 1967: La estrella
· 1974: Cantos rodados
· 1980: Cancionero
· 1987: Coplas al vino

· Dávalos por Dávalos, donde su hija Julia Elena Dávalos rescata parte del cancionero de su padre.

Con respecto a las coplas, que escribió y recopiló con ávido afán, dice Dávalos:

«Desde México a nuestra Argentina, la copla bajó por sobre el geológico espinazo cordillerano del continente atando lenguas y corazones, fijando un alma y un idioma comunes, poniéndole palabras a nuestros desmesurados silencios planetarios, donde el hombre americano, síntesis de todas las razas, convive con su madre tierra, ama y trabaja atado a un solo destino: la unión definitiva de América».

Muchas de sus composiciones fueron recopiladas en 1962 en Canciones de Jaime Dávalos. Entre ellas se pueden citar:

· Canción del jangadero
· Hacia la ausencia
· La angaquera
· La golondrina
· La nochera
· La verderrama (cueca)
· Pato sirirí
· Tiempo dorado
· Trago de sombra
· Vamos a la zafra
· Vidala del nombrador
· Zamba de la Candelaria
· Zamba de los mineros
· Zamba de San Juan
· Zamba de un triste
· Zamba enamorada.

Temor del sábado

El patrón tiene miedo que se machencon vino los mineros.

El sabe que les entra como un chorrode gritos en el cuerpo.

Que enroscado en las cuevas de la sangreles hallará el silencio,el oscuro silencio de la piedraque come sombra socavón adentro.

Que volverá, morado, con bagualas del fondo de los huesos su voz, golpeando dura como un puño en el tambor del pecho.

Con pupilas abiertas como tajos le pedirán aumento, mientras quiebren, girando entre las manos, el ala del sombrero, y los ojos, de polvo y pena tristes, les caigan como manchas sobre el suelo.

Hay que esconder el vino entre cerrojos, el vino pendenciero.

Hay que esconder el vino como un crimen, el vino pedigüeño.

Que ni una gota más caiga en la boca desierta del minero, donde el grito se tapa con la coca, y con alcohol la sed de amor y besos.

Hay que esconder la primavera en sangre del vino que descubre los secretos.

El patrón ha mandado que lo guarden y se ha vuelto vinagre en el encierro, de noche tiene vómitos y duendes de luna que se bañan en su cuerpo.

Los ojos del patrón lo custodiaban por arriba del sueño, los ojos del patrón tienen dos ángeles desvelados de miedo.

Jaime Dávalos

sábado, 30 de julio de 2011

EL CULTO RELIGIOSO MAS IMPORTANTE PARA LOS SALTEÑOS

Entronizan las imágenes del Milagro

Comienza una nueva etapa donde los salteños se preparan para renovar el pacto de fe con sus santos patronos, para que preserven la ciudad de los temidos terremotos y de los peligros extremos para las almas.

Con la ceremonia que se llevará a cabo hoy a las 1800 horas, en la Catedral, se inicia el tiempo de preparación que culmina el 15 septiembre.

Como cada año, hoy se realizará la entronización de las sagradas imágenes de la Virgen y del Señor del Milagro.

Será presidida por monseñor Mario Antonio Cargnello.

Allí las imágenes serán trasladadas desde sus camerinos habituales y ocuparán los tronos principales de la Catedral, donde serán visitadas por cientos de instituciones, familias y peregrinos de distintos puntos de la provincia y el país, que se acercarán a rendir su homenaje y depositar a los pies de los santos patronos las plegarias y ruegos por sus necesidades.

Debido a la creciente cantidad de devotos que se acercan a la Catedral a presentar su votos de fe, la ceremonia de entronización de las imágenes sagradas se adelanta cada año.

Intenciones

Desde la Catedral se supo que las intenciones por las que se rezará este años, durante los cultos, están orientadas a las vivencias del Año de la Vida.

La Iglesia Católica celebra en 2011 el Año de la Vida y los ruegos están destinados a pedir por la protección y defensa de toda la humanidad, desde los más vulnerables, los más pequeños hasta los ancianos.

“Pedimos también seguir creciendo como discípulos misioneros del Señor y este año recordamos de una forma muy especial la participación de Juan Pablo II en este santuario, en el que manifestó cómo esta tierra de Salta es del Señor y la Virgen del Milagro”, apuntó el vicario cooperador de la Catedral, Marcelo Singue.

sábado, 9 de julio de 2011

DECLARACION DE LA INDEPNDENCIA ARGENTINA

El 9 de julio de 1816 cae un martes.


A las dos de la tarde, los diputados del Congreso, reunidos en San Miguel de Tucumán, comienzan a sesionar bajo la presidencia del representante por San Juan, Francisco Narciso Laprida.


El diputado Teodoro Sánchez de Bustamante, de Jujuy, pide que se trate el proyecto “sobre la libertad e independencia del país”.


La solicitud se acepta sin discusión.


No es el mejor momento de la historia para dar un paso así, pero los legisladores de ese momento (a diferencia de muchos de sus colegas actuales) tienen sus atributos bien puestos en el lugar que corresponde.


Y se animan.


La elección de Tucumán como sede del Congreso simboliza el intento de la elite política de Buenos Aires de lograr el apoyo del interior del país.


Para llegar a la capital norteña, los diputados porteños recorrieron largos y accidentados caminos en diligencia.


El viaje desde la ciudad puerto duraba aproximadamente un mes.


“La Declaración de la Independencia fue, básicamente, un acto de coraje, una especie de gran compadrada en el peor momento de la emancipación americana”, escribe Félix Luna.


El historiador explica por qué:


“En el norte del continente, Bolívar había sido derrotado.


Chile estaba nuevamente en manos de los realistas.


Los españoles amenazaban Salta y Jujuy y apenas si eran contenidos por las guerrillas de Güemes.


Para empeorarlo todo, Fernando VII había recuperado el trono de España y se preparaba una gran expedición cuyo destino sería el Río de la Plata.


La Banda Oriental estaba virtualmente ocupada por los portugueses.


Y en Europa prevalecía la Santa Alianza, contraria a las ideas republicanas.


En ese momento crítico los argentinos decidimos declararnos independientes.


Fue un gran compromiso, el rechazo valiente de una realidad adversa.


Era empezar la primera navegación de un país independiente, sin atender las borrascas ni los riesgos.


Un acto de coraje”.


“Nos los representantes… “


En cierta forma, el proyecto de emancipación suscrito por 29 congresales también es resultado de las permanentes demandas del general José de San Martín, gobernador de Cuyo.


El militar la consideraba un requisito indispensable para su plan de iniciar una ofensiva en gran escala en otras regiones de América del Sur.


Y así, en medio de una situación adversa, se aprueba el texto de la independencia:


“Nos, los Representantes de las Provincias Unidas en Sud América reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los Pueblos que representamos, protestando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos: declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los Reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli.


Quedan en consecuencia de hecho y derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias.


Todas y cada una de ellas así lo publican, declaran y ratifican, comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta su voluntad, bajo del seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama”.


En aquel momento, como hoy, proliferan los operadores políticos, los agentes de inteligencia, los mariscales de la derrota.


En los días posteriores, corre el rumor de que el general Manuel Belgrano ha negociado en privado con los diputados para crear una monarquía al servicio de los reyes de Portugal.


En una sesión secreta del 6 de julio, Belgrano fue invitado por el Congreso para informar sobre las formas de gobierno y expuso su opinión ante los diputados.


Sostuvo entonces que la Revolución Americana había perdido prestigio y toda posibilidad de apoyo europeo por “su declinación en el desorden y anarquía continuada por tan dilatado tiempo”.


Continuó: “que había acaecido una mutación completa de ideas en Europa en lo respectivo a la forma de gobierno.


Que como el espíritu general de las naciones, en años anteriores, era republicarlo todo, en el día se trataba de monarquizarlo todo.


Que la nación inglesa, con el grandor y majestad a que se ha elevado, no por sus armas y riquezas, sino por una constitución de monarquía temperada, había estimulado a las demás a seguir su ejemplo.


Que la Francia la había adoptado, Que el rey de Prusia, por sí mismo, y estando en el goce de un poder despótico, había hecho una revolución en su reino, y sujetándose a bases constitucionales iguales a las de la nación inglesa; y que esto mismo habían practicado otras naciones”; que “en su concepto la forma de gobierno más conveniente para estas provincias sería la de una monarquía temperada; llamando la dinastía de los Incas por la justicia que en sí envuelve la restitución de esta Casa tan inicuamente despojada del trono”.


Este informe de Belgrano al Congreso fue comentado por Tomás Manuel de Anchorena a Rosas, en una carta fechada el 4 de diciembre de 1846.
Los legisladores salen al paso a la campaña de trascendidos.


Se reúnen en sesión secreta el 19 de julio y amplían un párrafo del Acta de la Independencia: donde dice “una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli”, agregan la frase “y de toda otra dominación extranjera”.


La propuesta es del diputado Pedro Medrano, abogado nacido en Montevideo (Banda Oriental). El texto se jura 48 horas después.


Para divulgar la noticia, el Congreso envía a todas las provincias copias del acta. Incluso, se hacen traducciones en quechua y aymara, los dialectos aborígenes del Norte.


Y para mantener informada a la población sobre las actividades de los representantes, se crea un periódico oficial: el “Redactor del Congreso Nacional”.


El Congreso se traslada a Buenos Aires a comienzos de 1817 porque los portugueses invaden la Banda Oriental, los realistas españoles del Virreinato del Perú amenazan las fronteras del Norte, defendidas por Martín Güemes, y algunas provincias reaccionan ante la posibilidad de que se instaure un régimen monárquico.


El llamado “Congreso de Tucumán” sigue sesionando hasta febrero de 1820.


Sin embargo, hay que destacar que en la asamblea no están representadas varias regiones que actualmente son importantes provincias del país y que, en cambio, participan delegados de zonas que hoy ya no pertenecen a la Argentina.


En el primer caso, están ausentes Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos y Misiones.


En el segundo, se encuentran Charcas, Mizque, Chichas y Cochabamba, zonas del Alto Perú que actualmente pertenecen a Bolivia. Tampoco había representantes de la Banda Oriental.


“Hijos de un país cosmopolita”


En 1825 la denominación de Provincias Unidas de América del Sur se suplanta por el de Provincias Unidas del Río de la Plata.


La Constitución de 1826 instaura el nombre de Nación Argentina.


El ensayista, diplomático y viajero Manuel Ugarte (1878-1951), sistemáticamente silenciado por la historia oficial, escribe en “La bandera y el himno”, artículo publicado en 1916:


“Somos hijos de un país cosmopolita, donde la nacionalidad se viene acumulando con ayuda de aportes disímiles, y a veces contradictorios, que exigen un especial esfuerzo de aglomeración. (.)


Lo que aquí se impone antes que nada es difundir y afianzar el sentimiento nacionalista por medio del razonamiento, el color, el sonido, los recuerdos y cuanto concurre a mantener en el alma esa maravillosa emoción colectiva que se llama el patriotismo”.


Ugarte se refiere a patriotismo, no patrioterismo.


Nacionalismo, no folklore gauchesco. Pertenencia, no exclusión.


Más adelante, agrega:


“Lo que nuestra república cosmopolita y poco coherente exige, no es que se concrete la nacionalidad en un grupo dirigente, que en ciertos momentos ha estado lejos de ser la mejor expresión de nuestro conjunto, sino que se expanda y se difunda hasta invadir todos los cerebros y todos los corazones para amalgamarlos, no ya en un simple conglomerado material, sino en un conglomerado más complejo y más alto, que de a todos un punto de partida en el pasado y un punto de mira en el porvenir, sancionando la verdadera continuidad solidaria que ha sido el secreto de las más grandes fuerzas históricas”.


Destinos distintos


Fue ese patriotismo mencionado por Ugarte el que en 1816 logró que unitarios y federales dejaran de lado sus discrepancias tras un objetivo superior.


Entre ellos había abogados, militares, comerciantes y sacerdotes, muchos de ellos pertenecientes a logias masónicas.


Después, continuaron siendo adversarios. Y algunos tuvieron finales trágicos.


Laprida, unitario, fue gobernador de San Juan en 1823.


Seis años después murió asesinado por las montoneras de Félix Aldao.


Nunca se halló su cadáver.


El abogado Tomás Manuel de Anchorena, se transformó en portavoz de los grandes estancieros de la provincia de Buenos Aires que apoyaron a Juan Manuel de Rosas. Durante el gobierno del brigadier general, fue ministro de Relaciones Exteriores.


El sacerdote tucumano José Colombres se exilió durante el gobierno de Rosas.


El militar y abogado José Ignacio Gorriti fue gobernador de Jujuy y aliado de Martín Güemes.


Cuando en 1831 Facundo Quiroga derrotó a los unitarios en el norte argentino, se exilió en Bolivia.


Juan Martín de Pueyrredón, miembro de la Logia Lautaro, fue Director Supremo y apoyó la campaña de San Martín.


Más tarde se hizo partidario del general Juan Lavalle, y vivió exiliado en Brasil y Francia hasta 1849.


El sacerdote Pedro Ignacio de Castro Barros, nacido en La Rioja y representante por su provincia, fue rector de la Universidad de Córdoba.


Vivió exiliado en la Banda Oriental y en Chile, donde falleció.


El licenciado en filosofía Tomás Godoy Cruz creó la Logia Lautaro en Mendoza y fue gobernador en 1820. Durante la época de Rosas se exilió en Chile.


El abogado Pedro Medrano, nacido en Montevideo, fue diputado en dos ocasiones, camarista (1831), fiscal de Estado (1838) y presidente de la Cámara de Apelaciones.


Amigo de Rosas, se sumó a sus partidarios.


El abogado jujeño Teodoro Sánchez de Bustamante gobernó su provincia entre 1826 y 1827. Murió desterrado en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia).


La cuestión monárquica


Entre 1810 y 1820, hubo varios proyectos de crear en el Río de la Plata un reino independiente, con autoridades limitadas por una constitución al estilo de la impuesta en España en 1812 por el movimiento liberal.


Las diferencias entre los distintos proyectos se deben a las familias reales que procuraba instaurar cada uno de ellos. Básicamente se pueden distinguir cuatro proyectos:


El establecimiento de una dinastía portuguesa (Carlotismo).
El establecimiento de una dinastía española.
El establecimiento de una dinastía incaica.
El establecimiento de una dinastía francesa.


1) El carlotismo.


El proyecto de establecer en el Río de la Plata una monarquía moderada (adaptación del sistema parlamentario británico) independiente, comenzó a negociarse desde la llegada de la Corte Portuguesa a Río de Janeiro en 1808.


En efecto, Carlota Joaquina de Braganza, la esposa del rey de Portugal, era hermana del rey de España, Fernando VII.


Durante el cautiverio de Fernando VII bajo el poder del Emperador de Francia, Napoleón Bonaparte, cuyas fuerzas ocuparon la Península Ibérica, Carlota Joaquina manifestó sus deseos de reinar en América a nombre de su hermano.


Pueyrredón y Belgrano participaron en las negociaciones que se proponían entronizar a la Infanta (princesa) Carlota en el Río de la Plata, proyecto que finalmente fracasó.


2) El Proyecto de Monarquía Constitucional bajo una dinastía española.


En 1815, Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia, intentaron negociar con Carlos IV (padre del rey de España Fernando VII) la entronización en el Río de la Plata del Infante Francisco de Paula.


Pero fracasaron.


Los había enviado el Director Supremo Posadas, a ofrecer la sumisión al rey de España a cambio del establecimiento de una constitución.


De esta manera pretendía evitar el ataque al Río de la Plata de una expedición represora que mandaría a América el rey de España.


3) La monarquía moderada en la dinastía de los Incas.


En la sesión secreta del 6 de julio de 1816, Manuel Belgrano –tal cual se dijo anteriormente- expresó sus puntos de vista sobre la forma de gobierno más conveniente según su visión de la realidad europea de ese momento.


Belgrano propuso una monarquía moderada en la dinastía de los incas.


Su propuesta contó con el apoyo de algunos diputados.


Pero la opinión mayoritaria se inclinaba por la entronización de un príncipe europeo en una monarquía constitucional independiente de toda dominación extranjera.


4) El Proyecto monárquico francés en el Río de la Plata.


En respuesta a las negociaciones de los enviados del Director Pueyrredón a Europa, en 1818, llegó a Buenos Aires un agente secreto del gobierno francés, el coronel Le Moyne.


El objetivo original de Pueyrredón era entronizar en el Río de la Plata a un Orleáns (los príncipes más importantes de Francia por entonces).


La propuesta de Le Moyne consistía justamente en entronizar al duque de Orleáns.El responsable de negociar la monarquía orleanista en Europa fue Valentín Gómez.


Pero el proyecto orleanista no se concretó y el 1º de junio de 1819, el gobierno francés contraofertó oficialmente a Valentín Gómez la entronización del príncipe de Luca.


Se recomendaba también el matrimonio del príncipe con una princesa portuguesa sobre la base de la evacuación de la Banda Oriental.


El fracaso del Proyecto orleanista precipitó la renuncia de Pueyrredón.


Fuente


Bardini, Roberto – 9 de Julio de 1816: Un acto de coraje.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Sitio de Avellaneda – 9 de Julio – La independencia. El Congreso de Tucumán
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