I. Es ley, finalmente, el matrimonio entre personas del mismo sexo, adopción incluida.
El dislate, con serlo, distrajo un fervor parlamentario que la mayor parte de los argentinos hubiera preferido que se reservara para reales problemas de la sociedad.
II. La conducción del partido gobernante (y el mismo Ejecutivo) se enrolaron en favor de la ley con un énfasis que puede llegar a jugarles en contra.
Porque hubo división en sus propias filas y porque el enfrentamiento con la Iglesia (y con otras iglesias) tiene algo de victoria pírrica.
III. El justicialismo, históricamente (pese al conflicto de los años cincuenta, sobre el cual la jerarquía católica ha tendido un manto de olvido) es tributario, en buena medida, de la doctrina social de la Iglesia, con la que ha cultivado buenas relaciones.
IV. El enfrentamiento que generó esta ley es parte de una concepción de la política como querella constante, en la cual, el enemigo son, hoy, los medios; mañana, las confesiones religiosas, y, pasado, quien sea menester.
Todo, para mantener al rojo vivo el maleable material de la opinión pública.
V. Pero sucede que el conflicto permanente no fatiga sólo a los extraños; cansa también a los propios.
En la base justicialista, es posible que el gobierno haya desandado camino.
Esta ley no está hecha a su medida ni en la línea de sus tradiciones.
Aun en estos tiempos, si hubieran sido los suyos, no parece que Perón ni Eva pudieran haberla propiciado.
VI. Si fue llamativo el apoyo que el proyecto obtuvo en congresales opositores (aceptación y rechazo cortaron oblicuamente los distintos bloques), fue, lisa y llanamente, indigno que dos senadoras se subieran al avión presidencial, rumbo a China, para no sostener la negativa que habían anticipado.
¿Y qué decir de la deserción de los senadores Reutemann, Rodríguez Sáa o Menem?
VII. Son previsibles, como en otros, los conflictos legales que han de desatarse en los nuevos "matrimonios".
Es difícil que soluciones acuñadas (en decantado tiempo jurisprudencial) para divorcios entre personas de distinto sexo, con su consecuente tenencia de hijos, sean trasladables a estas nuevas uniones y a los hijos que puedan adoptar.
VIII. No hace falta recurrir a ninguna idea religiosa para sostener que esta ley en naturalmente nula.
Basta con reconocer que la humanidad cuenta con sólo dos sexos.
La teoría de la "discriminación" (torpemente esgrimida contra la naturaleza) choca contra su infranqueable barrera.
IX. Una minoría ruidosa se ha apropiado de la opinión de todos los homosexuales. Es comprensible que muchos guarden decoroso silencio, en natural resguardo de su intimidad, aunque no piensen como los activistas que contraían enlaces estrictamente ilegales, autorizados por jueces incompetentes (no faltaron los del crimen, cuyo oficio no es el derecho de familia, ni los meramente municipales).
Son de rescatar las declaraciones del gran director de cine italiano Franco Zeffirelli quien, reconociendo su homosexualidad, se opuso, públicamente, al matrimonio infractor a la naturaleza.
X. Añadamos que ningún ser humano, cualquiera sea su inclinación, nació de otra cosa que no sea la unión de hombre y mujer.
Los hijos adoptivos tienen derecho a una unión así y no a un remedo como el que acaba de aprobarse. Que, como todo remedo, lleva en sí algo de trágico.
La leyenda de Icaro ilustra la tragedia del hombre que quiso volar.
Todo esto se le parece bastante.
Daniel Zolezzi abogado y analista político
reside en Buenos Aires.
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