domingo, 22 de noviembre de 2009

EL MATRIMONIO EN TIEMPO DE LOS INKAS

Mama Guaco Coya, marca el comienzo de las reinas coyas esposas de los inkas, dicen que ella era hija del sol y la luna, con la autorización de su padre Inti se casó con su primer hijo Mango Capac Ynga. Grabado de Felipe Guamán Poma de Ayala (1615), cronista de la época colonial.

El matrimonio es una institución que ordena la reproducción en la sociedad a través de uniones legítimas y relativamente estables entre dos o más personas, concertando alianzas y relaciones de parentesco en el seno del grupo.
Uno de los elementos importantes dentro de la institución del matrimonio lo constituyen las reglas que rigen sobre la selección de los cónyuges, ya que ninguna sociedad permite una elección totalmente libre.

La llegada de los Inkas a los nuevos territorios anexados al Tawantinsuyu implicó una serie de modificaciones en las costumbres y tradiciones locales, no tanto en su contenido como en su forma, pues el nuevo orden geopolítico ejercía el control total sobre la población.
En este sentido podemos decir que para los Inkas, el matrimonio era una cuestión de estado, un acto administrativo y no necesariamente religioso.
El principal interés por el casamiento radicaba en el hecho que la pareja recién formada recibía del estado su parcela de tierra, granos y todos los elementos necesarios para empezar a producir y tributar.
Por otra parte, el incremento de personas fue estratégicamente importante para un estado en franca expansión como el de los Inkas.

El casamiento era el estado normal del hombre adulto incluyendo a los sacerdotes.
Los únicos que no se casaban eran los ascetas o ermitaños y los prostitutos de los templos (Morúa, 1946).

Los Inkas tenían una esposa principal o legítima y variable número de concubinas, dependiendo la cantidad de éstas últimas del status social, jerarquía política y económica del esposo, pero todo controlado por el estado.
Los casamientos se realizaban en ceremonias públicas y con cierta solemnidad.

El novio recibía a la novia de manos del monarca inkaico o algún representante suyo, solo así convertía a su esposa en legal.
El estado establecía fechas específicas cada 1 o 2 años.
Acudían todos a la plaza principal de cada capital de provincia -recordemos que Chicoana fue una de ellas- donde formaban filas separadas acorde al sexo, rango y parentesco, con el objeto de ser emparejados y casados por el Inka.

Las edades fijadas para el casamiento oscilaban entre los 15 y 20 años para los hombres y un poco menos para las mujeres.
El matrimonio se asociaba a la mayoría de edad y a la obligación de tributar.

Las mujeres de los monarcas o kurakas salían de las akllahuasis (casa de las escogidas) y se procuraban los casamientos entre parientes.
Las Akllas o escogidas para ser distribuidas por los magistrados inkas como esposas o concubinas tenían entre 13 y 15 años de edad.
Las demás mujeres que quedaban sin casarse las llamaban Guasipas, las quedaban a cargo de los kurakas quienes las hacían trabajar y disponían de su casamiento sin que el inka entendiese en el tema, salvo el caso que quisiese para sí o algún dirigente jerarquizado alguna de ellas.
El resto las casaba con los hatun runas o tributarios quienes debían hacer un presente al padre de la novia y al kuraka. (Santillán, 1950).
Los miembros comunes del estado no recibían las esposas de los akllahuasis.

Todas las mujeres que no tenían marido permanecían como “depósito” o “reserva” hasta que el inka decidía a quien las entregaba.
La jerarquía de los inkas era directamente proporcional a la cantidad de mujeres que poseía, esto era un símbolo de poder.
Cada mujer que poseían iban acompañadas de las tierras necesarias para mantener la familia y tributar.

Una modalidad curiosa de matrimonio lo constituían los casamientos infantiles efectuados entre los hijos de los kurakas, cuyas edades oscilaban entre los 5 y 9 años.
Se realizaban todas las ceremonias como si fueran adultos, pero los esposos seguían viviendo con sus padres hasta la menarca de la mujer (primera menstruación) y los ritos de pubertad del hombre, hecho que les permitía consumar el matrimonio y empezar a convivir formalmente y tributar para el estado.

Otra variante de casamiento regido por el estado era el que se efectuaba entre impedidos, así se casaban entre ciegos, cojos, malformados, etc.
El Inka les daba casa, tierras, pastos y, en las ciudades formaban barrios con ellos.
Los trabajos que se les asignaba eran acordes con sus capacidades y limitaciones, pero no estaban eximidos del tributo.
Existía un refrán inkaico que decía “cásate con tu igual” (Varela, 1945).
Finalmente debemos mencionar una costumbre que perdura hasta nuestros días en el noroeste argentino y se trata de matrimonio o casamiento de prueba (servinacuy), donde la pareja convivía durante un tiempo y si había un buen entendimiento entre ambos podían casarse legalmente, caso contrario se separaban.
Fruto de esta convivencia podían nacer hijos, sin embargo este hecho no fue ni es condenable por la sociedad.

La virginidad no fue apreciada nunca, y en tal sentido el cronista Bernabé Cobo nos comenta que “la virginidad era vista como una tara para la mujer, pues el indio consideraba que solamente quedaban vírgenes las que no habían sabido hacerse amar por nadie”.
Otros cronistas citan ejemplos pintorescos al respecto, tal es el caso de un indio que se opone al matrimonio de su hermana con un pretendiente honorable, argumentando que los jóvenes no han tenido relaciones sexuales (Baudin, 1955).
Por otra parte un marido, peleándose con su mujer, le reprochaba no haber tenido amantes antes del matrimonio (Arriaga, 1928).

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