MANUEL BELGRANO
En el libro parroquial de bautismos de la Iglesia Catedral de Buenos Aires,
iniciado en el año de 1769 y concluido en el de 1775, se lee al final de la
página 43:
“En 4 de junio de 1770, el señor doctor don Juan Baltasar Maciel
canónigo magistral de esa santa iglesia Catedral, provisor y vicario general de
este obispado, y abogado de las reales audiencias del Perú y Chile, bautizó,
puso óleo y crisma a Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús, que nació ayer 3
del corriente: es hijo legítimo de don Domingo Belgrano Pérez y de doña Josefa
González: fue padrino D. Julián Gregorio de Espinosa”.
Nació nuestro héroe, cuarenta años antes de la gran revolución que lo
inmortalizó y a la que sirviera con abnegación ejemplar.
Manuel Belgrano fue el cuarto hijo de un matrimonio que tuvo ocho varones y
tres mujeres.
El padre, Domingo Belgrano y Peri, había llegado al Plata en 1751.
Era genovés.
En Buenos Aires prosperó; obtuvo la naturalización; integró el
núcleo de comerciantes importantes; se casó en 1757 con doña María Josefa
González Casero -de antiguo arraigo en la ciudad-, y dio a su numerosa familia,
educación esmerada y vida cómoda.
Los hijos correspondieron a la solicitud de
los padres: sirvieron al Estado en la milicia, en la administración o el
sacerdocio, con dedicación y brillo.
Quebrantos financieros en los últimos años de su vida -murió en 1795-
motivados por un proceso en el cual se vio implicado sin razón, le crearon
situaciones difíciles.
Los hijos se hicieron cargo de las obligaciones
pendientes, al abrirse la sucesión.
Y la gloria de su cuarto vástago arrancó
para siempre del anónimo a este esforzado comerciante ligur que tuvo confianza
en la generosa tierra del Plata.
Sus comienzos
Belgrano cursó las primeras letras en Buenos Aires.
En el Colegio San Carlos,
bajo la dirección del Dr. Luís Chorroarín, estudió latín y filosofía,
acordándosele el diploma de licenciado en esta última disciplina el 8 de junio
de 1787, cuando ya se encontraba en España adonde lo había enviado su padre para
instruirse en el comercio.
Sin embargo, fue en la Universidad de Salamanca, donde se matriculó,
graduándose de abogado en Valladolid en 1793.
Poco ha contado Belgrano de su
paso por las aulas peninsulares.
Más le interesaron las nuevas ideas económicas,
las noticias de Francia y su revolución – filtradas a pesar de la rigurosa
censura -, las discusiones de los cenáculos madrileños donde se hablaba de los
fisiócratas – mágica palabra – y hacían adeptos Campomanes, Jovellanos, Alcalá
GaIiano.
Conoció la vida de la Corte, viajó por la Península, leyó a sus autores
predilectos en francés, italiano e inglés; cultivó, en fin, su espíritu.
Cercana la hora del regreso recibió a fines de 1793 una comunicación oficial
en la que se le anunciaba haber sido nombrado Secretario perpetuo del Consulado
que se iba a crear en Buenos Aires.
En febrero de 1794 se embarcó para el Plata.
Iniciaba, así, a los veinticuatro años de edad, su actuación pública. Hasta su
hora postrera, estaría consagrado a servir a sus compatriotas.
Apoyó la creación de establecimientos de enseñanza, como las Escuelas de
Dibujo y de Náutica.
Redactó sus reglamentos, pronunció discursos, alentó las
vocaciones nacientes y trató de dar solidez a estas escuelas, prontamente
anuladas por la incomprensión peninsular.
Halló todavía tiempo para traducir un libro de Economía Política, redactar un
opúsculo sobre el tema, contribuir a la fundación del “Telégrafo Mercantil”,. e
interesar a un grupo de jóvenes que como él deseaba lo mejor para su patria, en
los principios fundamentales de la economía política.
No descuidó, sin embargo,
su tarea específica de secretario del Consulado, donde, detallada y
cuidadosamente, redactaba las actas. Durante una década – agitada ya por
fermentos e inquietudes — se preparó para manejar a los hombres y encauzar los
acontecimientos.
El primer cañonazo del invasor inglés – que precipitó los
hechos- alejará a Belgrano de su bufete, para lanzarlo a la acción.
Actitud durante las Invasiones Inglesas
El 27 de junio de 1806 fue un día de luto para Buenos Aires. Bajo un copioso
aguacero desfilaron hacia el Fuerte los 1.500 hombres de Beresford, que
abatieron la enseña real, mientras el virrey Sobremonte marchaba, apresurado,
hacia Córdoba.
Belgrano – capitán honorario de milicias urbanas – había estado en el Fuerte
para incorporarse a alguna de las compañías que se organizaron y que nada
hicieron, luego, para oponerse al invasor.
“Confieso que me indigné; me era muy
doloroso ver a mi patria bajo otra dominación y sobre todo en tal estado de
degradación que hubiera sido subyugada por una empresa aventurera, cual era la
del bravo y honrado Beresford, cuyo valor admiro y admiraré siempre en esta
peligrosa empresa”.
Días más tarde los miembros del Consulado prestaron juramento de
reconocimiento a la dominación británica. Belgrano se negó a hacerlo, y como
fugado, pasó a la Banda Oriental, de donde regresó, ya reconquistada la ciudad,
aunque habían sido sus propósitos participar en la lucha popular.
Belgrano militar
Al organizarse las tropas para una nueva contingencia, Belgrano fue elegido
sargento mayor del Regimiento de Patricios.
Celoso del cargo, estudió rudimentos
de milicia y manejo de armas, y asiduamente cumplió con sus deberes de
instructor.
Cuando quedó relevado de estas funciones fue adscripto a la plana
mayor del coronel César Balbiani, cuartel maestre general y segundo jefe de
Buenos Aires. Como ayudante de éste, actuó Belgrano en la defensa de Buenos Aires.
A comienzos de 1815, Manuel Belgrano abandona completamente sus funciones
militares y es enviado a Europa, junto a Rivadavia y Sarratea, en funciones
diplomáticas.
Conoce allí al célebre naturalista Amado Bonpland, y lo convence
de venir a América, a estudiar la naturaleza y el paisaje de estas regiones.
También se destacará como diplomático, desarrollando una importante labor
propagandística, cuya finalidad es que la revolución sea reconocida en el Viejo
Continente.
Propuesta monárquica
Regresa al país en julio de 1816 y viaja a Tucumán para participar de los
sucesos independentistas, donde tiene un alto protagonismo.
Tres días antes de
la declaración de la Independencia (9 de julio de 1816), declama ante los
congresistas e insta a declarar cuanto antes la independencia.
Propone una idea
que contaba con el apoyo de San Martín: la consagración de una monarquía:
“Ya
nuestros padres del congreso han resuelto revivir y reivindicar la sangre de
nuestros Incas para que nos gobierne.
Yo, yo mismo he oído a los padres de
nuestra patria reunidos, hablar y resolver rebosando de alegría, que pondrían de
nuestro rey a los hijos de nuestros Incas.”
No obstante, la propuesta monárquica
de Belgrano no prospera, dado que habían corrido rumores de que incluía la
cesión de la corona a la casa de Portugal.
Más tarde, Belgrano seguirá desarrollando una ardua actividad
político-diplomática: por ejemplo, será el encargado de firmar el Pacto de San
Lorenzo con Estanislao López que, en 1919, pondrá fin a las disputas entre
Buenos Aires y el litoral.
Además, volverá a encabezar el Ejército del Norte, en
el cual, gracias a la fama que gozaba entonces como jefe y patriota, será
vivamente admirado por la tropa.
Sus últimos días
Aquejado por una grave enfermedad que lo minó durante más de cuatro años, y
todavía en su plenitud, el prócer murió en Buenos Aires el 20 de junio de 1820,
empobrecido y lejos de su familia.
Si bien no se casó, de sus amores con una
joven tucumana nació su hija, Manuela Mónica, que fuera enviada por su pedido a
Buenos Aires, para instruirse y establecerse.
También tuvo un hijo con María
Josefa Ezcurra. Juan Manuel de Rosas y Encarnación Ezcurra, hermana de María
Josefa, adoptan al pequeño, que pasa a llamarse Pedro Rosas y Belgrano.
Sólo un diario, “El Despertador Teofilantrópico” se ocupó de la muerte de
Belgrano, para los demás no fue noticia.
Culminaba así una vida dedicada a la libertad de la Patria y a su crecimiento
cultural y económico.
En este sentido, se destaca de Belgrano que fue el
promotor de la enseñanza obligatoria que el virrey Cisneros decretó en 1810.
Se
destaca también su labor como periodista (después de su actuación en el
Telégrafo Mercantil), creó el Correo de Comercio, que se publicó entre 1810 y
1811, y en el cual se promovió la mejora de la producción, la industria y el
comercio); y como fundador de la Escuela de Matemáticas (en 1810, costeada por
el Consulado), y de la Academia de Matemáticas del Tucumán, que en 1812 instauró
para la educación de los cadetes del ejército.
Fuente
Corvalán Mendhilarzu, Dardo: “Los Colores de la Bandera Nacional”. Hist. de
la Nac. Arg.
Educar
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Fernández Díaz, Augusto: “Origen de los Colores Nacionales”. Revista de
Historia, Nº 11.
HT (Hijo ‘e Tigre) – La Bandera Nacional.
Ramallo, Jorge María: “Las Banderas de Rosas”. Rev. J. M. de Rosas, N’
17.
Ramirez Juárez, Evaristo: “Las Banderas Cautivas”.
Rosa, José María – Historia Argentina.
Turone, Gabriel O. – Manuel Belgrano (2007).
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