Juan Manuel de Rosas nació en Buenos Aires el 30 de marzo de 1793, de padres pertenecientes a familias de ricos y poderosos terratenientes. Se crió en una estancia de la familia, ingresó en la escuela de Francisco Javier Argerich en Buenos Aires a la edad de ocho años. El 12 de agosto de 1806 estuvo entre los voluntarios que formaron el ejército que reconquistó Buenos Aires. Luego de la rendición, Liniers lo devolvió a sus padres, portador de honrosa carta testimonial. Cuando tuvo que elegir entre regresar a la escuela o ir a la estancia de la familia en Rincón de López (donde los indios habían matado a su abuelo en 1783), se decidió por lo último, afirmando que lo único que quería en la vida era ser estanciero. Permaneció allí durante los años plenos de acontecimientos que siguieron a la Revolución de Mayo; fue administrador de esa estancia en 1811 y al poco tiempo demostró poder desempeñar con habilidad tanto las tareas del gaucho como las del control y comercialización. En 1820, se casó con Encarnación de Ezcurra y Arguibel. Se enfrentó con sus padres por una cuestión de honor relacionada con su administración de la estancia de la familia, y por ello cambió y simplificó el nombre de Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rozas por el de Juan Manuel de Rosas y comenzó su exitosa carrera como estanciero independiente. Su primera actuación oficial fue en 1818 a pedido del Director Supremo Pueyrredón para que asumiera la responsabilidad de defender la frontera sur de los ataques de los indios. Logró resolver los problemas por medio de tratados con los caciques indios a quienes conocía bien. Al año siguiente envió al gobierno un plan para el desarrollo, la vigilancia y la defensa de las pampas más remotas, anticipando en sesenta años la Conquista del Desierto. Se unió al ejército de Rodríguez en Buenos Aires para luchar, con Manuel Dorrego, en la campaña contra José Miguel Carrera, Carlos M. de Alvear y Estanislao López en su oposición al gobierno de Buenos Aires. Renunció al ejército con el rango de coronel; regresó a Los Cerrillos y la vida de campo. Continuó preparado, con sus gauchos y peones armados, para proteger la frontera contra el ataque de los indios, instaló fuertes a lo largo de la nueva línea de frontera e hizo nuevos acuerdos con los indios, pero Rivadavia (entonces presidente) se negó a aceptar las condiciones de Rosas. Los indios renovaron sus ataques y Rosas, que tenía su estancia en la frontera, se convirtió en un poderoso opositor de Rivadavia. Para ese entonces se había hecho federal, opuesto violentamente a los unitarios, dirigidos por Rivadavia. Después de la renuncia de Rivadavia (1827), Rosas fue designado comandante de la milicia con órdenes de lograr la paz con los indios y de establecer un pueblo en Bahía Blanca. Realizó con éxito ambos cometidos. Cuando el unitario Lavalle destituyó del cargo de gobernador de Buenos Aires a Dorrego en 1828, Rosas se unió a Estanislao López de Santa Fe para derrotar a Lavalle en Puente de Márquez, el 26 de abril de 1829, y en julio Lavalle y Rosas firmaron una tregua. El 6 de diciembre de 1829, Rosas fue nombrado gobernador de Buenos Aires con poderes extraordinarios; desde entonces hasta febrero de 1852 -con la excepción del corto período desde 1832 hasta 1835- dominó no sólo Buenos Aires, sino también las provincias. Rosas designó un gabinete capaz, incluyendo a Tomás Guido como ministro de Gobierno y de Relaciones Exteriores, Manuel J. García como ministro de Hacienda y Juan Ramón Balcarce como ministro de Guerra y Marina; una de sus primeras acciones fue celebrar un solemne funeral por Dorrego, ejecutado por Lavalle el año anterior; luego confiscó las propiedades de aquellos que habían intervenido en la revolución del 1º de diciembre de 1828, que había derrocado al gobierno de Dorrego; utilizó estos fondos para recompensar a los veteranos de su ejército restaurador y a los agricultores y peones que hablan sufrido grandes pérdidas en la lucha. Rosas, que creía firmemente que una reorganización nacional constitucional era prematura en ese momento, retiró el apoyo de Buenos Aires; el 5 de diciembre de 1832, fue reelecto gobernador pero no aceptó el cargo, a pesar de las súplicas del pueblo. Juan Ramón Balcarce asumió la gobernación de Buenos Aires pero comenzaron a surgir desavenencias entre sus partidarios y los de Rosas; destituido por Rosas en la “Revolución de los Restauradores”, lo siguió Juan José Viamonte (1833-1834); mientras tanto, Rosas había ido al sur de la provincia para dirigir las fuerzas expedicionarias hacia el corazón del territorio al sudoeste, oeste y noroeste de Buenos Aires. Una sequía de tres años había sido desastrosa para la pastura del ganado y era esencial conseguir nuevas tierras; con casi dos mil hombres, Rosas empujó a los indios más hacia el sur, abriendo nuevas tierras, destruyendo tribus de importantes caciques que habían atacado los pueblos de Buenos Aires, matando o capturando a miles de indios, rescatando unos dos mil cautivos de ellos y explorando los cursos de los ríos Neuquén, Limay y Negro hasta el pie de los Andes. Finalmente, firmó la paz con los indios, prometiéndoles la comida necesaria a cambio de su rendición y otras concesiones; esta paz duró veinte años; a su regreso a Buenos Aires, se lo aclamó con entusiasmo como héroe conquistador; la legislatura le confirió el título de “Restaurador de las leyes”. El 30 de junio de 1834 la Legislatura eligió gobernador a Rosas. Rechazó el cargo una y otra vez hasta que, tras el brevísimo gobierno de Maza, los diputados le confirieron (13 de abril de 1835) la suma del poder público. En 1838 Francia bloqueó el Río de la Plata, tomando la isla de Martín García en octubre. Cualesquiera hayan sido los motivos del agresor no cabe duda de que Rosas se condujo patrióticamente, salvando el honor nacional. Pero debía desplegar sus energías luchando ahora contra los enemigos de afuera y los adversarios de adentro. En 1839 el complot de Maza acarreó a éste una trágica muerte y el mismo año se produjo la Revolución del Sur, abortada el 7 de noviembre. Lavalle, desde Montevideo, iniciaba sin éxito el avance sobre Buenos Aires. En octubre de 1840 el tratado de Mackau trajo la ansiada paz con Francia, que resultó efímera. En 1843 Rosas sitió Montevideo y en el mismo año se le levantó en armas Corrientes. A continuación (la alianza de Inglaterra y Francia contra Buenos Aires) le deparó un nuevo y amargo trago. El 20 de noviembre de 1845 Mansilla intentó detener la entrada de la escuadra francobritánica en una acción de características bizarras y brillantes. Cuatro años después, un 24 de noviembre, el tratado de paz con Inglaterra nos devolvió la isla Martín García y el 31 de agosto de 1850 se firmó el cese de las hostilidades con Francia. En 1851, Justo José de Urquiza de Entre Ríos, uno de los generales más importantes de Rosas, anunció su intención de derrocar a Rosas. Con la ayuda de los unitarios, las fuerzas de Rivera, el Brasil (contra el que Rosas había luchado por el Uruguay) y la mayoría de los caudillos provinciales, las fuerzas de Rosas fueron vencidas en la batalla de Caseros: el 3 de febrero de 1852. Rosas, con su familia, fue llevado a Inglaterra en un barco inglés. Se estableció en un pequeño pueblo de Inglaterra (Swarkling) cerca de Southamptom, donde vivió durante veinticinco años. Falleció el 14 de marzo de 1877 y fue enterrado allí. En 1990 se repatriaron sus restos a la Argentina y se colocaron en el cementerio de La Recoleta. Don Juan Manuel de Rosas no ha muerto. Vive en el espíritu del pueblo, al que apasiona con su alma gaucha, su obra por los pobres, su defensa de nuestra independencia, la honradez ejemplar de su gobierno y el saber que es una de las más fuertes expresiones de la argentinidad. Vive en los viejos papeles, que cobran vida y pasión en las manos de los modernos historiadores y que convierten en defensores de Rosas a cuantos en ellos sumergen honradamente en busca de la verdad, extraños a esa miseria de la historia dirigida, desdeñosos de los ficticios honores oficiales. Y vive, sobre todo, en el rosismo, que no es el culto de la violencia, como quieren sus enemigos o como, acaso, lo desean algunos rosistas equivocados. Cuando alguien hoy vitorea a Rosas, no piensa en el que ordenó los fusilamientos de San Nicolás, sino en el hombre que durante doce años defendió, con talento, energía, tenacidad y patriotismo, la soberanía y la independencia de la Patria contra las dos más grandes potencias del mundo. El rosismo, ferviente movimiento espiritual, es la aspiración a la verdad en nuestra Historia y en nuestra vida política, la protesta contra la entrega la Patria al extranjero, el odio a lo convencional, a la mentira que todo lo envenena. El nombre don Juan Manuel de Rosas ha llegado a ser hoy, lo que fue en 1840: la encarnación y el símbolo de la conciencia nacional, de la Argentina independiente y autárquica, de la Argentina que está dispuesta a desangrarse antes que ser estado vasallo de ninguna gran potencia. Frente a los imperialismos que nos amenazan, sea en lo político o en lo económico, el nombre Rosas debe unir a los argentinos. Estudiemos su obra y juzguémosla sin prejuicios. Y amémosla, no en lo que tuvo de injusta, excesiva y violenta, sino en lo que tuvo de típicamente argentina y de patriótica. Fuente Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado Gálvez, Manuel – Vida de don Juan Manuel de Rosas. T III, Buenos Aires (1974) revisionistas
miércoles, 30 de marzo de 2011
domingo, 27 de marzo de 2011
LA FRONTERA CON BOLIVIA SIGUE CALIENTE
Jujuy: Roban 14 camiones que transportaban explosivos. La frontera con Bolivia sigue siendo una zona caliente en materia de seguridad. Las recientes denuncias sobre el incremento de la actividad del narcotráfico en Salta y las incursiones en territorio argentino del coronel boliviano Willy Gareca no son las únicas alertas. En el desolado Paso de Jama (Jujuy), en los últimos 7 meses robaron 14 camiones argentinos. Lo sugestivo es que muchos de estos vehículos transportaban explosivos. Inseguridad en la frontera: roban camiones Según informó Héctor Barreda, propietario de una empresa de transporte, en menos de ocho meses robaron catorce camiones argentinos en el Paso de Jama, Jujuy, de los cuales sólo uno fue recuperado. Son llevados a Bolivia. El propietario de la empresa de transporte de carga transportadora MERCOSUR S.A. y además miembro de la Cámara de Transporte, Héctor Barreda, aseguró que tomaron intervención en el caso los consulados de Chile y Bolivia. Los hechos delictivos están protagonizados por una banda muy bien organizada, cuyos miembros serían oriundos de Bolivia que roban tanto en territorio argentino como chileno. Barreda explicó los conductores de los vehículos muchas veces son agredidos cuando se producen los asaltos y además, en algunos casos, son camiones de cargas peligrosas ya que llevaban componentes de explosivos. http://www.informatesalta.com.ar/noticia.asp?q=23713 Preocupación por el robo de camiones en el paso de Jama Robaron catorce camiones argentinos en Paso de Jama en siete meses. Trece vehículos siguen desaparecidos y uno fue encontrado en Bolivia. Intervienen los consulados de Chile y Bolivia, ya que los integrantes de la banda son bolivianos y operan en Chile. En Argentina, venden lo conseguiros en los asaltos. El empresario afectado e integrante de la Cámara de Transporte y Héctor Barreda, explicó que los vándalos agredieron a los choferes de estos camiones que en su mayoría y trasladaban cargas peligrosas, tales como componentes de explosivos. El próximo lunes a las 10.30 en la Cámara de Transportistas de Carga General, Internacional y Mercancía Peligrosa de la Provincia se analizará la situación buscando soluciones. http://www.grupoaries.com.ar/ariesfm/index.php?option=com_content&view=article&id=7580:preocupacion-por-el-robo-de-camiones-en-el-paso-de-jama&catid=1:salta-locales&Itemid=4
domingo, 20 de marzo de 2011
¿ A QUE VIENE LA PRESIDENTE A SALTA ?
Una nueva visita a Salta realizará la presidente Cristina Kirchner el próximo 22 de marzo, y la información asegura que es con motivo de la apertura de una planta fabril, pero la circunstancia de que llegue a días a las elecciones provinciales hace dudar que ese sea el verdadero motivo.
Como jefa de Estado realizó su primera visita a Salta en marzo de 2008 para inaugurar de modo virtual -ya que lo hizo desde el Centro de Convenciones, sin desplazarse al interior- una etapa de pavimentación en la ruta 81.
En su discurso, al resaltar las obras públicas en ejecución, prometió la reactivación del Ferrocarril Belgrano Cargas, promesa que ha quedado incumplida.
Ese mismo año regresó para las celebraciones del 25 de mayo, viaje que según la opinión generalizada tenía como motivo escaparle al tedeum y a la homilía del cardenal Jorge Bergoglio, mientras que otras opiniones la interpretaban como una reparación a la conducta de su esposo que, como se recuerda, nunca pisó suelo salteño mientras ejerció ese cargo.
En aquella ocasión el discurso presidencial estuvo exento de promesas, aunque sí mantuvo un extraño silencio sobre anuncios orientados al futuro, dado el conflicto con el campo.
Regresó a tierra salteña, sólo por unas horas, el 11 de febrero del 2009, a causa de la trágica inundación de Tartagal.
Dijo que “el problema no es solamente la tragedia de la naturaleza, sino la tragedia de la pobreza”, y señaló que había que realizar más obra pública.
Una prometida conferencia de prensa no se realizó, embarcó en un helicóptero que la llevó al aeropuerto de Mosconi y regresó inmediatamente a Buenos Aires.
Hubo durante y después de su visita anuncios y promesas que giraban alrededor de la obra pública pero que, en buena parte, aún no se concretaron.
No menos vacía de resultados fue su última llegada a esta provincia el 18 de junio de 2009, para inaugurar el Tren Urbano en Salta y poner en marcha el ambicioso proyecto nacional de trenes urbanos que contemplaba cinco ramales ferroviarios en las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Chaco, Salta y Tucumán.
No pasó mucho tiempo para que ese anunciado proyecto se desvaneciera en la bruma federal.
El tan esperado tren urbano de los salteños “por ahora no será posible” anunció el entonces secretario de Planificación del municipio, Emiliano Venier, confirmando la noticia.
Hubo un expresivo silencio del coordinador de Proyectos Ferroviarios del Ejecutivo provincial, el ex romerista Gabriel Roberts.
¿A qué viene la Presidente a Salta si no va a contestar sobre estas frustraciones o tantas otras provocadas por la lejanía y el enajenamiento del poder de decisión en temas vitales?
¿Qué respuestas puede dar sobre la ineficacia de Vialidad Nacional en el mantenimiento de las rutas nacionales que discurren por suelo salteño, que afloró con las recientes tragedias e incomunicación vial en la provincia?
¿Qué puede conocerse acerca del pensamiento de quien, fiel a un estilo, huye y rehúye las conferencias de prensa; de quién ha manifestado que los fotógrafos son los periodistas que más le agradan con motivo de que trabajan sin hacer preguntas?
Cristina Kirchner viene a Salta para hacer campaña política, no es otro el fin de su peregrinación al Norte.
Llega porque no una sino dos fórmulas, la de Urtubey-Zottos y la de Wayar-Guaymás, traccionan votos para el kirchnerismo puro, votos que suman, como ahora los de Catamarca, para lograr el ambicioso proyecto presidencial de ganar las elecciones en octubre prescindiendo del peronismo, ganarlas por méritos no compartidos, partitura cuya ejecución intentara anteriormente Néstor Kirchner, que llegó hasta la crítica de Perón en ese afán.
Los votos de Salta servirán para engrosar la envergadura de la candidatura cristinista, aunque aquí deba de hacer malabarismo para lograr que las dos fórmulas colectoras sientan que reciben ellas similares atenciones.
Este viaje de campaña es una prueba más de que la viuda de Kirchner es la candidata para octubre, que la pretendida incertidumbre sobre su decisión no es tal y que, seguramente, ese sentimiento que le produce el llamado pejotismo le ha hecho elegir ya un vicepresidente in pectore ajeno al aparato peronista.
Mientras tanto, a escasos meses de las elecciones, sigue jugando al misterio de las candidaturas, como si gobernar fuese sólo un juego.
Dr. Armando José Frezze
Abogado
Ex juez de la Corte de Justicia de Salta
domingo, 13 de marzo de 2011
14 DE MARZO DE 1877: FALLECIMIENTO DEL SEÑOR DE LAS PAMPAS
El 14 de marzo de 1877 y lejos de la Patria que tanto amó, entregaba su alma al Creador nuestro Ilustre Restaurador de las Leyes y defensor de la Religión, Don Juan Manuel de Rosas “EL SEÑOR DE LAS PAMPAS” .
“Yo siempre fui un patriota de la tierra y un patriota del cielo” Leopoldo Marechal
Por eso el motivo de esta conmemoración, ante un nuevo aniversario de su muerte, encuentra su síntesis en las palabras que pronunciara el P. Alberto Ezcurra, cuando la justa repatriación:
“…te pedimos Señor, te pedimos que no olvidemos nunca las cosas grandes de nuestro pasado.
Porque una Nación sólo puede construir su futuro, si como un árbol tiene hundidas profundamente las raíces en la verdad del pasado”.
Y nuestro pasado, a decir verdad, es de una gloria absoluta.
La Argentina no fue concebida por la democracia liberal; fue la Realeza de Nuestro Señor Jesucristo la que le dio en sus comienzos el ser y en la historia su grandeza.
Grandeza que encontramos en el gobierno de este gaucho y patriota.
Rosas tenía una profunda concepción católica de la política. Sabía que el orden social debía fundamentarse con sólidos cimientos religiosos, morales y jurídicos.
Recibió un país anarquizado y logró restaurar, gracias a esa sabiduría práctica que poseía -propia del ejercicio de la prudencia- la autoridad y la unión; son sus palabras:
“…Ninguno ignora que una facción numerosa de hombres corrompidos, haciendo alarde de su impiedad y poniéndose en guerra abierta con la Religión, la Justicia, la Humanidad, el Orden Público, la Honestidad y la Buena Fe, ha introducido por todas partes el desorden y la inmoralidad, ha desvirtuado las leyes, generalizado los crímenes, disuelto la sociedad y presentado en triunfo la alevosía y la perfidia.
El remedio de estos males no puede sujetarse a formas, y su aplicación debe ser pronta y expedita…
Persigamos de muerte al impío, al sacrílego, al ladrón, al homicida y sobre todo, al pérfido y traidor que tenga la osadía de burlarse de nuestra buena fe.
Resolvámonos a combatir con denuedo a esos malvados que han puesto en confusión a nuestra tierra…
El Todopoderoso, que en su Divina Providencia nos ha puesto en esta terrible situación, dirigirá nuestros pasos y con su especial protección nuestro triunfo será seguro”.
¡Viva la Santa Federación, mueran los salvajes unitarios!
He aquí el santo y seña por excelencia, porque la confrontación entre unitarios y federales no se trataba de una rencilla igual a las que hoy estamos hartos de ver en la politiquería local.
Era, esencialmente, una cuestión teológica; por eso es que se tornó irreconciliable.
La Federación significaba el celo ardiente por la fe en Dios y por la Patria.
El liberalismo, engendrado en las satánicas sectas masónicas, era el componente ideológico que alimentaba al Unitarismo.
Por eso éstos, nos dirá el Caudillo, atacan a la Santa Religión Católica que es la que “engendra virtudes cristianas y cívicas que constituyen la base de la felicidad de los Estados”.
El “Mueran los salvajes unitarios” es pasible de comparación con el “matar al error, amar al que yerra” agustiniano.
Así se lo explicará a Felipe Heredia: “No es que se desee la muerte (física) de determinadas personas, sino que mueran civilmente, o que sea exterminado para siempre el feroz bando unitario”.
“Viva la Santa Federación”.
¿Por qué habría de ser Santa?
Porque la causa que se defendía era “la causa encomendada por el Todopoderoso”.
Repitámoslo para que no queden dudas y consignemos tres breves ejemplos para confirmar lo expuesto insistiendo que, en el fondo, se trataba de una cuestión teológica.
El bien y el mal se daban batalla en una época en donde el sentido religioso es el que impera.
Por esto es que, entonces, a los unitarios se los consideraba como a herejes; de allí es que toma sentido la divisa levantada por Juan Facundo Quiroga “¡Religión o muerte!”; el canto que se oía en las provincias:
“Cristiano soy, líbreme Dios de ser porteño”; y la carta que el Restaurador le enviara al Tigre de los Llanos donde le expresa que “Antes de ser federales éramos cristianos”.
¿Qué quiso significar con ello? Sencillamente que la condición de católico sustenta a la de patriota.
El justo y merecido reconocimiento
Traigamos a nuestra memoria, para ir concluyendo, tres fragmentos de misivas del Padre de la Patria que nos sirven como testimonio irrefutable.
En la primera de éstas le expresará a su amigo Guido su alegría por el rumbo que llevaba la Nación conducida por Don Juan Manuel:
“…Veo con placer la marcha que sigue nuestra Patria:
desengañémonos, nuestros países no pueden (a lo menos por muchos años) regirse de otro modo que por gobiernos vigorosos, más claro, despóticos…; no hay otro arbitrio para salvar un Estado que tiene (como el Perú) muchos Doctores… que un gobierno absoluto” (26-X-1836).
En el segundo testimonio el Gral. San Martín hace al Restaurador su apreciación sobre la Confederación Argentina:
“He tenido una verdadera satisfacción al saber el levantamiento del injusto bloqueo con que nos hostilizaban las dos primeras naciones de Europa; esta satisfacción es tanto más completa cuanto el honor del país no ha tenido nada que sufrir, y por el contrario presenta a todos los nuevos estados Americanos un modelo que seguir y más cuando éste esté apoyado en la justicia” (2-XI-1848).
Don Juan Manuel, el Señor de las Pampas, condujo a su pueblo al bienestar, es decir, logró el anhelado Bien Común, fruto de su abnegada vocación de servicio.
Por ello el Libertador le expresará que: “…como argentino me llena de verdadero orgullo, el ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecidos en nuestra querida patria; y todos estos progresos efectuados en medio de circunstancias tan difíciles en que pocos estados se habrán hallado.
Por tantos bienes realizados, yo felicito a Ud.
Sinceramente como igualmente a toda la Confederación Argentina” (6-V-1850).
Colofón
La Argentina estaba siendo sometida y ante el peligro de verla perecer Juan Manuel encarnó la reacción criolla.
Restableció a la Nación reafirmándola en los principios que le dieron el ser y la devolvió al imperio de la virtud, del bienestar y de la grandeza.
Hoy nuestra Patria está siendo amenazada de muerte.
Reaccionemos como Don Juan Manuel, como verdaderos patriotas.
Sabemos que los tiempos son malos; “coraje doble” entonces.
El Caudillo Restaurador nos alienta con su ejemplo.
Hagamos nuestro, pues, su Ideal que no fue otro más que el Reinado de Cristo en la Argentina; y por el cual luchó y consagró su vida.
Daniel Omar González Céspedes
Red Patriotica Argentina
jueves, 10 de marzo de 2011
EL TIEMPO DE CUARESMA
1. Origen y vicisitudes de la Cuaresma.
La Cuaresma es hoy un período litúrgico de cuarenta días, destinados a preparar la digna celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Por lo mismo, es un tiempo de mayor penitencia y recogimiento, y en que con más ahínco ha de procurarse la compunción del corazón.
Por más que los liturgistas no están aún acordes acerca de la fecha precisa en que se estableció en la Iglesia la Cuaresma, si viviendo todavía los apóstoles o bastante después, todos sabemos que hay una Cuaresma de origen bíblico; pues en la Biblia constan expresamente las de Moisés, Elías y Jesucristo.
¿La practicarían como observancia eclesiástica los apóstoles y los primitivos cristianos? San Jerónimo, San León Magno y otros santos Padres pretenden que sí, y su opinión por cierto es muy probable, aunque no se apoya en ningún documento escrito. Verdad es que San Ireneo, en el siglo II, y la “Didascalia”, en el III, hablan de ayunos preparatorios para la Cuaresma; pero los ayunos de aquél son nada más que de contados días, y los de éste de sola la Semana Santa.
El primer documento conocido que menciona la Cuaresma propiamente dicha, es el canon 5 del concilio ecuménico de Nicea, celebrado en 325.
A partir de esa fecha, abundan los testimonios en los escritos y concilios de Oriente, y desde el año 340, también en Occidente.
Pero lo que ni en Oriente ni en Occidente se descubre claramente, en aquellos primeros siglos, es el comienzo y término de la Cuaresma.
Combinándola de muy distinta manera las diversas iglesias, incluyendo unas en ella la Semana Santa, y excluyéndola otras.
En una cosa, empero, convenían todas: en el número de ayunos, que solía ser para los fieles, de treinta y seis días.
En el siglo V se unificó, por fin, la duración; y en el VII, un Papa posterior a San Gregorio Magno completó los cuatro días de ayuno que faltaban a la Cuaresma, prescribiéndolo como obligatorio desde el miércoles de ceniza, que por eso se llamó caput jejunii o “principio del ayuno”.
2. Prácticas cuaresmales.
Lo que Moisés, Elías y Jesucristo practicaron con más rigor en sus respectivas cuaresmas, fue el ayuno y la oración, los que, por lo mismo, sirvieron de base para la Cuaresma cristiana, a la cual agregó la Iglesia la práctica de la limosna y obras de caridad.
La ley del ayuno la observaban los antiguos con sumo rigor. No contentos con cercenar la cantidad de alimento, privábanse totalmente de carnes, huevos, lacticinios, pescado, vino y todo aquello que el uso común considerábalo como un regalo.
Hacían sólo una comida diaria, después de la Misa “estacional” y Vísperas, que terminaban al declinar la tarde; y esa única comida solamente consistía en pan, legumbres y agua, y, a las veces, una cucharada de miel.
Con la particularidad que ninguno se eximía del ayuno ni aun los jornaleros, ni los ancianos, ni los mismos niños de más de doce años de edad, tan sólo para los enfermos hacíase una excepción, que habían de refrendar el médico y el sacerdote.
A estas penitencias añadían otras privaciones, tales como la continencia conyugal, la supresión de las bodas y festines, del ejercicio judicial, de los juegos, recreos públicos, caza, deportes, etcétera.
De este modo se santificaba la Cuaresma no ya solamente en el templo como ahora, sino también en los hogares, y hasta en los tribunales, en los casinos, en los hoteles, en los teatros y en los circos.
Es decir, que el espíritu de Cuaresma informaba la vida de toda la sociedad cristiana.
Actualmente la observancia íntegra del ayuno y abstinencia cuaresmal ha quedado confinada a algunas órdenes religiosas, ya que el derecho común tan sólo manda ayunar con abstinencia el miércoles de ceniza y de témporas, y los viernes y sábados de Cuaresma, y sin abstinencia, todos los demás días [1].
De hecho, estos mismos ayunos cuaresmales están reducidos en muchos países casi a la nada, merced a los indultos, bulas y privilegios particulares; habiendo llegado a tanto la condescendencia de la Iglesia, en cuanto al modo de observarlos, que en ellos ha permitido leche, huevos, pescado, vino y otros géneros de regalos, además de autorizar una comida fuerte, un desayuno, aunque leve, y una ligera colación.
La oración cuaresmal por excelencia era y es la Santa Misa, precedida antiguamente de la procesión estacional.
Ahora es digno complemento, por la tarde, el ejercicio del Viacrucis.La limosna practicábase en la Iglesia con ocasión de la colecta de la Misa y otras particulares que se hacían en favor del clero, viudas, huérfanos y menesterosos, con quienes también ejercitaban a porfía otras obras de caridad.
3. Aspecto exterior del templo.
La ley de la abstinencia cuaresmal diríase que hasta a los tem plos materiales alcanza, pues a ellos también les impone la ley litúrgica sus privaciones, con las que se fomenta la compunción y el recogimiento.
Los templos, en efecto, vénse privados durante los oficios cuaresmales del alegre aleluya, del himno angélico Gloria in excelsis, de la festiva despedida Ite missa est, de los acordes del órgano, de las flores, iluminaciones y demás elementos de adorno, y del uso, fuera de las festividades de los Santos, de otros ornamentos que los morados, de cuyo color se cubren también, desde el domingo de Pasión, los crucifijos y las imágenes.
Tal es el aspecto severo del templo o como si dijéramos el continente exterior de la liturgia en tiempo de Cuaresma, el que acentúa todavía más los cantos graves y melancólicos del repertorio gregoriano y el frecuente arrodillarse para los rezos corales.
4. El alma de la liturgia Cuaresmal.
Si, empero, sondeamos el alma de la liturgia cuaresmal a la luz de los Evangelios, de sus epístolas, oraciones, antífonas y demás textos de su rica literatura, la vemos embargada de los más variados sentimientos de arrepentimiento, de confianza, de ternura, de compasión, de pena, de temor.
El Breviario de Cuaresma, con sus homilías y sermones con sus himnos, sus capítulos y sus responsorios, a cual más expresivos y piadosos, pone en juego los más delicados recursos de nuestra madre la Iglesia, para conmover los corazones de sus hijos; pero con eso y todo, todavía le supera el Misal.
Aquí encontramos cuadros indescriptibles: conversiones y absoluciones de pecadores, como la Samaritana, la Magdalena, la adúltera, el Hijo pródigo, los Ninivitas, multitud de curaciones y milagros del Salvador; rasgos generosos de desprendimiento, como el de la viuda de Sarepta; difuntos resucitados y madres y hermanos consolados; a José, víctima de la envidia de sus hermanos, y a Jesús, vendido por uno de sus íntimos, amenazas y voces de trueno y vaticinios terroríficos de los antiguos profetas para los pecadores obstinados y, en cambio, palabras dulces y persuasivas del Divino Maestro llamándolos a penitencia; ríos de lágrimas que cuestan a la Iglesia los cristianos impenitentes, y gozos inenarrables que suscita en el cielo su conversión; quejas de los sacerdotes en vista de la indiferencia de muchos, y tiernos clamores del pueblo fiel pidiendo al Señor perdón y misericordia.
Si penetramos todavía más hondamente en el corazón de la liturgia cuaresmal, descubrimos, además, tres grandes preocupaciones que embargan a la Iglesia:la trama y desarrollo de la Pasión del Señor;la preparación de los catecúmenos; yla reconciliación de los penitentes públicos.
No hay día ni casi oficio en que no se manifieste de algún modo esta triple preocupación, y es menester estar de ello advertidos para interpretar ciertos pasajes y aun ciertos ritos especiales que, aunque muy hermosos, parecerían, sin eso, intempestivos.
5. La Misa “estacional”.
Una de las particularidades más características de la liturgia cuaresmal antigua era la Misa “estacional”.
Tenía lugar todos los días, al atardecer, después de la hora de nona.
Durante todo el día, el pueblo y el clero dedicábanse a sus ocupaciones habituales, pero cuando el cuadrante solar del Fórum marcaba la hora de nona, los fieles de toda la ciudad de Roma se dirigían a la porfía hacia la iglesia estacional, a la que a menudo el mismo Papa acudía para ofrecer el Santo Sacrificio.
Ordinariamente, la colecta o reunión efectuábase en una de las basílicas vecinas, donde esperaban la llegada del Sumo Pontífice y de su séquito. Una vez éstos en la basílica, revestíase el Papa de sus ornamentos y subía al altar para rezar la colecta u oración de toda la asamblea, terminada la cual iban todos en proce sión a la iglesia “estacional”, al son de las letanías y precedidos por la Cruz procesional.
Allí el Papa celebraba la Misa del día, en la que todos los asistentes ofrecían y comulgaban.
Era ya la puesta de sol cuando el pueblo volvía a sus casas, satisfecho de haber ofrecido a Dios el sacrificio vespertino como coronamiento de una jornada laboriosa, santificada por la oración, por la penitencia y por el trabajo [2].
Esta Misa “estacional” era la única que antiguamente había en cada población: por eso la celebraba el Pontífice con asistencia del clero y del pueblo.
Como los de Cuaresma eran todos días de ayuno riguroso, todos esperaban en ayunas la hora de la Misa, para poder comulgar en ella.
Después hacían su única comida, y los monjes completaban el oficio canónico cantando en sus monasterios las Vísperas.
He aquí la razón de cantar Vísperas por la mañana antes de la comida, todos los días de Cuaresma, excepto los domingos, que no son de ayuno.
Un momento antes de la comunión, un subdiácono anunciaba al pueblo el lugar de la estación del día siguiente en estos términos: “Mañana, la estación será en la iglesia de San N.”
Y la schola respondía: “A Dios gracias”.
En seguida de la comunión y de la oración colecta, decía el celebrante la colecta super populum, que entonces reemplazaba a la bendición final.
Estas fórmulas de despedida que antiguamente estaban en uso en todas las liturgias, ano orientales, y que llevaban a veces consigo la imposición de las manos del obispo, sólo las ha conservado nuestro misal en las ferias de Cuaresma, por el carácter solemne y epicospal que éstas tenían [3].
Cuando el Papa no intervenía en la fiesta estacional, un acólito iba, después de la Misa, a su palacio, y le llevaba por devoción un poco de algodón mojado en la lámpara del santuario.
Al llegar, le pedía la bendición, la cual recibida, decíale: “Hoy tuvo lugar la estación en San N., y te saluda”. E
l Papa le respondía: “Deo gratias”, y después de besar respetuosamente el algodón, entregábaselo a su cubiculario, quien lo guardaba con cuidado para meterlo, al morir el Papa, en la almohadilla fúnebre [4].
En el actual Misal Romano se indica todavía, al principio de la Misa correspondiente, la basílica o iglesia “estacional” de cada día, lo que muchas veces será útil tener en cuenta para explicarse el uso de ciertos textos y su verdadero significado en aquel día determinado [5].
6. Los domingos de Cuaresma.
Descontando el de Pasión y el de Ramos, que habremos de estudiar aparte, son cuatro los domingos de Cuaresma, siendo él primero el de más categoría y el cuarto, o de Laetare el más popular.
El I domingo ha tomado entre los latinos el nombre de “invocabit” de la primera palabra del Introito de la Misa, y entre los griegos se le llama la fiesta de la ortodoxia, por señalar el aniversario del restablecimiento de las santas imágenes en el siglo IX.
En la Edad Media llamósele el domingo de las Antorchas, porque los jóvenes, que se habían desenfrenado en los jolgorios de Carnaval, presentábanse ese día en la iglesia con una tea encendida para pedir una penitencia al sacerdote, a fin de reparar sus pasados excesos, de los que eran absueltos el Jueves Santo en la reconciliación general.
También es conocido con el nombre de domingo de la Tentación, por referir el Evangelio de la Misa la triple tentación del Señor en el desierto.
El II domingo, hasta el siglo IX, fue de los llamados “domingos vacantes” o libres de “estación”, a causa de haberlo precedido con las suyas las IV témporas y estar el público cansado.
Después del siglo IX, empero, señalósele ya su estación, como a los demás.
El III domingo era el de los “escrutinios”, porque en él, o comenzaba el examen de los catecúmenos que habían de recibir el bautismo la vigilia de Pascua, o bien se les citaba para el miércoles siguiente.
7. El domingo “Laetare”.
El IV domingo, llamado Laetare (del introito), de los “cinco panes” (del Evangelio), y de la “rosa de oro” (de la bendición de la misma), es de los más celebrados del año litúrgico.
Por coincidir en la mitad de Cuaresma y suponer la Iglesia que los cristianos han vivido hasta aquí embargados, como ella, de una santa tristeza, la liturgia de este domingo se propone renovar en los ayunadores cuaresmales la alegría y la esperanza que todavía han menester hasta llegar al triunfo pascual.
A ese fin, además de elegir textos muy hermosos y muy adecuados para infundir alientos, permite en el templo las flores de adorno, el uso del órgano y hasta de ornamentos de color rosa; todo lo cual causa la impresión de ser éste un día de asueto litúrgico, podríamos decir, y de respiro espiritual.
La Iglesia se alegra hoy intensamente, pero con moderación todavía, como quien está dispuesta a reanudar en seguida las penitencias y las meditaciones dolorosas.
El rito característico de este domingo es la bendición de la rosa de oro, que efectúa en Roma el mismo soberano Pontífice.
Data de hacia el siglo X, y viene a ser como un anuncio poético de la proximidad de la Pascua florida.
Antiguamente la ceremonia se celebraba en el palacio de Letrán, residencia habitual de los Papas, desde donde el Pontífice, montado a caballo y con la tiara, y acompañado por el Sacro Colegio y el público de la ciudad, llevaba la rosa bendita a la iglesia “estacional”, que lo era Santa Cruz de Jerusalén.
Hoy se hace todo en el Vaticano, por lo que la ceremonia no suscita ya tanto el entusiasmo popular, si bien su eco resuena en todo el mundo, merced a las informaciones de los diarios.
Además de bendecirla, el Papa unge la rosa de oro con el Santo Crisma y la espolvorea con polvos olorosos, conforme al uso tradicional.
Al fin la regala a algún alto personaje del mundo católico, a alguna ciudad, etcétera, a quien quiere honrar; y por eso “dícese que su bendición sustituyó a la de las llaves de oro y plata, con limaduras de la cadena de San Pedro, que los soberanos Pontífices enviaban antiguamente a los príncipes cristianos, en pago de haberle proporcionado ellos reliquias de los apóstoles” [6].
Místicamente, representa esta rosa a Jesucristo resucitado, como lo explican los varios discursos pronunciados por los Papas en la ceremonia [7].
El origen de la ceremonia quizá derive de la fiesta bizantina de la media cuaresma, aunque también puede ser que provenga de que antiguamente se solemnizaba en Roma el principio del ayuno preparatorio para Pascua, que abarcaba entonces 3 semanas [8].
8. Las ferias más notables de Cuaresma.
Aparte del miércoles, viernes y sábado de las IV témporas de Cuaresma, de que hablaremos en su lugar, son dignas de especial mención, entre las ferias cuaresmales, el miércoles de la III y IV semana, por ser días de escrutinio, y el jueves de la III, que es como jalón de media Cuaresma.
Empezamos por advertir que todas las ferias de Cuaresma tienen, en el Breviario, su homilía propia, y en el Misal su misa correspondiente, lo que constituye un caudal riquísimo y variadísimo de doctrina y de piedad.
Los jueves, al principio, eran días alitúrgicos (sin reuniones litúrgicas) y por lo mismo carecían de misa propia, pero bajo el Papa Gregorio II (715 31), se les fijó también a ellos su misa, utilizando los elementos ya existentes.
El miércoles de la III semana comenzaba el escrutinio o examen de los catecúmenos que deseaban ser admitidos al bautismo en la vigilia de Pascua.
Empezábase por anotar sus nombres y separar en dos grupos los hombres y las mujeres.
Luego se rezaba por ellos, y ellos mismos también eran invitados a rezar; se les leía algún pasaje de la Biblia en vista de su instrucción; se les exorcizaba, se les imponían las manos, se les signaba, etcétera, y se les despedía del templo antes del Evangelio.
Al ofertorio, los padrinos y madrinas presentaban al Papa las oblaciones por sus futuros ahijados, cuyos nombres se leían públicamente durante el Canon.
Esto mismo se practicaba en los demás escrutinios.
El jueves de la III semana señala propiamente la mitad de los ayunos cuaresmales, no de la Cuaresma misma, la cual promedia justamente el domingo IV, como ya lo hemos notado.
Esta circunstancia hizo que esta feria tuviese entre los antiguos un carácter medio festivo y alentador, contribuyendo a ello no poco el recuerdo de los santos médicos Cosme y Damián, cuya basílica era la designada para la Misa estacional.Los textos de la Misa aluden casi todos a la salud y bienestar corporal, que la Iglesia pide a Dios para sus hijos, por intercesión de San Cosme y San Damián, para que terminen valerosamente el ayuno cuaresmal.
Eran esos Santos dos médicos sirios, que, por ejercer su profesión gratuitamente, eran conocidos con el sobrenombre de anargyros (sin plata), y constaba que curaban a los enfermos no tanto por su pericia profesional, como por virtud divina.
Su culto fué siempre muy popular,.y más desde que el Papa Félix IV les dedicó, en el siglo VI, la Basílica de la Vía Sacra, convertida pronto en un centro de peregrinación para enfermos y dolientes.
El miércoles de la IV semana era el día del gran escrutinio, el cual se celebraba en la majestuosa Basílica de San Pedro.
Los ritos especiales de este escrutinio eran: las oraciones, lecturas y exorcismos de costumbre; la lectura, por primera vez, y explicación del principio de cada uno de los cuatro Evangelios, la recitación, también por primera vez, del Símbolo de la fe, en latín y en griego, en atención a los catecúmenos de ambas lenguas, y su explicación por el sacerdote; ítem del Pater noster, petición tras petición.
Continuaba luego la Misa, y los catecúmenos se retiraban al recibir la orden del diácono.
Al conjunto de estos ritos se le denominaba apertio aurium (acto de abrir los oídos), porque por primera vez escuchaban estos textos sagrados, hasta entonces desconocidos.
Restos de este tercer escrutinio son, en la Misa actual, la oración, la lección y el gradual, que preceden a la epístola ordinaria de este día.
R.P. Andrés Azcárate, “La Flor de la Liturgia”; Buenos Aires, Abadía San Benito, 6ta. Ed., 1951; pág.486-497.
Notas:
[1] “Código de Der. Can.”, can. 1252, 2 y 3.
[2] En la Argentina el Indulto Apostólico reduce los ayunos con abstinencia al Miércoles de Ceniza y a todos los Viernes, y los ayunos sin abstinencia a los Miércoles y al Jueves Santo.
[3] Card. Schuster: ab. cit., val. III, c. I.
[4] Card. Schnster: ob. cit.
[5] Card. Schuster: ob. cit.
[6] Para ello ninguna guía mejor que el “Liber Sacramentorum” del Card. Schuster.
[7] Molien: “La Priere de l'Eglise”, I, p. 304.[8] Cf. “Année Lit.” (Careme) de Dom Guéranger.
STAT VERITAS
La Cuaresma es hoy un período litúrgico de cuarenta días, destinados a preparar la digna celebración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.
Por lo mismo, es un tiempo de mayor penitencia y recogimiento, y en que con más ahínco ha de procurarse la compunción del corazón.
Por más que los liturgistas no están aún acordes acerca de la fecha precisa en que se estableció en la Iglesia la Cuaresma, si viviendo todavía los apóstoles o bastante después, todos sabemos que hay una Cuaresma de origen bíblico; pues en la Biblia constan expresamente las de Moisés, Elías y Jesucristo.
¿La practicarían como observancia eclesiástica los apóstoles y los primitivos cristianos? San Jerónimo, San León Magno y otros santos Padres pretenden que sí, y su opinión por cierto es muy probable, aunque no se apoya en ningún documento escrito. Verdad es que San Ireneo, en el siglo II, y la “Didascalia”, en el III, hablan de ayunos preparatorios para la Cuaresma; pero los ayunos de aquél son nada más que de contados días, y los de éste de sola la Semana Santa.
El primer documento conocido que menciona la Cuaresma propiamente dicha, es el canon 5 del concilio ecuménico de Nicea, celebrado en 325.
A partir de esa fecha, abundan los testimonios en los escritos y concilios de Oriente, y desde el año 340, también en Occidente.
Pero lo que ni en Oriente ni en Occidente se descubre claramente, en aquellos primeros siglos, es el comienzo y término de la Cuaresma.
Combinándola de muy distinta manera las diversas iglesias, incluyendo unas en ella la Semana Santa, y excluyéndola otras.
En una cosa, empero, convenían todas: en el número de ayunos, que solía ser para los fieles, de treinta y seis días.
En el siglo V se unificó, por fin, la duración; y en el VII, un Papa posterior a San Gregorio Magno completó los cuatro días de ayuno que faltaban a la Cuaresma, prescribiéndolo como obligatorio desde el miércoles de ceniza, que por eso se llamó caput jejunii o “principio del ayuno”.
2. Prácticas cuaresmales.
Lo que Moisés, Elías y Jesucristo practicaron con más rigor en sus respectivas cuaresmas, fue el ayuno y la oración, los que, por lo mismo, sirvieron de base para la Cuaresma cristiana, a la cual agregó la Iglesia la práctica de la limosna y obras de caridad.
La ley del ayuno la observaban los antiguos con sumo rigor. No contentos con cercenar la cantidad de alimento, privábanse totalmente de carnes, huevos, lacticinios, pescado, vino y todo aquello que el uso común considerábalo como un regalo.
Hacían sólo una comida diaria, después de la Misa “estacional” y Vísperas, que terminaban al declinar la tarde; y esa única comida solamente consistía en pan, legumbres y agua, y, a las veces, una cucharada de miel.
Con la particularidad que ninguno se eximía del ayuno ni aun los jornaleros, ni los ancianos, ni los mismos niños de más de doce años de edad, tan sólo para los enfermos hacíase una excepción, que habían de refrendar el médico y el sacerdote.
A estas penitencias añadían otras privaciones, tales como la continencia conyugal, la supresión de las bodas y festines, del ejercicio judicial, de los juegos, recreos públicos, caza, deportes, etcétera.
De este modo se santificaba la Cuaresma no ya solamente en el templo como ahora, sino también en los hogares, y hasta en los tribunales, en los casinos, en los hoteles, en los teatros y en los circos.
Es decir, que el espíritu de Cuaresma informaba la vida de toda la sociedad cristiana.
Actualmente la observancia íntegra del ayuno y abstinencia cuaresmal ha quedado confinada a algunas órdenes religiosas, ya que el derecho común tan sólo manda ayunar con abstinencia el miércoles de ceniza y de témporas, y los viernes y sábados de Cuaresma, y sin abstinencia, todos los demás días [1].
De hecho, estos mismos ayunos cuaresmales están reducidos en muchos países casi a la nada, merced a los indultos, bulas y privilegios particulares; habiendo llegado a tanto la condescendencia de la Iglesia, en cuanto al modo de observarlos, que en ellos ha permitido leche, huevos, pescado, vino y otros géneros de regalos, además de autorizar una comida fuerte, un desayuno, aunque leve, y una ligera colación.
La oración cuaresmal por excelencia era y es la Santa Misa, precedida antiguamente de la procesión estacional.
Ahora es digno complemento, por la tarde, el ejercicio del Viacrucis.La limosna practicábase en la Iglesia con ocasión de la colecta de la Misa y otras particulares que se hacían en favor del clero, viudas, huérfanos y menesterosos, con quienes también ejercitaban a porfía otras obras de caridad.
3. Aspecto exterior del templo.
La ley de la abstinencia cuaresmal diríase que hasta a los tem plos materiales alcanza, pues a ellos también les impone la ley litúrgica sus privaciones, con las que se fomenta la compunción y el recogimiento.
Los templos, en efecto, vénse privados durante los oficios cuaresmales del alegre aleluya, del himno angélico Gloria in excelsis, de la festiva despedida Ite missa est, de los acordes del órgano, de las flores, iluminaciones y demás elementos de adorno, y del uso, fuera de las festividades de los Santos, de otros ornamentos que los morados, de cuyo color se cubren también, desde el domingo de Pasión, los crucifijos y las imágenes.
Tal es el aspecto severo del templo o como si dijéramos el continente exterior de la liturgia en tiempo de Cuaresma, el que acentúa todavía más los cantos graves y melancólicos del repertorio gregoriano y el frecuente arrodillarse para los rezos corales.
4. El alma de la liturgia Cuaresmal.
Si, empero, sondeamos el alma de la liturgia cuaresmal a la luz de los Evangelios, de sus epístolas, oraciones, antífonas y demás textos de su rica literatura, la vemos embargada de los más variados sentimientos de arrepentimiento, de confianza, de ternura, de compasión, de pena, de temor.
El Breviario de Cuaresma, con sus homilías y sermones con sus himnos, sus capítulos y sus responsorios, a cual más expresivos y piadosos, pone en juego los más delicados recursos de nuestra madre la Iglesia, para conmover los corazones de sus hijos; pero con eso y todo, todavía le supera el Misal.
Aquí encontramos cuadros indescriptibles: conversiones y absoluciones de pecadores, como la Samaritana, la Magdalena, la adúltera, el Hijo pródigo, los Ninivitas, multitud de curaciones y milagros del Salvador; rasgos generosos de desprendimiento, como el de la viuda de Sarepta; difuntos resucitados y madres y hermanos consolados; a José, víctima de la envidia de sus hermanos, y a Jesús, vendido por uno de sus íntimos, amenazas y voces de trueno y vaticinios terroríficos de los antiguos profetas para los pecadores obstinados y, en cambio, palabras dulces y persuasivas del Divino Maestro llamándolos a penitencia; ríos de lágrimas que cuestan a la Iglesia los cristianos impenitentes, y gozos inenarrables que suscita en el cielo su conversión; quejas de los sacerdotes en vista de la indiferencia de muchos, y tiernos clamores del pueblo fiel pidiendo al Señor perdón y misericordia.
Si penetramos todavía más hondamente en el corazón de la liturgia cuaresmal, descubrimos, además, tres grandes preocupaciones que embargan a la Iglesia:la trama y desarrollo de la Pasión del Señor;la preparación de los catecúmenos; yla reconciliación de los penitentes públicos.
No hay día ni casi oficio en que no se manifieste de algún modo esta triple preocupación, y es menester estar de ello advertidos para interpretar ciertos pasajes y aun ciertos ritos especiales que, aunque muy hermosos, parecerían, sin eso, intempestivos.
5. La Misa “estacional”.
Una de las particularidades más características de la liturgia cuaresmal antigua era la Misa “estacional”.
Tenía lugar todos los días, al atardecer, después de la hora de nona.
Durante todo el día, el pueblo y el clero dedicábanse a sus ocupaciones habituales, pero cuando el cuadrante solar del Fórum marcaba la hora de nona, los fieles de toda la ciudad de Roma se dirigían a la porfía hacia la iglesia estacional, a la que a menudo el mismo Papa acudía para ofrecer el Santo Sacrificio.
Ordinariamente, la colecta o reunión efectuábase en una de las basílicas vecinas, donde esperaban la llegada del Sumo Pontífice y de su séquito. Una vez éstos en la basílica, revestíase el Papa de sus ornamentos y subía al altar para rezar la colecta u oración de toda la asamblea, terminada la cual iban todos en proce sión a la iglesia “estacional”, al son de las letanías y precedidos por la Cruz procesional.
Allí el Papa celebraba la Misa del día, en la que todos los asistentes ofrecían y comulgaban.
Era ya la puesta de sol cuando el pueblo volvía a sus casas, satisfecho de haber ofrecido a Dios el sacrificio vespertino como coronamiento de una jornada laboriosa, santificada por la oración, por la penitencia y por el trabajo [2].
Esta Misa “estacional” era la única que antiguamente había en cada población: por eso la celebraba el Pontífice con asistencia del clero y del pueblo.
Como los de Cuaresma eran todos días de ayuno riguroso, todos esperaban en ayunas la hora de la Misa, para poder comulgar en ella.
Después hacían su única comida, y los monjes completaban el oficio canónico cantando en sus monasterios las Vísperas.
He aquí la razón de cantar Vísperas por la mañana antes de la comida, todos los días de Cuaresma, excepto los domingos, que no son de ayuno.
Un momento antes de la comunión, un subdiácono anunciaba al pueblo el lugar de la estación del día siguiente en estos términos: “Mañana, la estación será en la iglesia de San N.”
Y la schola respondía: “A Dios gracias”.
En seguida de la comunión y de la oración colecta, decía el celebrante la colecta super populum, que entonces reemplazaba a la bendición final.
Estas fórmulas de despedida que antiguamente estaban en uso en todas las liturgias, ano orientales, y que llevaban a veces consigo la imposición de las manos del obispo, sólo las ha conservado nuestro misal en las ferias de Cuaresma, por el carácter solemne y epicospal que éstas tenían [3].
Cuando el Papa no intervenía en la fiesta estacional, un acólito iba, después de la Misa, a su palacio, y le llevaba por devoción un poco de algodón mojado en la lámpara del santuario.
Al llegar, le pedía la bendición, la cual recibida, decíale: “Hoy tuvo lugar la estación en San N., y te saluda”. E
l Papa le respondía: “Deo gratias”, y después de besar respetuosamente el algodón, entregábaselo a su cubiculario, quien lo guardaba con cuidado para meterlo, al morir el Papa, en la almohadilla fúnebre [4].
En el actual Misal Romano se indica todavía, al principio de la Misa correspondiente, la basílica o iglesia “estacional” de cada día, lo que muchas veces será útil tener en cuenta para explicarse el uso de ciertos textos y su verdadero significado en aquel día determinado [5].
6. Los domingos de Cuaresma.
Descontando el de Pasión y el de Ramos, que habremos de estudiar aparte, son cuatro los domingos de Cuaresma, siendo él primero el de más categoría y el cuarto, o de Laetare el más popular.
El I domingo ha tomado entre los latinos el nombre de “invocabit” de la primera palabra del Introito de la Misa, y entre los griegos se le llama la fiesta de la ortodoxia, por señalar el aniversario del restablecimiento de las santas imágenes en el siglo IX.
En la Edad Media llamósele el domingo de las Antorchas, porque los jóvenes, que se habían desenfrenado en los jolgorios de Carnaval, presentábanse ese día en la iglesia con una tea encendida para pedir una penitencia al sacerdote, a fin de reparar sus pasados excesos, de los que eran absueltos el Jueves Santo en la reconciliación general.
También es conocido con el nombre de domingo de la Tentación, por referir el Evangelio de la Misa la triple tentación del Señor en el desierto.
El II domingo, hasta el siglo IX, fue de los llamados “domingos vacantes” o libres de “estación”, a causa de haberlo precedido con las suyas las IV témporas y estar el público cansado.
Después del siglo IX, empero, señalósele ya su estación, como a los demás.
El III domingo era el de los “escrutinios”, porque en él, o comenzaba el examen de los catecúmenos que habían de recibir el bautismo la vigilia de Pascua, o bien se les citaba para el miércoles siguiente.
7. El domingo “Laetare”.
El IV domingo, llamado Laetare (del introito), de los “cinco panes” (del Evangelio), y de la “rosa de oro” (de la bendición de la misma), es de los más celebrados del año litúrgico.
Por coincidir en la mitad de Cuaresma y suponer la Iglesia que los cristianos han vivido hasta aquí embargados, como ella, de una santa tristeza, la liturgia de este domingo se propone renovar en los ayunadores cuaresmales la alegría y la esperanza que todavía han menester hasta llegar al triunfo pascual.
A ese fin, además de elegir textos muy hermosos y muy adecuados para infundir alientos, permite en el templo las flores de adorno, el uso del órgano y hasta de ornamentos de color rosa; todo lo cual causa la impresión de ser éste un día de asueto litúrgico, podríamos decir, y de respiro espiritual.
La Iglesia se alegra hoy intensamente, pero con moderación todavía, como quien está dispuesta a reanudar en seguida las penitencias y las meditaciones dolorosas.
El rito característico de este domingo es la bendición de la rosa de oro, que efectúa en Roma el mismo soberano Pontífice.
Data de hacia el siglo X, y viene a ser como un anuncio poético de la proximidad de la Pascua florida.
Antiguamente la ceremonia se celebraba en el palacio de Letrán, residencia habitual de los Papas, desde donde el Pontífice, montado a caballo y con la tiara, y acompañado por el Sacro Colegio y el público de la ciudad, llevaba la rosa bendita a la iglesia “estacional”, que lo era Santa Cruz de Jerusalén.
Hoy se hace todo en el Vaticano, por lo que la ceremonia no suscita ya tanto el entusiasmo popular, si bien su eco resuena en todo el mundo, merced a las informaciones de los diarios.
Además de bendecirla, el Papa unge la rosa de oro con el Santo Crisma y la espolvorea con polvos olorosos, conforme al uso tradicional.
Al fin la regala a algún alto personaje del mundo católico, a alguna ciudad, etcétera, a quien quiere honrar; y por eso “dícese que su bendición sustituyó a la de las llaves de oro y plata, con limaduras de la cadena de San Pedro, que los soberanos Pontífices enviaban antiguamente a los príncipes cristianos, en pago de haberle proporcionado ellos reliquias de los apóstoles” [6].
Místicamente, representa esta rosa a Jesucristo resucitado, como lo explican los varios discursos pronunciados por los Papas en la ceremonia [7].
El origen de la ceremonia quizá derive de la fiesta bizantina de la media cuaresma, aunque también puede ser que provenga de que antiguamente se solemnizaba en Roma el principio del ayuno preparatorio para Pascua, que abarcaba entonces 3 semanas [8].
8. Las ferias más notables de Cuaresma.
Aparte del miércoles, viernes y sábado de las IV témporas de Cuaresma, de que hablaremos en su lugar, son dignas de especial mención, entre las ferias cuaresmales, el miércoles de la III y IV semana, por ser días de escrutinio, y el jueves de la III, que es como jalón de media Cuaresma.
Empezamos por advertir que todas las ferias de Cuaresma tienen, en el Breviario, su homilía propia, y en el Misal su misa correspondiente, lo que constituye un caudal riquísimo y variadísimo de doctrina y de piedad.
Los jueves, al principio, eran días alitúrgicos (sin reuniones litúrgicas) y por lo mismo carecían de misa propia, pero bajo el Papa Gregorio II (715 31), se les fijó también a ellos su misa, utilizando los elementos ya existentes.
El miércoles de la III semana comenzaba el escrutinio o examen de los catecúmenos que deseaban ser admitidos al bautismo en la vigilia de Pascua.
Empezábase por anotar sus nombres y separar en dos grupos los hombres y las mujeres.
Luego se rezaba por ellos, y ellos mismos también eran invitados a rezar; se les leía algún pasaje de la Biblia en vista de su instrucción; se les exorcizaba, se les imponían las manos, se les signaba, etcétera, y se les despedía del templo antes del Evangelio.
Al ofertorio, los padrinos y madrinas presentaban al Papa las oblaciones por sus futuros ahijados, cuyos nombres se leían públicamente durante el Canon.
Esto mismo se practicaba en los demás escrutinios.
El jueves de la III semana señala propiamente la mitad de los ayunos cuaresmales, no de la Cuaresma misma, la cual promedia justamente el domingo IV, como ya lo hemos notado.
Esta circunstancia hizo que esta feria tuviese entre los antiguos un carácter medio festivo y alentador, contribuyendo a ello no poco el recuerdo de los santos médicos Cosme y Damián, cuya basílica era la designada para la Misa estacional.Los textos de la Misa aluden casi todos a la salud y bienestar corporal, que la Iglesia pide a Dios para sus hijos, por intercesión de San Cosme y San Damián, para que terminen valerosamente el ayuno cuaresmal.
Eran esos Santos dos médicos sirios, que, por ejercer su profesión gratuitamente, eran conocidos con el sobrenombre de anargyros (sin plata), y constaba que curaban a los enfermos no tanto por su pericia profesional, como por virtud divina.
Su culto fué siempre muy popular,.y más desde que el Papa Félix IV les dedicó, en el siglo VI, la Basílica de la Vía Sacra, convertida pronto en un centro de peregrinación para enfermos y dolientes.
El miércoles de la IV semana era el día del gran escrutinio, el cual se celebraba en la majestuosa Basílica de San Pedro.
Los ritos especiales de este escrutinio eran: las oraciones, lecturas y exorcismos de costumbre; la lectura, por primera vez, y explicación del principio de cada uno de los cuatro Evangelios, la recitación, también por primera vez, del Símbolo de la fe, en latín y en griego, en atención a los catecúmenos de ambas lenguas, y su explicación por el sacerdote; ítem del Pater noster, petición tras petición.
Continuaba luego la Misa, y los catecúmenos se retiraban al recibir la orden del diácono.
Al conjunto de estos ritos se le denominaba apertio aurium (acto de abrir los oídos), porque por primera vez escuchaban estos textos sagrados, hasta entonces desconocidos.
Restos de este tercer escrutinio son, en la Misa actual, la oración, la lección y el gradual, que preceden a la epístola ordinaria de este día.
R.P. Andrés Azcárate, “La Flor de la Liturgia”; Buenos Aires, Abadía San Benito, 6ta. Ed., 1951; pág.486-497.
Notas:
[1] “Código de Der. Can.”, can. 1252, 2 y 3.
[2] En la Argentina el Indulto Apostólico reduce los ayunos con abstinencia al Miércoles de Ceniza y a todos los Viernes, y los ayunos sin abstinencia a los Miércoles y al Jueves Santo.
[3] Card. Schuster: ab. cit., val. III, c. I.
[4] Card. Schnster: ob. cit.
[5] Card. Schuster: ob. cit.
[6] Para ello ninguna guía mejor que el “Liber Sacramentorum” del Card. Schuster.
[7] Molien: “La Priere de l'Eglise”, I, p. 304.[8] Cf. “Année Lit.” (Careme) de Dom Guéranger.
STAT VERITAS
MIÉRCOLES DE CENIZA: POLVO ERES Y EN POLVO TE CONVERTIRÁS
La Cuaresma se inicia el Miércoles de Ceniza:
“Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem revertis”
(Recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás).
Es día de ayuno y abstinencia:
El ayuno obliga desde los veintiún años hasta los sesenta cumplidos.
La abstinencia obliga a partir de los siete años cumplidos (habiendo uso de razón).
El ayuno es realizar sólo una comida fuerte (completa) al día.
Se permite, además, la parvedad en la mañana y la colación en la noche que consiste en un muy ligero alimento (bastante menor al acostumbrado).
No debe comerse ningún otro alimento entre comidas.
Los líquidos simples o para calmar la sed pueden beberse a cualquier hora (por ejemplo: agua, cerveza, vino, café con poca azúcar, etc.).
No deben beberse caldos, leche y otros que fungen como alimento.
La abstinencia prohibe comer carne y caldo de carne de animales terrestres o que vuelan (res, carnero, cerdo, pollo, codorniz, pájaros, etc.).
Se permite la carne de pescados o mariscos.
En algunas regiones existe el error generalizado de que se permite el pollo o el caldo de pollo, pero esto no es así.
MIERCOLES DE CENIZA: EL INICIO DE LA CUARESMA.
La imposición de las cenizas nos recuerda que nuestra vida en la tierra es pasajera y que nuestra vida definitiva se encuentra en el Cielo.
La Cuaresma comienza con el Miércoles de Ceniza y es un tiempo de oración, penitencia y ayuno.
Cuarenta días que la Iglesia marca para la conversión del corazón.
Origen de la costumbreAntiguamente los judíos acostumbraban cubrirse de ceniza cuando hacían algún sacrificio y los ninivitas también usaban la ceniza como signo de su deseo de conversión de su mala vida a una vida con Dios.
En los primeros siglos de la Iglesia, las personas que querían recibir el Sacramento de la Reconciliación el Jueves Santo, se ponían ceniza en la cabeza y se presentaban ante la comunidad vestidos con un “hábito penitencial”.
Esto representaba su voluntad de convertirse.
En el año 384 d.C., la Cuaresma adquirió un sentido penitencial para todos los cristianos y desde el siglo XI, la Iglesia de Roma acostumbra poner las cenizas al iniciar los 40 días de penitencia y conversión.
Las cenizas que se utilizan se obtienen quemando las palmas usadas el Domingo de Ramos de año anterior.
Esto nos recuerda que lo que fue signo de gloria pronto se reduce a nada.
También, fue usado el período de Cuaresma para preparar a los que iban a recibir el Bautismo la noche de Pascua, imitando a Cristo con sus 40 días de ayuno.
La imposición de ceniza es una costumbre que nos recuerda que algún día vamos a morir y que nuestro cuerpo se va a convertir en polvo.
Nos enseña que todo lo material que tengamos aquí se acaba.
En cambio, todo el bien que tengamos en nuestra alma nos lo vamos a llevar a la eternidad.
Al final de nuestra vida, sólo nos llevaremos aquello que hayamos hecho por Dios y por nuestros hermanos los hombres.
Cuando el sacerdote nos pone la ceniza, debemos tener una actitud de querer mejorar, de querer tener amistad con Dios.
La ceniza se le impone a los niños y a los adultos.
DEL CATECISMO MAYOR DE SAN PÍO X:
39. ¿Por qué el primer día de Cuaresma se llama día de CENIZA?
El primer día de Cuaresma se llama día de Ceniza porque en este día pone la Iglesia sobre la cabeza de los fieles la sagrada Ceniza.
40. ¿Por qué la Iglesia impone la sagrada Ceniza al principio de la Cuaresma?
La Iglesia, al principio de la Cuaresma, acostumbra poner la sagrada Ceniza para recordarnos que somos compuestos de polvo y a polvo hemos de reducirnos con la muerte, y así nos humillemos y hagamos penitencia de nuestros pecados, mientras tenemos tiempo.
41. ¿Con qué disposiciones hemos de recibir la sagrada Ceniza?
Hemos de recibir la sagrada Ceniza con un corazón contrito y humillado, y con la santa resolución de pasar la Cuaresma en obras de penitencia.
42. ¿Qué hemos de hacer para pasar bien la Cuaresma según la mente de la Iglesia?
Para pasar bien la Cuaresma según la mente de la Iglesia hemos de hacer cuatro cosas:
1ª, guardar exactamente el ayuno y la abstinencia, y mortificarnos no sólo en las cosas ilícitas y peligrosas, sino también en cuanto podamos en las lícitas, como sería moderándonos en las recreaciones;
2ª, darnos a la oración y hacer limosnas y otras obras de cristiana piedad con el prójimo más que de ordinario,
3ª, oír la palabra de Dios, no ya por costumbre o curiosidad, sino con deseo de poner en práctica las verdades que se oyen;
4ª, andar con solicitud en prepararnos a la confesión para hacer más meritorio el ayuno y disponernos mejor a la Comunión pascual.
Iglesia Católica
lunes, 7 de marzo de 2011
LA MILICIA Y LA MUJER
Despedida en la Sorpresa de San Calá en 1841, del pintor Juan Manuel Blanes
Es conocido el derecho que tuvo el milico de arrimar a su mujer a los fuertes o cuarteles y de que ella lo siguiera en las campañas, como una parte más –y oficialmente reconocida- del ejército.
Esta historia es tan vieja que no tiene arranque.
La cuartelera fue legendaria.
Las hubo de la ciudad, como las que acompañaron al brigadier Martín Rodríguez en su tercera salida al sur y casi mueren de hambre y de frío en tierras del Napostá.
Las salvó el coronel Manuel A. Pueyrredón que tomó a los indios de Pillahuincó un botín de doce mil ovejas y algunos vacunos.
Al respecto el historiador Enrique Ferracutti, dice: “…al llegar el arreo tomado a los indios lo recibieron con ruidosa alegría y hombres y mujeres disputaban con pequeños lazos para tomar una oveja o un cordero.
Como el desorden se generalizó el gobernador debió aplacarlo apelando al látigo, secundado por los soldados, que con palos trataban de contener el desborde.
No obstante estas medidas se carnearon alrededor de mil ovejas y se perdió la mayor parte del ganado vacuno”.
También eran cuarteleras de ciudad las que siguieron al ejército de Juan Manuel de Rosas cuando salió de Buenos Aires hacia Caseros.
En las “Memorias” del Cirujano General de la Marina de los Estados Unidos, doctor Jonathan M. Foltz, testigo presencial de los sucesos, se lee:
“Las tropas eran seguidas por muchas mujeres con sus chicos, a caballo.
Una pobre mujer india, con un cigarro en la boca, llevaba un bebé en brazos y otro niño detrás de ella, en ancas”.
Parece que el ejército no fue el único campo de acción de estas mujeres, también anduvieron por la marina.
Lo cual no deja de ser una novedad.
Según Villafañe, el “Diario del reconocimiento del Río Negro de Patagones” de Nicolás Descalzi, cita en las tripulaciones de la goleta “Encarnación” y la ballenera “Manuelita” en 1833, la presencia de mujeres.
Finalmente resta incluir en la nómina a la verdadera fortinera, aquélla que no sólo fue la compañera que alivió las penas del milico y le impidió olvidar en un todo la civilización suministrándole un remedo de hogar, sino la que fue generosa y esforzada paridora de nuevas poblaciones.
Alfredo Ebelot fue testigo presencial de la marcha de las tropas desde Laguna Blanca Grande hasta Salliqueló, cuando se avanzó la frontera en la presidencia de Avellaneda siendo ministro de Guerra el Dr. Adolfo Alsina.
En sus memorias (“La Pampa”) su descripción del movimiento coincide, exactamente, con la que hiciera posteriormente el comandante Manuel Prado de una milicia en marcha, “seguida por las mujeres y los niños, cabalgando sobre montañas de pilchas, al compás de las ollas, de las pavas, de los platos que se golpeaban al traqueteo de la bestia”, y además flanqueada por la enorme caballada de repuesto, dividida en fracciones de a cien cabezas “y cada trozo arreado por un soldado y dos mujeres sin hijos”.
Como todavía, a la tropa seguía la caravana de carretas -259 llevó el brigadier Rodríguez en su segunda salida-, toda aquella muchedumbre, un verdadero pueblo en movimiento, debió asemejar la grandiosidad histórica de los pueblos bárbaros marchando por las estepas de Asia.
Ebelot se preguntaba:
¿de dónde han venido estas mujeres y qué ha podido vincularlas a esta existencia?.
La pregunta de Ebelot demuestra que ignoraba las normas y procedimientos de reclutamiento del ejército de línea.
Evidentemente, todas esas mujeres no llegaron solas y persiguiendo una aventura; todas fueron forzada y forzosamente tras de un hombre.
Del marido, si era un preso destinado por la justicia de los jueces de paz; del novio, si le había caído servicio en el sorteo de un contingente; del hermano, si eran huérfanos; del pobre ilusionado en cobrar como personero de un pudiente o del padre, si carecía de todo otro amparo.
Y cada caso nombrado se podría combinar con cualesquiera de los otros casos, hasta formar una gama infinita de variantes posibles, de destinos irreversibles y generalmente sin retorno.
Un famoso pintor uruguayo, Juan Manuel Blanes, tiene en el Museo Histórico Nacional un hermosísimo cuadro.
Su nombre es significativo seguramente para pocos; se titula “La sorpresa de San Calá en 1841”.
Pero aunque se ignoren los detalles de nuestras guerras civiles, nadie con sensibilidad puede contemplar sin quedar en suspenso y conmovido, a esa mujer semidesnuda, montada en pelo a horcajadas sobre un brioso caballo blanco que en la desesperación de la despedida estira su mano crispada al coronel José María Vilela –sorprendido de noche en su campamento por el general Angel Pacheco- y quien, ansioso de salvar a su compañera, golpea el anca mórbida del animal con su mano para apresurar la partida.
Episodio patético e impresionante el tema que exhibe Blanes, que debió repetirse muchas veces y es ejemplar muestra de aquella legendaria mujer de la pampa, que si supo de lucimientos y nidos de amor, de maternidades y muertes, de bailes y galanteos, también anduvo con entereza mezclada en sucesos de guerra y malones como heroína o como cautiva, en trance de jugarse la vida amparada por su valor o en entregarse a la sola ayuda de las esperanzas de su religión.
Y cuando no, rodeada de chiquilines se consumían en el mayor desamparo, mientras los maridos corrían en las montoneras.
Dejando las familias
A la clemencia de Dios,
Y andaban los años enteros
Encima del mancarrón!
Cuatro versos de Hilario Ascasubi que describen, en magnífica síntesis, la iniciación de la ineluctable tragedia de la pampa, cuando ya comenzaba a no ser virgen.
Cuando la mujer había comenzado también a perder su libertad.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado
Ferracutti, Enrique – Las expediciones militares en los orígenes de Bahía Blanca – Ediciones Círculo Militar – Buenos Aires (1962).
Todo es Historia – Año VIII, Nº 95, Abril de 1875.
Vedoya, Juan Carlos – La Mujer en las pampas.
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