Nació en la ciudad de Salta el 8 de febrero de 1785, siendo sus padres Gabriel de Güemes Montero, comisario de guerra y ministro general de la real hacienda de la Provincia, y María Magdalena de Goyenechea y la Corte (nacida en Jujuy e hija del general Martín Miguel de Goyenechea).
Ambos progenitores del famoso caudillo estaban vinculados a las familias más respetables de Salta y de Jujuy.
Influenciado el joven Güemes por la tradición de su abuelo materno y con el beneplácito de sus padres, sentó plaza de cadete en el Regimiento “Fijo” de Buenos Aires (en una compañía que se encontraba en Salta), el 13 de febrero de 1799.
El “Fijo” bajó a Buenos Aires en 1801 y de aquí a Montevideo en 1803. Más tarde compartió de las gloriosas jornadas de 1806 y 1807, con motivo de las invasiones inglesas, en las filas de su regimiento, ascendiendo por estos hechos a Alférez graduado, al mismo tiempo que le hacían Teniente de Milicias de Granaderos del Virrey Liniers.
En la Reconquista de la ciudad de Buenos Aires, el 12 de agosto de 1806, Güemes desempeñaba funciones de ayudante de Liniers, general en jefe de las fuerzas libertadoras.
La tradición cuenta que el combate había terminado después de dos horas de rápida acción llevada con toda energía por soldados bisoños, por el amor de la tierra en que nacieron, quebrantando el esfuerzo de expertos veteranos que habían hecho frente a los soldados de Bonaparte en San Juan de Acre.
Pueyrredón acababa de arrebatarles el estandarte del glorioso Regimiento Nº 71, y el general Beresford había rendido su espada.
Cercanas las sombras de lluviosa tarde de invierno, se reunía un grupo de jefes y oficiales al pie del asta bandera en el bastión Norte, contemplando con satisfacción el real pabellón, flameando donde hacía pocos momentos tremolaba el de la vieja Albión.
El jefe vencedor dialogaba en aquellos instantes con el jefe de la escuadrilla que había trasportado de La Colonia a las legiones reconquistadoras, Gutiérrez de la Concha.
El diálogo agitado de Liniers, apenas llegaba a herir los oídos de un joven bizarro de brillante uniforme, que inclinado desde sus años juveniles a la noble carrera de las armas, había revelado en aquellos angustiosos días una actividad y un comportamiento tan digno, que el general en jefe le había hecho quedar a su lado, en calidad de ayudante, como queda dicho; el día 11, enviado desde la plaza para informar a Liniers de la situación allí, había quedado al lado del futuro vencedor.
El diálogo entre Liniers y Gutiérrez de la Concha era producido por un buque de la escuadra de Popham, que había estado bombardeando la ciudad, el cual aparentemente estaba varado. El jefe de la Reconquista, después de observar con el catalejo el buque de referencia, se dio vuelta al ayudante Güemes y le dijo:
“Usted que siempre anda bien montado, galope por la orilla de la Alameda, que ha de encontrar a Pueyrredón, acampado a la altura de la batería Abascal y comuníquele la orden de avanzar soldados de caballería por la playa, hasta la mayor aproximación de aquel barco que resta cortado de la escuadra en fuga”.
Güemes con la velocidad del relámpago trasmitió a Pueyrredón la orden de Liniers y más rápidos aún, los húsares de aquel Jefe, se apresuraron a arrojarse al río con el agua hasta el encuentro de sus cabalgaduras, y rompían el fuego de sus tercerolas sobre el buque varado, cuyo comandante comprendiendo la gravedad de su situación, hizo señales desde el alcázar con un paño blanco, anunciando su rendición; era el “Justina”, de 26 cañones, 100 tripulantes, el cual durante aquella dura jornada, habiéndose acercado mucho a tierra, había hecho un fuego realmente destructor contra las legiones libertadoras, pero su audacia le resultó cara, como se ve.
Era una de las unidades de la escuadra británica del comodoro Home Popham.
Participó también en las operaciones que tuvieron por escenario la Banda Oriental, con motivo de las invasiones inglesas, y de regreso de estas campañas, solicitó permiso para regresar a Salta, ya teniente de milicias, lo que le fue concedido el 7 de abril de 1808. llegado a su ciudad natal, el gobernador Isasmendi dispuso fuese agregado a la guarnición de la plaza con el grado de Teniente.
La “Suprema Junta Gubernativa del Reino”, en Sevilla, el 13 de enero de 1809, le expidió a Güemes el ascenso a subteniente efectivo del Regimiento de Infantería de Buenos Aires.
Corría el año de 1810 y Güemes con el grado de Teniente de Granaderos de Fernando VII se encontraba en Salta con licencia, cuando estalló en Buenos Aires el movimiento emancipador.
Este resonó con eco extraordinario en aquella ciudad, que fue la primera que respondió al grito de libertad lanzado desde la Capital. Güemes se incorporó a las fuerzas que la Primera Junta lanzó sobre el Alto Perú, con una partida de 60 jinetes, a cuyo frente se presentó al nuevo Gobierno.
Esta partida de 60 hombres, fue llamada “Partida de Observación” y fue equipada con gran lujo, para el cual habían contribuido en gran parte las casas de Gurruchaga y de Moldes.
Güemes fue nombrado capitán de la misma, en setiembre de 1810, fecha en que se le encuentra destacado en Humahuaca (el día 22 de aquel mes).
Güemes al frente de su partida, contribuyó a la victoria de Suipacha, el 7 de noviembre de 1810. Reunidas las fuerzas en Potosí, algo grave pasó entre el general Balcarce y Güemes, con motivo del parte de Suipacha, por lo que este último fue separado del ejército, actitud de la cual reclamó Güemes ante la Junta, la que con fecha 23 de junio de 1811 accedió a su reclamo, ordenando su reincorporación al ejército, el cual ya se hallaba al mando de Pueyrredón, pues había sufrido ya el contraste de Huaqui, el día 20 de junio, lo que obligó a replegarse sobre Jujuy.
Güemes ya había sido ascendido a capitán y Pueyrredón al llegar a Jujuy reorganizó sus fuerzas, con las que avanzó nuevamente al Alto Perú, ocupando Suipacha con su vanguardia, mandada por Díaz Vélez; pero allí fue derrotado el 11 de enero de 1812, y al día siguiente en el combate de El Nazareno.
Ante este fracaso, Pueyrredón resuelve retirarse a Tucumán, y desde Humahuaca solicita su relevo, llegando el 20 de marzo del mismo año, a Yatasto, donde le recibe el mando el general Belgrano.
Belgrano contramarchó a Jujuy, donde se propuso la tarea de reorganizar el ejército.
Desde allí, despachó a Santiago del Estero al capitán Güemes, por un acto de indisciplina.
El “pecado” de Güemes fue su relación amorosa con la esposa de un teniente del Ejército, que la había abandonado y ya separada convivía con Güemes, que era soltero todavía.
Enterado Belgrano que esta señora se había ido a vivir a Santiago, decide el traslado de Güemes a Buenos Aires.
A su paso por Córdoba fue encargado de conducir a la Capital el contingente de presos realistas que se encontraba en aquella ciudad.
El 20 de enero de 1813 llega Güemes a Buenos Aires y solicita al gobierno se le haga conocer la causa de su confinación, respondiendo el Estado Mayor que “no hay antecedente alguno”, por lo que el gobierno se dirige a Belgrano para que haga conocer las causas.
Pero antes de recibir la respuesta y en mérito a su carrera militar, Güemes es agregado al Estado Mayor General en calidad de capitán de Infantería.
El Oficio de Belgrano al gobierno decía: “Habiéndome informado el alcalde de la ciudad de Santiago don Germán Lugones de la escandalosa conducta del teniente coronel graduado, don Martín Güemes, con doña Juana Inguanzo, esposa de don Sebastián Mella, teniente de dragones en el ejército de mi mando, por vivir ambos en aquella ciudad aposentados en una sola mansión, y habiendo adquirido noticias que este oficial ha escandalizado públicamente mucho antes de ahora con esta mujer en la ciudad de Jujuy…
Con estos antecedentes indubitables, considerando que cualquier procedimiento judicial sobre la materia sería demasiado escandaloso y acaso ineficaz, he tomado la resolución de mandarle a Güemes …
Espero que vuestra excelencia se dignara aprobar estas medidas en que sólo he tenido por objeto la conservación del orden, el respeto a la religión…”.
El 15 de abril de 1813, Belgrano le escribía a Chiclana: …
”Si usted no presta oídos más que a los patriotas, le llenarán la cabeza de especies,…estoy arrepentido, usted sabe cuál es mi lenguaje y siempre digo lo que siento…” (1)
El 12 de agosto de 1813 el Gobierno resolvió que Güemes pasase agregado al Estado Mayor del ejército sitiador de Montevideo, como teniente coronel graduado; lo que no lo satisfizo porque se le rebajaba la jerarquía; ordenándose que se le abonasen los sueldos devengados desde aquella fecha.
Ante una solicitud de Güemes pidiendo marchar al Norte con San Martín, y que este informó el 6 de diciembre del mismo año en forma conveniente, se accedió a lo pedido por el causante.
El 7 de diciembre de 1813 Güemes era ascendido a Teniente Coronel graduado del Ejército y era destinado nuevamente al Ejército Auxiliar, del cual recibía el mando en jefe el coronel San Martín, el 30 de enero de 1814.
Güemes había concurrido presuroso a su provincia natal, al tener conocimiento de que se había producido una nueva invasión realista.
San Martín que había oído ponderar los servicios del caudillo salteño, aceptó complacido sus servicios y lo nombró comandante de las avanzadas de Salta, por el lado del río Pasaje, mientras que Apolinario Saravia quedaba de comandante de avanzadas por el lado de Guachipas.
No estaba equivocado el futuro general de los Andes en la elección del personaje para hacer aquella guerra de partidas que mantendría en jaque a los españoles cuando se aventurasen en las provincias del Norte; en compañía de Francisco Gorriti, se propuso levantar todo el paisanaje por la causa de la libertad.
Su éxito fue tan grande como rápido, pues todos los partidarios de la libertad pusieron su vida y sus bienes a su servicio, halagados tan sólo por cooperar en la emancipación del suelo natal.
Desde aquel momento empieza a hacerse sentir la acción personal de Güemes en aquella guerra interminable de partidas, en que los realistas no podían asomar por ninguna parte sin encontrar inmediatamente fuerzas dependientes de Güemes que les presentarán combate, o mejor dicho, que les asesten un terrible zarpazo.
Cuando los realistas ocupaban la ciudad de Salta, en 1814, Güemes concibió el audaz proyecto de apoderarse de su ciudad natal; en demanda de este objetivo, el día 27 de marzo de aquel año, pernocta en la Cuesta de la Pedrera, a tres leguas de Salta, donde existía una guardia realista, que Güemes sorprende al amanecer del 28, tomándola casi toda prisionera.
Sabedor de que el jefe español de la ciudad, coronel Castro, se encontraba allí con todas sus fuerzas, resuelve atraerlo a su posición, para lo cual destaca un piquete para provocarlo.
Pero Castro también era salteño y conocía muy bien las tretas criollas y no avanzó en la persecución de sus enemigos más de una legua, el día 29 de marzo, persecución que efectuó con 80 jinetes, los mejores del regimiento.
Ante el fracaso para atraer a Castro, Güemes resolvió atacarlo y haciendo avanzar a su gente, le ordenó cargar puñal en mano, poniendo en fuga a Castro y sus jinetes, que no pararon hasta llegar a Salta, quedando en poder de Güemes 45 prisioneros, armas y caballos.
Por sus merecimientos en esta acción, el Director Supremo le reconoció la efectividad de teniente coronel de Ejército el 9 de mayo de 1814 y por recomendación de San Martín, se lo declaró “Benemérito”, dándosele las gracias en nombre de la Patria.
Se le nombró Comandante General de la Vanguardia, con lo cual los patriotas que operaban en Guachipas y en el Pasaje, quedaban bajo su comando. Güemes los organizó divididos en tres secciones; la primera, la más próxima al enemigo, tomó el nombre de guerrilla o avanzada de los campos de Salta, al mando de Pedro José Zavala; la segunda, llamada avanzada de Guachipas, que servía de sostén a la anterior, a las órdenes siempre de Apolinario Saravia, teniendo por teatro el Valle de Lerma; la tercera tenía por zona de operaciones hacia Oriente, sobre el camino que une Tucumán con Salta Y Jujuy, compuesta en su mayor parte por gauchos de esa región, bajo el mando personal de Güemes, con su vanguardia particular estacionada en Cobos y Campo Santo, al mando de Pablo Latorre.
Tantas dificultades para el avance de las fuerzas reales, decidieron al general Pezuela, comandante en jefe, trasladarse desde Tupiza hasta Jujuy, donde permanecía el general Ramírez Orozco, como jefe de la guarnición.
A esta ciudad llegó Pezuela el 27 de mayo de 1814, al frente de 4.000 soldados aguerridos. Traían el propósito de realizar el plan que el Virrey Abascal había trazado en 1812 al general Goyeneche, esto es, socorrer a Montevideo, salvando al ejército de 6.000 hombres allí encerrado, que agregado a sus tropas y a las que le enviarían desde Chile, tendría a sus órdenes 12.000 soldados, con los cuales esperaba dar fácil cuenta del gobierno patriota de Buenos Aires.
Los gauchos de Güemes pronto convencieron al general español de las insuperables dificultades que era necesario vencer; que 4.000 gauchos armados de puñales, lanzas, boleadoras y escaso número de armas de fuego, a los que apoyaban apenas 300 soldados del ejército regular, era una barrera difícil de vencer.
Pronto se convenció Pezuela de que no había nada que hacer contra esta infranqueable barrera y no encontró otro expediente que buscar una batalla general y con este propósito trató de atraer a San Martín a Salta, ya que los gauchos le impedían a él llegar hasta Tucumán, y concentró todas sus fuerzas en Salta. Sin embargo, la acción de Güemes y sus gauchos fue tan efectiva que el general Pezuela con todo su ejército en Salta y su Cuartel General en Jujuy, se encontraba imposibilitado de avanzar.
Marquiegui, jefe realista natural de Jujuy, propuso al general Pezuela abandonar el camino real por el Pasaje a Tucumán, y tomar el que conduce al mismo punto más hacia Oriente, atravesando el desierto.
Marquiegui se puso en marcha desde Jujuy con 400 hombres de infantería y caballería, llegando a Yaví el 15 de junio, donde arrolló al comandante patriota Arias, y tomó rumbo al Este en dirección a Orán, tomando sucesivamente una serie de fortines en el Chaco con rumbo al Sur.
Pero Güemes lo había sentido y cuando Marquiegui se proponía regresar a Jujuy, fue atacado por aquel el 26 de junio en Anta y el 29 en Santa Victoria; se desvió al Oeste y se dirigió a Jujuy por el camino de la Cuesta Nueva, pero el 4 de julio fue destrozada por Güemes su retaguardia.
Al mismo tiempo, su subordinado Zavala, el 11 de junio llegaba hasta los aledaños de Salta en un ataque contra los realistas.
Estos contratiempos le decidieron a iniciar su retirada el 25 de julio de 1814. Entretanto el general Rondeau mandaba el Ejército Auxiliar, en reemplazo de San Martín.
Tan pronto como Güemes tuvo conocimiento de la retirada de Pezuela, se aproximó a Salta, cuyo sitio estrechó a fines de julio.
Güemes ocupó su ciudad natal y Pablo Latorre la de Jujuy, adelantando sus avanzadas en persecución del enemigo a las órdenes de Alejandro Heredia.
Güemes se apresuró a trasladarse a Jujuy, mientras Pezuela, volaba más que corría, desde que abandonó Jujuy el 3 de agosto, llegando a Suipacha el día 21, después de haber perdido 1.500 hombres y haber recibido una lección soberbia. Indudablemente, influyó en la decisión para retirarse, la noticia de la caída de la plaza de Montevideo, el 23 de junio.
Rondeau avanzó a fines de 1814 hacia el Norte, habiendo sido reforzado su ejército en forma notable, gracias a los cuerpos que había dejado libres la caída de Montevideo. El 17 de abril de 1815, en la sorpresa del Puesto de Marqués, Güemes ejecutó una carga contra los realistas, haciendo una horrible matanza.
Al día siguiente, el caudillo salteño pretextaba una enfermedad al general Rondeau para retirarse del ejército.
Desde el 30 de setiembre del año anterior ostentaba los galones de coronel graduado. La causa de la enfermedad no era más que un pretexto.
Al pasar por Jujuy se apoderó de 700 fusiles que existían en el parque del ejército, que Rondeau había ordenado que le remitieran, a lo que Güemes contestó con franqueza que era necesarios llevarlos para armar las partidas de Salta y resistir a la próxima invasión española.
Llevó también unos 300 hombres enfermos que encontró en Jujuy, de modo que en breve, el caudillo salteño alcanzó a contar con 1.500 hombres.
Güemes se había retirado del ejército, porque prontamente se dio cuenta que con la indisciplina reinante en él, iba derecho a un desastre, como aconteció.
El 6 de mayo de 1815 Güemes era elegido por asamblea popular, gobernador de Salta. Cinco meses más tarde lo eligió también el pueblo de Jujuy.
Rondeau, después de su desastrosa campaña de aquel año, al replegarse a Huacalera, ya había declarado a Güemes traidor a la patria, en agosto, mediante un manifiesto; ahora, el 8 de marzo de 1816, Rondeau abandonaba su campamento de Huacalera, anunciando que como Güemes le había negado recursos, para proveérselos con más comodidad, se trasladaba a Salta con 3.500 soldados.
Fracaso total de Rondeau fue esta empresa contra el bravo caudillo salteño.
Aquel, que había llegado a Jujuy, sin esperar a Güemes para una entrevista a la que se habían citado, el 13 de marzo se puso en marcha sobre Salta, con 2.500 soldados veteranos, acampando en el campo de Castañares, a una legua de la ciudad, el día 15, ocupando la ciudad sin resistencia.
Después Rondeau salió de Salta y acampó en el Viñedo de Tejada, a la entrada de Cerrillos, donde los gauchos le arrebataron 200 cabezas de ganado, toda la caballada del Regimiento de Dragones que la custodiaba, con lo que el ejército quedó a pie y sin sustento.
El día 20 de marzo, los gauchos arrebataron a Rondeau los últimos animales que le restaban para la alimentación, lo que desconcertó profundamente al general en Jefe.
El día 22, los buenos oficios de los hermanos Figueroa lograron llevar en los Cerrillos a Güemes a una entrevista con Rondeau, en la que ambos firmaron una capitulación, por la que se reconocía una paz sólida entre el Ejército Auxiliar y el Gobernador de Salta.
Al llegar Rondeau a Jujuy de regreso, el 17 de abril, lanzaba un bando justificando la conducta de Güemes.
El 7 de agosto del mismo año el primero entregaba en Las Trancas, al general Belgrano, el comando en jefe del ejército, mientras el segundo había vuelto a ocupar su línea de defensa al Norte, lo cual era una garantía para la causa patriota.
Desde aquel momento Güemes es el Angel Tutelar de la Patria en aquellas apartadas regiones.
El general Ramírez de Orozco ordena a Olañeta que invada por la Quebrada de Humahuaca con su División de Vanguardia; el 17 de agosto de 1816 ocupa Yaví y el 29 llega a Humahuaca; por su parte el coronel Marquiegui logra tomar Tilcara, el 19 de setiembre, pero pocos días después las partidas de gauchos quebraderos y jujeños obligan a los invasores a retirarse, tenazmente hostilizados.
El general Olañeta ocupa sorpresivamente el 15 de noviembre del mismo año, Yaví, tomando prisionero al Marqués de este nombre, coronel mayor Juan José Fernández Campero, y a su segundo, el teniente coronel Juan José Quesada (El primero conducido a Potosí, logró fugar y permanecer algún tiempo oculto, pero no pudiendo salir de aquella Provincia, optó por presentarse; murió en viaje para España, en 1820).
El 6 de enero de 1817, Olañeta se apodera de Jujuy, donde es sitiado tenazmente por Pérez de Urdinenea, que hábilmente dificulta el abastecimiento de sus tropas.
El 14 del mismo mes llega el general en jefe, La Serna, a Humahuaca con el grueso del ejército., y resuelve fortificar dicho pueblo, dejando un depósito de armamento y víveres al cuidado de un destacamento y prosigue su marcha sobre Jujuy, donde diariamente se combate en los alrededores de la ciudad, distinguiéndose particularmente el capitán Juan Antonio Rojas, que al frente de los “Infernales” lucha ventajosamente contra fuerzas superiores mandadas por Arregui, en San Pedrito, haciéndoles muchas bajas.
El 12 de enero, Olañeta se vio obligado a abandonar Jujuy para marchar en apoyo de su cuñado, el coronel Marquiegui; y el 23 del mismo mes, estos dos últimos entran en Jujuy seguidos del general La Serna.
El 13 de abril este último parte de la mencionada ciudad, en dirección a Salta, en la que entra el 16; pero cruelmente hostilizadas sus tropas por las partidas de Güemes que impiden el acopio imprescindible de víveres, el General español inicia la evacuación de la capital salteña el 5 de mayo, y el día 21 del mismo mes quedó evacuado todo el territorio de las dos provincias norteñas.
En los primeros días de junio el ejército real llegaba a Tilcara; el día 2, proseguía su repliegue por fracciones, constantemente hostilizado por las partidas patriotas, quienes atacaron a sus enemigos en Tres Cruces, en Sococha y aún en Tupiza, donde obligaron a la guarnición a encerrarse bajo los muros de la ciudad.
Por toda esta serie de brillantes triunfos alcanzados por Güemes y sus gauchos, el Gobierno premió a aquél con el grado de Coronel Mayor, con fecha 17 de mayo de 1817; una medalla de oro y una pensión vitalicia para su primer hijo, de $400.-; una medalla de plata con brazos de oro para los jefes y una puramente de plata para los oficiales, y para la tropa, un escudo de paño con la inscripción: “A los heroicos defensores de Salta”.
El 11 de junio de igual año, Olañeta invade nuevamente por la Quebrada de Humahuaca con 100 hombres y es combatido por el capitán Manuel Eduardo Arias el 23 en Los Toldos y Baritú; el 25 de noviembre en Colanzuli; el 27 en Humahuaca; el 1º, el 15, 18, 25 y 26 de diciembre en Uquía, Caluti, San Lucas y Tilcara, habiéndose visto obligado a retirarse de Humahuaca el día 3 del mismo mes, con grandes pérdidas y continuamente hostilizado por las columnas patriotas.
El 1º de enero de 1818. el general La Serna destaca desde Tupiza al general Gerónimo Valdés con 400 hombres para reforzar a su vanguardia, mandada por Olañeta, que se mantenía en Humahuaca.
Reunidos ambos jefes realistas, avanzaron sobre Jujuy, que ocupaban el 14 de enero, saqueándola, pero fuertemente hostilizado Olañeta por las partidas de Güemes, el mismo día abandona su presa, retirándose al Norte, siendo perseguido por los patriotas hasta cerca de Yaví.
El 26 de junio de aquel año, el general Canterac, unido al coronel Valdés, expediciona hasta Orán, pero diariamente son hostilizados por las partidas independientes, Canterac y el coronel Vigil combaten el 5 de agosto en Tarija y Orán, contra las partidas de Rojas y Uriondo.
El 17-18 de marzo de 1819 los generales Canterac y Olañeta invaden por la Quebrada de Humahuaca y son combatidos: el 3 de abril, en Huacalera y Tilcara; el 12 de mayo, en Iruya y Orán; el 9 de setiembre, en El Rosario; en octubre, en Orán y Santa Victoria y el 28 de ese mismo mes, en San Antonio de los Cobres. Del 10 al 20 de diciembre son combatidos: Canterac, en La Rinconada; Lóriga en la quebrada de Toro y Gamarra en San Antonio de los Cobres.
En mayo de 1820 es invadida Salta por un ejército de 4.000 hombres a las órdenes del general Ramírez Orosco, y los generales Canterac, Olañeta y Valdés y los coroneles Gamarra, Vigil y Marquiegui. Del 8 al 27 de mayo los gauchos de Güemes combaten contra Ramírez y Canterac, en Guaia, La Cabaña, Perico y Monte Rico.
El 24 de mayo los españoles se apoderan de Jujuy y el 31 del mismo mes, después de las acciones en Lomas de San Lorenzo y en Salta, se apoderan de esta última ciudad; pero del 2 al 8 de junio se libran numerosos encuentros con las partidas salteñas; en La Pedrera, Quesera, Cruz y Chamical (contra Olañeta y Valdés) y Cerrillos, Chamical, en la Troja (con Olañeta) y en Pasaje (contra Vigil y Méndez). El 28 de junio de 1820 fuertes combates en Cerrillos contra Canterac, Clover y Ferraz, en los que muere el coronel patriota Juan Antonio Rojas (célebre guerrillero).
El día 30, el ejército real inicia su retirada, evacuando la provincia de Salta el 5 de julio.
El 1º de febrero de 1821, Güemes delega el mando de la provincia en el Dr. Gorriti y se ausenta al Sud de la misma, para rechazar la invasión del gobernador de Tucumán Bernabé Aráoz e invade a su vez la de Tucumán. Los españoles, noticiados de este acontecimiento, a las órdenes de Olañeta, el 10 de marzo de 1821 invaden la Quebrada de Humahuaca, siendo combatidos hasta mediados de abril: en Humahuaca, Laguna, San Lucas, Valle Grande, Tilcara, Uquia y el día 21 de abril, la vanguardia realista, formada por 300 hombres mandados por Marquiegui, entra en la ciudad de Jujuy.
Mientras tanto, las tropas de Güemes, aliadas a las de Ibarra (de Santiago del Estero), son batidas por los coroneles Abraham González y Manuel Eduardo Arias, el 3 de abril, en las cercanías de Tucumán.
Ante el peligro de la invasión española, el gobernador substituto, Dr. Gorriti, delegó el gobierno en el Cabildo y se puso a la cabeza de 600 hombres que logró reunir y marchó en busca del enemigo, al que puso sitio en la boca de la Quebrada de Humahuaca, obligándolo el día 27 de abril a rendirse a discreción, con su jefe el coronel Marquiegui, contraste que obligó a Olañeta a regresar a sus posiciones.
Pocos días después del primer desastre, Güemes era nuevamente batido en Acequiones y Trancas, por las fuerzas tucumanas. La noticia de este contraste, así como también la del triunfo de Gorriti, llegadas casi simultáneamente a Salta, indujeron al Cabildo, el 24 de mayo, a deponer a Güemes y a designar gobernador provisorio al alcalde del primer voto Saturnino Saravia, pero el día 30, se presentó Güemes frente a Salta y no obstante que una parte de los civiles y dos escuadrones de caballería lo esperaban formados para combatirlo, bastó que sus soldados oyeran su vos gangosa, para que el grito “¡Viva Güemes!” brotara de todos los pechos y el famoso caudillo ocupara nuevamente el gobierno.
Estableció su cuartel general en Chamical, cuatro leguas al S. E. de Salta. Sabedor Olañeta de todos los acontecimientos relatados, resolvió destacar al coronel José María Valdés (Barbarucho) con 500 hombres, con orden de avanzar sobre la ciudad de Salta por el camino del Despoblado (quebrada del Toro) atravesando las fragosas sierras de Leser y Yacones.
En la noche del 7 de junio de 1821 los españoles ocupaban la ciudad de Salta y Güemes que con una escolta de 50 hombres se encontraban en casa de su hermana Magdalena despachando la correspondencia con su secretario; al necesitar un documento que se encontraba en el Cabildo, despachó un ayudante a buscarlo, el cual en la plaza fue tiroteado en la oscuridad al contestar un ¿Quién vive? de los realistas.
Güemes que creyó nuevamente en un movimiento subversivo, salió de la casa para indagar el origen del tiro y en la plaza fueron tiroteados por otra partida y al desbandarse la escolta, el caudillo tomó por una calle lateral, donde tropezó con otra partida realista que le hizo fuego, hiriéndolo de gravedad.
La bala ingresó por la cadera y salió por la ingle.
Sin largarse del caballo, logró salir a las afueras de la ciudad, donde algunos de sus partidarios acompañaron al general herido desde el Campo de la Cruz hasta su campamento en El Chamical.
A los diez días, el 17 de junio de 1821, el gran caudillo, debilitado por la abundante hemorragia, quebrado por crueles dolores, viendo que se le escapaba la vida, aún tuvo aliento para celebrar una conferencia con un parlamentario que le enviara el general Olañeta.
A esta conferencia hizo llamar al jefe de Estado Mayor, el coronel Jorge Enrique Vidt y delante de los parlamentarios le ordenó: “que marchase inmediatamente con sus fuerzas a poner sitio a la capital, haciéndole jurar sobre el pomo de le espada que continuaría la campaña hasta que en el suelo de la Patria no hubiera ya argentinos o no hubiera ya conquistadores” y dirigiéndose al emisario enemigo añadió:
“Señor oficial, diga a su jefe que agradezco sus ofrecimientos sin aceptarlos; está usted despachado”.
Aquel día, 17 de junio, a pesar de los solícitos cuidados de su médico Dr. Antonio Castellanos, moría el bravo guerrero, en La Cruz, en el lugar llamado La Higuera (o Higuerillas).
Al día siguiente era sepultado en la capilla de El Chamical (hoy San Francisco), al mismo tiempo que se levantaba el país en masa contra los invasores, cumplimentando la orden postrera de su valeroso caudillo.
Los “Infernales” al mando de Vidt cumplían aquella, poniendo sitio a la ciudad de Salta, con lo cual quedaban rotas las hostilidades, no obstante las gestiones de Olañeta con el Cabildo salteño para llegar a un armisticio.
El 26 de julio de 1821, el general Olañeta, constantemente hostilizado por los patriotas, se retiraba al Alto Perú, con lo que terminaba la última invasión realista al territorio argentino.
El espíritu de Güemes había sido el ángel tutelar de la Patria en peligro en aquellos días.
Una pincelada que metaforiza los alcances de la guerra social encabezada por el caudillo está contenida en el relato de Bernardo Frías: una vez muerto el General Güemes, los gauchos se arrojan sobre su cadáver para despojarlo de las vestiduras y quedarse con “un jirón de aquellos trapos”.
Mientras esto ocurría en Salta, la elite porteña festejaba su deceso y la prensa bonaerense fiel a Rivadavia exclamaba: “Murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos. Ya tenemos un cacique menos”.
Güemes había contraído enlace el 9 de junio de 1815 con Margarita del Carmen Puch, hija única del afincado español de notable fortuna, Domingo Puch y Alcaraz, nacido en Tupiza, y Dorotea Velarde Cámara; la que murió apenada por el fallecimiento de su esposo.
Por Ley del Congreso Nacional Nº 6286, del 30 de setiembre, fue erigido en la ciudad de Salta un hermoso monumento a la memoria del general Güemes, el cual fue inaugurado el 20 de febrero de 1931, por el Tte Grl José Félix Uriburu, Presidente Provisional de la Nación.
Referencia
(1) El 9 de septiembre de 1816, Belgrano noblemente se reconcilia con Güemes en una carta donde le dice: “Mi amigo y compañero querido…”
Fuente
Colmenares, Luis Oscar – Martín Güemes, el héroe mártir – Ed. Ciudad Argentina.
Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.
Poderti, Alicia – Martín Miguel de Güemes, Fisonomías Históricas y Ficcionales.
Yaben. Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1938).
revisionistas
jueves, 16 de junio de 2011
LA GUARDIA BAJO LAS ESTRELLAS
Hasta 1956 la historia no había determinado el lugar exacto donde falleciera, el 17 de Junio de 1821, el Gral. Martín Miguel de Güemes.
En los distintos textos, como también en los mapas, era frecuente leer denominaciones distintas como Finca Las Higuerillas, La Quesera, Las Higueras, El Chamical, mencionándoselas como sitios posibles del lugar donde perdiera la vida el general.
Todo esto no hacía nada más que traer una gran confusión y muchos salteños sentíamos la necesidad de saber algo más sobre el tema, lo que nos llevó a requerir datos de nuestro compañero de estudios, el maestro Miguel Ángel Salom, por aquel entonces presidente del Club Amigos de la Montaña y secretario a cargo de la Dirección del Archivo Histórico de la Provincia. Salom era un gran lector e investigador de nuestra historia.
Luego de realizar un concienzudo estudio analizando muchos documentos y referencias, concluyó en que: si bien no existe un documento específico, se cree que el lugar de la muerte de Güemes es la Cañada de la Horqueta, fundamentalmente esta afirmación se basa en las declaraciones de José Nina, nieto de José Nina que fue peón del Gral. Güemes y que estuvo presente en el lugar en el momento infausto.
Me inclino a creer que es muy valedero, porque muertos ya los hombres de la ciudad que habían estado en la Cañada, todo se olvidó y ya nadie se acuerda del lugar exacto. Los únicos que pueden saberlo, quizá, sean los descendientes de los campesinos que todavía viven en el lugar, como en el caso de los Nina.
“Salom añadió que” en 1911, el Museo Histórico Nacional se interesó en una versión oral y encomendó a un artista, el señor Arístenes Papi, situar y hacer un bosquejo del lugar. Papi, buscando en la zona alguna versión fue llevado al humilde rancho de José Nina.
Este guió al pintor, y llegado al lugar, se lo señaló.
Estaban en la Cañada de la Horqueta, pertenecientes a la Finca Los Noques.
Allí narró a Papi la vieja historia: “El abuelo decía que el general, herido en la noche del 7 de junio vino de la ciudad por Las Higuerillas y desviándose del camino entró en la Cañada de La Tala y luego al lugar donde estaban.
Allí la herida no lo dejó seguir y fue descendido de su cabalgadura y depositado al pie de ese árbol, donde le improvisaron un lecho donde murió”.
Volvió el pintor a la ciudad con su misión cumplida y la Cañada se sumergió nuevamente en soledad y en el silencio.
Veinte años después, el 13 de febrero de 1932 llegaron hasta ella el general Gregorio Vélez, el coronel Ernesto A. Day, el señor Martín Cornejo y el pintor Papi, guiados de nuevo por Nina.
Los presentes levantaron un acta y fijaron el sitio como el verdadero de la muerte de Güemes.
Dos años después, el 17 de junio de 1934, siendo gobernador don Avelino Aráoz, se inauguró un monolito recordatorio que cubría el añoso tronco del árbol al pie del cual se dijo murió el Gral. Güemes.
Pero todo esto no fue suficiente para proporcionar seguridad a los estudiosos - prosiguió Salom – “Parecía no haberse hecho conciencia pública este señalamiento debido, indudablemente, a la falta de un documento que fije expresamente el nombre del lugar como lo exige la historia”.
Cuando Salom dio fin a su apasionante relato nos quedamos sopesando cada una de las razones y argumentos de los estudiosos y con cuales se quedaría definitivamente la historia.
En días posteriores meditábamos hacer algo, queríamos hacer algo; pero no precisábamos qué. Entonces fue cuando tuvimos una idea: hacer un homenaje a Güemes, pero no en la ciudad, sino allá, en el monte, en el propio lugar de su muerte, en la desconocida Cañada de la Horqueta.
Los preparativos fueron febriles, hecho en medio de una ansiedad creciente. Teníamos que llegar a La Cañada de la Horqueta, la idea era vivir de algún modo las mismas condiciones climáticas, anímicas, en las que transcurrieron las últimas horas de vida del general.
Nos alistamos para el viaje Ramón Cortez, Miguel Salom, Farat Salim, Pablo García, Luis Madeo, Mateo Manuguerra y el que escribe.
Partimos en la mañana del 16 de junio de 1956, en un camión cedido por la Dirección de Viviendas.
Tomamos el camino que corre al pie del cerro Independencia, paralelo al río Arias.
En pocos minutos llegamos al lugar denominado La Pedrera, distante diez kilómetros de la ciudad.
Ese nombre se origina por la existencia de una vieja cantera de donde se extraen piedras para construcciones.
En este punto el camino se abre en dos ramales que toman rumbos diferentes: uno sigue en dirección Sur paralelo al río Arias y el otro comienza a trepar la sierra hacia el naciente.
Nosotros tomamos el de la sierra y comenzamos a elevarnos en repetidos zig – zag y en curvas que siguen las entrantes y salientes de los contrafuertes de las serranías.
Es el viejo camino que unía Salta con Tucumán hasta que se construyó la ruta asfaltada por el Portezuelo.
Mucho antes, incluso, fue camino de herradura que permitía la unión del Valle de Lerma con Metán y Rosario de la Frontera. Llegados al alto, su trazado se desenvuelve entre lomadas ondulantes, cañadas secas y pequeños barrancos para luego comenzar un descenso largo, sinuoso, hasta desembocar en un valle.
Es ancho y bastante profundo.
En el fondo hay un arroyo, árboles junto a las casas, diminutas parcelas cultivadas y una capilla.
Este paraje se llama la Quesera.
La Quesera fue en otro tiempo centro activo de la vida del gauchaje, lugar de invernación del ganado, puesto de avanzada de las guerrillas güemesianas y punto de reunión de los chasquis que acortaban distancias por los senderos del monte.
Ahora yace en el olvido, tan sólo algunos ranchos y solitarios cactus, ennegrecidos por las intemperies, como vigías sempiternos tratan de sobrevivir en las asperezas de la sierra.
La visión de caseríos es la visión de un pueblo donde se ha detenido el tiempo.Antes de medio día entramos en una zona diferente.
El camino se estira hacia el sur en leve descenso, casi sin curvas.
La vegetación es más limpia, más blanda.
Ahora aparecen las alambradas en ambos lados de la ruta, también las tierras trabajadas por el hombre.
Campos sembrados, amplios corrales, alfalfares.
Pertenecen a la propiedad llamada finca La Cruz, que no está lejos.
Desde allí se ve la sala en un altozano a no más de un kilómetro de distancia.
La Casa De La Cruz
Salom explicó: “ Esta finca era propiedad de un pariente de la madre de Güemes y utilizada por éste, como todas las de su familia, para mantener sin cargo las caballadas y haciendas del Estado que servían para la guerra.
Está a pocos kilómetros de El Chamical, donde el Héroe tenía su cuartel general.
En esta vieja casona estaba una posta que atendía un señor Homes y que sería, lógico es pensarlo, el encargado de hacer llegar los mensajes del jefe gaucho a las tropas acantonadas en El Chamical y hacer correr con rapidez los enviados a Belgrano en Tucumán.
Su techo de tejas a dos aguas y sus balcones con barandas de madera, conservan la imagen de esta casa que debió ser opulenta en otros tiempos.
Todo revela sus 150 años de existencia, pero todavía se mantiene de pie como si no quisiera morir para entregar su mensaje a las nuevas generaciones.
Hubiéramos permanecido todavía mucho tiempo contemplándola, pero el fresco de la tarde nos trajo a la realidad, había que llegar a la Cañada de la Horqueta.
Los humildes moradores de un ranchito nos indicaron que no había camino transitable para automotores.
Teníamos que seguir a pie 9 kilómetros monte adentro para llegar al monolito. “sigan siempre la senda que va bordeando el arroyo – dijo el dueño de casa - es la única que hay, de manera que no pueden perderse.
Varias veces se había tratado de dejar abierto el camino, pero el río y el bosque lo impidieron.
Las crecientes del verano formaron barrancos de un metro, cavaron zanjones que provocaron desmoronamientos de tierra y barro y, en partes, se formaron vallas por las acumulaciones de piedras o de troncos y ramas amontonadas por la corriente.
El monte con sus especies de crecimiento rápido se encarga de completar la tarea”.
Después de escuchar todas estas indicaciones, y muy cargados, nos introducimos hacia el Este por una quebrada ancha y montosa.
Por el centro corre un arroyo.
Es el que figura en el mapa con el nombre de “arroyo de La Cruz”.
En verdad, en parte, se notaba el esfuerzo que se hizo para dejar abierto el camino, algunos cruces del arroyo estaban emparejados con piedras, barrancos que habían sido rebajados a pala y pico, picadas abiertas en el monte espeso, pero todo destruido por las crecientes del verano anterior.
Prácticamente sólo queda una senda rodeada por una vegetación enmarañada y espinosa.
Además de los clásicos garabatos, talas, piquillines, churquis y tiatines, crece una abigarrada variedad de hierbas y de arbustos.
En la senda no faltan los cuises, insectos, gusanos y lagartijas.
El pájaro “ataja caminos” ave de singulares costumbres, ocupa nuestra atención con sus conocidas piruetas.
Los tábanos no dejan de molestarnos con sus punzantes aguijones, bandadas de loros se echan de árbol en árbol con su bullanguería característica.
Palomas, las hay de todas clases, especialmente las torcazas que llenan la soledad del monte con su arrullo triste y persistente.
Las charatas y las pavas sólo se dejan oír cuando está feneciendo la tarde.
Aunque por momentos la vegetación se hace más alta, la senda siempre está libre.
Camino obligado de puesteros y campeadores, cuando viajan, no le mezquinan al hacha y a la macheteada.
De vez en cuando somos sorprendidos por el tropel de animales ariscos que huyen asustados ante nuestra repentina presencia.
Es zona de toros bravos.
A la salida de un pedregal, donde el arroyo de La Cruz dobla hacia el Norte, nos dimos súbitamente con un terreno plano cubierto de un espeso yuyaral donde aparecía la figura borrosa del monolito.
El monte rodeaba su eminencia de roca gris y dos velas estaban ardiendo a sus pies. La emoción que ha ido creciendo gradualmente pronto se hizo grito en nuestras gargantas y prorrumpimos en un ¡Viva la Patria!, fuerte, rabioso, y nos quedamos escuchando el silencio que fue creciendo en solemnidad en nuestras mentes y en nuestros pechos.
El escenario era áspero y bravío.
Por el lado sur, media docena de cebiles, notoriamente viejos, levantaban al cielo sus brazos esqueléticos en una actitud de eterna imploración.
Al Oeste, a no más de cuarenta metros el arroyo con su caos de piedras.
En el codo que daba frente al monolito se acumulan gajos, troncos, arbustos enteros.
Se adivinaba que la corriente es brava; allí estaban las señales de cada una de las crecidas.
En el Este, cerrada por la herradura que forma el contrafuerte terminal de la sierra, se erguían en su lomo robustos y elevados ejemplares de quebrachos y orco quebrachos que mecían sus copas al viento de la Cañada.
Antes que desaparecieran las luces del día nos apresuramos a juntar leña. Luego nos agrupamos alrededor de las llamas del fogón que encendimos.
Alrededor de las 21 comenzamos la guardia por parejas.
Cada uno debía permanecer una hora de pie frente al monolito antes de ser relevado, pasamos la noche en vela pues la guardia se suspendería recién a las primeras luces del nuevo día.
Para darle mayor realismo ideamos una lanza con un palo largo y un puñal atado en la punta.
Así nos encontraron los últimos minutos del 16 de junio y los primeros del 17, día que marca el paso a la inmortalidad del Héroe Gaucho.
La noche está oscura, callada y el frío quema.
Solamente un cielo limpio y estrellado contempla con grandes ojos la Guardia.
Mirando ese cielo de pronto se nos ocurre una idea
¡ Hemos encontrado un nombre para nuestro acto! :
“Guardia Bajo las Estrellas”, si, eso le queda bien, Guardia Bajo Las Estrellas sobre la propia tierra que vió consumirse la vida del Héroe.
En la profundidad del silencio imaginamos el galope de las caballerías, los gritos de guerra, las estridentes clarinadas que hacen hervir la sangre en la pelea.
Las primeras luces del día 17 de junio llegaron lentamente poniendo fin a la Guardia.
Nadie durmió.
Ahora es necesario terminar el acto.
Como no habíamos llevado flores para la ofrenda, nos dispersamos por el monte y recogimos especies silvestres que se han conservado al abrigo del frío debajo de los espesos pajonales.
La ofrenda se cumplió sin pompas, con la mayor sencillez. Ramón Cortez y Rubén Fortuny depositaron en el suelo al pie del monolito, un humilde ramillete de flores, rojas, azules, y amarillas.
Luego entonamos las estrofas del Himno Nacional Argentino.
Miguel Salom se refirió a los hechos heroicos del prócer y terminó con un pensamiento: “Aquí, bajo el mismo cielo, cerca de estos árboles, en una mañana de angustia y desazón, murió el jefe gaucho, sus hombres, los hacedores de nuestra gesta, con el corazón anegado de amargura, presenciaron lo irremediable.
Seguro estoy que todos nosotros estamos embargados, en este amanecer, de una conmovida vivencia.
Hemos cumplido con una misión irrenunciable”.
Así nació “La Guardia Bajo Las Estrellas”, expresión del espíritu de un pueblo en admiración y gratitud a su héroe.
DOS AÑOS DESPUÉS en Mayo de 1958, el destino quiso que fuera Salom, director del Archivo Histórico de la Provincia, el autor del hallazgo que atestigua fehacientemente el lugar de la muerte del Gral. Martín Miguel de Güemes.
Buscando entre otros documentos en 1822, encontró uno que confirmaba definitivamente ser la Cañada de la Horqueta el lugar exacto donde murió el Gral. Güemes.
El documento dice textualmente:
“ Conste por esto ser verdad que Sebastián Silbera auxilió con una res gorda al señor Gral. D. Martín Güemes hallándose herido en el lugar de la Orqueta donde murió y para que el interesado pueda cobrar su importe, le doy el presente en Salta, mayo 20 de 1822.
Por el capitán Dn. Juan Hipólito Rivadeneira por no saber firmar, Juan Manuel Quirós.”Por fin quedaba aclarado el lugar exacto de la muerte de Güemes.
Ahora la historia ya podía aclarar la incertidumbre, un siglo y medio de dudas quedaba despejado.
La Comisión Permanente de Homenaje al Gral. Güemes -Guardia Bajo Las Estrellas- el Club Amigos de la Montaña mantienen esta ceremonia desde hace 47 años, con su simbólica guardia nocturna, el 16 de junio de cada año, en el propio lugar de la muerte del Héroe CAÑADA DE LA HORQUETA.
( Ceremonia que ya se popularizó en gran parte del país).
*El Prof. José Fadel es Académico Honorario en el Sitial Guardia Bajo Las Estrellas de La Senda gloriosa de la Patria.
En la actualidad también es Presidente de La Comisión Permanente de Homenaje al Gral. Martín Miguel de Güemes “Guardia Bajo Las Estrellas”.
En los distintos textos, como también en los mapas, era frecuente leer denominaciones distintas como Finca Las Higuerillas, La Quesera, Las Higueras, El Chamical, mencionándoselas como sitios posibles del lugar donde perdiera la vida el general.
Todo esto no hacía nada más que traer una gran confusión y muchos salteños sentíamos la necesidad de saber algo más sobre el tema, lo que nos llevó a requerir datos de nuestro compañero de estudios, el maestro Miguel Ángel Salom, por aquel entonces presidente del Club Amigos de la Montaña y secretario a cargo de la Dirección del Archivo Histórico de la Provincia. Salom era un gran lector e investigador de nuestra historia.
Luego de realizar un concienzudo estudio analizando muchos documentos y referencias, concluyó en que: si bien no existe un documento específico, se cree que el lugar de la muerte de Güemes es la Cañada de la Horqueta, fundamentalmente esta afirmación se basa en las declaraciones de José Nina, nieto de José Nina que fue peón del Gral. Güemes y que estuvo presente en el lugar en el momento infausto.
Me inclino a creer que es muy valedero, porque muertos ya los hombres de la ciudad que habían estado en la Cañada, todo se olvidó y ya nadie se acuerda del lugar exacto. Los únicos que pueden saberlo, quizá, sean los descendientes de los campesinos que todavía viven en el lugar, como en el caso de los Nina.
“Salom añadió que” en 1911, el Museo Histórico Nacional se interesó en una versión oral y encomendó a un artista, el señor Arístenes Papi, situar y hacer un bosquejo del lugar. Papi, buscando en la zona alguna versión fue llevado al humilde rancho de José Nina.
Este guió al pintor, y llegado al lugar, se lo señaló.
Estaban en la Cañada de la Horqueta, pertenecientes a la Finca Los Noques.
Allí narró a Papi la vieja historia: “El abuelo decía que el general, herido en la noche del 7 de junio vino de la ciudad por Las Higuerillas y desviándose del camino entró en la Cañada de La Tala y luego al lugar donde estaban.
Allí la herida no lo dejó seguir y fue descendido de su cabalgadura y depositado al pie de ese árbol, donde le improvisaron un lecho donde murió”.
Volvió el pintor a la ciudad con su misión cumplida y la Cañada se sumergió nuevamente en soledad y en el silencio.
Veinte años después, el 13 de febrero de 1932 llegaron hasta ella el general Gregorio Vélez, el coronel Ernesto A. Day, el señor Martín Cornejo y el pintor Papi, guiados de nuevo por Nina.
Los presentes levantaron un acta y fijaron el sitio como el verdadero de la muerte de Güemes.
Dos años después, el 17 de junio de 1934, siendo gobernador don Avelino Aráoz, se inauguró un monolito recordatorio que cubría el añoso tronco del árbol al pie del cual se dijo murió el Gral. Güemes.
Pero todo esto no fue suficiente para proporcionar seguridad a los estudiosos - prosiguió Salom – “Parecía no haberse hecho conciencia pública este señalamiento debido, indudablemente, a la falta de un documento que fije expresamente el nombre del lugar como lo exige la historia”.
Cuando Salom dio fin a su apasionante relato nos quedamos sopesando cada una de las razones y argumentos de los estudiosos y con cuales se quedaría definitivamente la historia.
En días posteriores meditábamos hacer algo, queríamos hacer algo; pero no precisábamos qué. Entonces fue cuando tuvimos una idea: hacer un homenaje a Güemes, pero no en la ciudad, sino allá, en el monte, en el propio lugar de su muerte, en la desconocida Cañada de la Horqueta.
Los preparativos fueron febriles, hecho en medio de una ansiedad creciente. Teníamos que llegar a La Cañada de la Horqueta, la idea era vivir de algún modo las mismas condiciones climáticas, anímicas, en las que transcurrieron las últimas horas de vida del general.
Nos alistamos para el viaje Ramón Cortez, Miguel Salom, Farat Salim, Pablo García, Luis Madeo, Mateo Manuguerra y el que escribe.
Partimos en la mañana del 16 de junio de 1956, en un camión cedido por la Dirección de Viviendas.
Tomamos el camino que corre al pie del cerro Independencia, paralelo al río Arias.
En pocos minutos llegamos al lugar denominado La Pedrera, distante diez kilómetros de la ciudad.
Ese nombre se origina por la existencia de una vieja cantera de donde se extraen piedras para construcciones.
En este punto el camino se abre en dos ramales que toman rumbos diferentes: uno sigue en dirección Sur paralelo al río Arias y el otro comienza a trepar la sierra hacia el naciente.
Nosotros tomamos el de la sierra y comenzamos a elevarnos en repetidos zig – zag y en curvas que siguen las entrantes y salientes de los contrafuertes de las serranías.
Es el viejo camino que unía Salta con Tucumán hasta que se construyó la ruta asfaltada por el Portezuelo.
Mucho antes, incluso, fue camino de herradura que permitía la unión del Valle de Lerma con Metán y Rosario de la Frontera. Llegados al alto, su trazado se desenvuelve entre lomadas ondulantes, cañadas secas y pequeños barrancos para luego comenzar un descenso largo, sinuoso, hasta desembocar en un valle.
Es ancho y bastante profundo.
En el fondo hay un arroyo, árboles junto a las casas, diminutas parcelas cultivadas y una capilla.
Este paraje se llama la Quesera.
La Quesera fue en otro tiempo centro activo de la vida del gauchaje, lugar de invernación del ganado, puesto de avanzada de las guerrillas güemesianas y punto de reunión de los chasquis que acortaban distancias por los senderos del monte.
Ahora yace en el olvido, tan sólo algunos ranchos y solitarios cactus, ennegrecidos por las intemperies, como vigías sempiternos tratan de sobrevivir en las asperezas de la sierra.
La visión de caseríos es la visión de un pueblo donde se ha detenido el tiempo.Antes de medio día entramos en una zona diferente.
El camino se estira hacia el sur en leve descenso, casi sin curvas.
La vegetación es más limpia, más blanda.
Ahora aparecen las alambradas en ambos lados de la ruta, también las tierras trabajadas por el hombre.
Campos sembrados, amplios corrales, alfalfares.
Pertenecen a la propiedad llamada finca La Cruz, que no está lejos.
Desde allí se ve la sala en un altozano a no más de un kilómetro de distancia.
La Casa De La Cruz
Salom explicó: “ Esta finca era propiedad de un pariente de la madre de Güemes y utilizada por éste, como todas las de su familia, para mantener sin cargo las caballadas y haciendas del Estado que servían para la guerra.
Está a pocos kilómetros de El Chamical, donde el Héroe tenía su cuartel general.
En esta vieja casona estaba una posta que atendía un señor Homes y que sería, lógico es pensarlo, el encargado de hacer llegar los mensajes del jefe gaucho a las tropas acantonadas en El Chamical y hacer correr con rapidez los enviados a Belgrano en Tucumán.
Su techo de tejas a dos aguas y sus balcones con barandas de madera, conservan la imagen de esta casa que debió ser opulenta en otros tiempos.
Todo revela sus 150 años de existencia, pero todavía se mantiene de pie como si no quisiera morir para entregar su mensaje a las nuevas generaciones.
Hubiéramos permanecido todavía mucho tiempo contemplándola, pero el fresco de la tarde nos trajo a la realidad, había que llegar a la Cañada de la Horqueta.
Los humildes moradores de un ranchito nos indicaron que no había camino transitable para automotores.
Teníamos que seguir a pie 9 kilómetros monte adentro para llegar al monolito. “sigan siempre la senda que va bordeando el arroyo – dijo el dueño de casa - es la única que hay, de manera que no pueden perderse.
Varias veces se había tratado de dejar abierto el camino, pero el río y el bosque lo impidieron.
Las crecientes del verano formaron barrancos de un metro, cavaron zanjones que provocaron desmoronamientos de tierra y barro y, en partes, se formaron vallas por las acumulaciones de piedras o de troncos y ramas amontonadas por la corriente.
El monte con sus especies de crecimiento rápido se encarga de completar la tarea”.
Después de escuchar todas estas indicaciones, y muy cargados, nos introducimos hacia el Este por una quebrada ancha y montosa.
Por el centro corre un arroyo.
Es el que figura en el mapa con el nombre de “arroyo de La Cruz”.
En verdad, en parte, se notaba el esfuerzo que se hizo para dejar abierto el camino, algunos cruces del arroyo estaban emparejados con piedras, barrancos que habían sido rebajados a pala y pico, picadas abiertas en el monte espeso, pero todo destruido por las crecientes del verano anterior.
Prácticamente sólo queda una senda rodeada por una vegetación enmarañada y espinosa.
Además de los clásicos garabatos, talas, piquillines, churquis y tiatines, crece una abigarrada variedad de hierbas y de arbustos.
En la senda no faltan los cuises, insectos, gusanos y lagartijas.
El pájaro “ataja caminos” ave de singulares costumbres, ocupa nuestra atención con sus conocidas piruetas.
Los tábanos no dejan de molestarnos con sus punzantes aguijones, bandadas de loros se echan de árbol en árbol con su bullanguería característica.
Palomas, las hay de todas clases, especialmente las torcazas que llenan la soledad del monte con su arrullo triste y persistente.
Las charatas y las pavas sólo se dejan oír cuando está feneciendo la tarde.
Aunque por momentos la vegetación se hace más alta, la senda siempre está libre.
Camino obligado de puesteros y campeadores, cuando viajan, no le mezquinan al hacha y a la macheteada.
De vez en cuando somos sorprendidos por el tropel de animales ariscos que huyen asustados ante nuestra repentina presencia.
Es zona de toros bravos.
A la salida de un pedregal, donde el arroyo de La Cruz dobla hacia el Norte, nos dimos súbitamente con un terreno plano cubierto de un espeso yuyaral donde aparecía la figura borrosa del monolito.
El monte rodeaba su eminencia de roca gris y dos velas estaban ardiendo a sus pies. La emoción que ha ido creciendo gradualmente pronto se hizo grito en nuestras gargantas y prorrumpimos en un ¡Viva la Patria!, fuerte, rabioso, y nos quedamos escuchando el silencio que fue creciendo en solemnidad en nuestras mentes y en nuestros pechos.
El escenario era áspero y bravío.
Por el lado sur, media docena de cebiles, notoriamente viejos, levantaban al cielo sus brazos esqueléticos en una actitud de eterna imploración.
Al Oeste, a no más de cuarenta metros el arroyo con su caos de piedras.
En el codo que daba frente al monolito se acumulan gajos, troncos, arbustos enteros.
Se adivinaba que la corriente es brava; allí estaban las señales de cada una de las crecidas.
En el Este, cerrada por la herradura que forma el contrafuerte terminal de la sierra, se erguían en su lomo robustos y elevados ejemplares de quebrachos y orco quebrachos que mecían sus copas al viento de la Cañada.
Antes que desaparecieran las luces del día nos apresuramos a juntar leña. Luego nos agrupamos alrededor de las llamas del fogón que encendimos.
Alrededor de las 21 comenzamos la guardia por parejas.
Cada uno debía permanecer una hora de pie frente al monolito antes de ser relevado, pasamos la noche en vela pues la guardia se suspendería recién a las primeras luces del nuevo día.
Para darle mayor realismo ideamos una lanza con un palo largo y un puñal atado en la punta.
Así nos encontraron los últimos minutos del 16 de junio y los primeros del 17, día que marca el paso a la inmortalidad del Héroe Gaucho.
La noche está oscura, callada y el frío quema.
Solamente un cielo limpio y estrellado contempla con grandes ojos la Guardia.
Mirando ese cielo de pronto se nos ocurre una idea
¡ Hemos encontrado un nombre para nuestro acto! :
“Guardia Bajo las Estrellas”, si, eso le queda bien, Guardia Bajo Las Estrellas sobre la propia tierra que vió consumirse la vida del Héroe.
En la profundidad del silencio imaginamos el galope de las caballerías, los gritos de guerra, las estridentes clarinadas que hacen hervir la sangre en la pelea.
Las primeras luces del día 17 de junio llegaron lentamente poniendo fin a la Guardia.
Nadie durmió.
Ahora es necesario terminar el acto.
Como no habíamos llevado flores para la ofrenda, nos dispersamos por el monte y recogimos especies silvestres que se han conservado al abrigo del frío debajo de los espesos pajonales.
La ofrenda se cumplió sin pompas, con la mayor sencillez. Ramón Cortez y Rubén Fortuny depositaron en el suelo al pie del monolito, un humilde ramillete de flores, rojas, azules, y amarillas.
Luego entonamos las estrofas del Himno Nacional Argentino.
Miguel Salom se refirió a los hechos heroicos del prócer y terminó con un pensamiento: “Aquí, bajo el mismo cielo, cerca de estos árboles, en una mañana de angustia y desazón, murió el jefe gaucho, sus hombres, los hacedores de nuestra gesta, con el corazón anegado de amargura, presenciaron lo irremediable.
Seguro estoy que todos nosotros estamos embargados, en este amanecer, de una conmovida vivencia.
Hemos cumplido con una misión irrenunciable”.
Así nació “La Guardia Bajo Las Estrellas”, expresión del espíritu de un pueblo en admiración y gratitud a su héroe.
DOS AÑOS DESPUÉS en Mayo de 1958, el destino quiso que fuera Salom, director del Archivo Histórico de la Provincia, el autor del hallazgo que atestigua fehacientemente el lugar de la muerte del Gral. Martín Miguel de Güemes.
Buscando entre otros documentos en 1822, encontró uno que confirmaba definitivamente ser la Cañada de la Horqueta el lugar exacto donde murió el Gral. Güemes.
El documento dice textualmente:
“ Conste por esto ser verdad que Sebastián Silbera auxilió con una res gorda al señor Gral. D. Martín Güemes hallándose herido en el lugar de la Orqueta donde murió y para que el interesado pueda cobrar su importe, le doy el presente en Salta, mayo 20 de 1822.
Por el capitán Dn. Juan Hipólito Rivadeneira por no saber firmar, Juan Manuel Quirós.”Por fin quedaba aclarado el lugar exacto de la muerte de Güemes.
Ahora la historia ya podía aclarar la incertidumbre, un siglo y medio de dudas quedaba despejado.
La Comisión Permanente de Homenaje al Gral. Güemes -Guardia Bajo Las Estrellas- el Club Amigos de la Montaña mantienen esta ceremonia desde hace 47 años, con su simbólica guardia nocturna, el 16 de junio de cada año, en el propio lugar de la muerte del Héroe CAÑADA DE LA HORQUETA.
( Ceremonia que ya se popularizó en gran parte del país).
*El Prof. José Fadel es Académico Honorario en el Sitial Guardia Bajo Las Estrellas de La Senda gloriosa de la Patria.
En la actualidad también es Presidente de La Comisión Permanente de Homenaje al Gral. Martín Miguel de Güemes “Guardia Bajo Las Estrellas”.
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