domingo, 28 de agosto de 2011

JUAN CARLOS DAVALOS




Juan Carlos Dávalos nació en Salta, el 11 de enero de 1887.

A los dieciséis años, junto con David Michel Torino, fundó el periódico "Sancho Panza".

Más tarde, se desempeñó como profesor de Literatura y otras asignaturas en el Colegio Nacional de Salta, en el que llegó a ser Vice Rector.

Fue Director del Archivo General de la Provincia y Director de la Biblioteca Provincial "Dr. Victorino de la Plaza".

Falleció en Salta, el 6 de noviembre de 1959.




En el año de 1921, en el campo de la cultura, acaecieron sucesos que quedarían grabados en la memoria colectiva de los salteños, como la conferencia memorable que pronunciara el poeta Juan Carlos Dávalos en la sede del Jockey Club de Buenos Aires, estimulada entre otros por el propio Dr. Castellanos, poeta y escritor, quien a sus 60 años mantenía su siempre vivo interés por el mundo de las letras.



Desde su regreso a Salta, el primer mandatario y el joven Dávalos entablaron una cordial amistad e intercambio de ideas sobre temas que les eran comunes, y es así que en su carácter de gobernador de la provincia Castellanos le remitió al conferencista un efusivo telegrama de salutación en nombre del gobierno a su cargo; manifestándole el orgullo y complacencia de todos sus comprovincianos por su atrayente y amena disertación.



Pese a que Dávalos, ya era conocido por la difusión de varios de sus libros en Buenos Aires, al decir de sus biógrafos, con esta conferencia irrumpíó en el ámbito literatura a nivel nacional, tenía en aquella época 34 años de edad.





Fedrico Castellanos Uriburu, Dr. Joaquín Castellanos, Ricardo Güiraldes, Juan Carlos Dávalos y Alberto Mendioroz



La extensa producción de Juan Carlos Dávalos recorre la prosa, la poesía y el teatro.



Publicó los siguientes poemarios: De mi vida y de mi tierra (Salta, 1914), Cantos agrestes (Salta, 1917), Cantos de la montaña (Buenos Aires, 1921), Otoño (Buenos Aires, 1935), Salta, su alma y sus paisajes (Buenos Aires, 1947), Últimos versos (Salta, 1961).



Sus textos narrativos publicados son: Salta (Buenos Aires, 1918), El viento Blanco (Buenos Aires, 1922), Airampo (Buenos Aires-Córdoba, 1925), Los buscadores de oro (Buenos Aires, 1928), Los gauchos (Buenos Aires, 1928), Los casos del zorro (Buenos Aires- Córdoba, 1925), Relatos lugareños (Buenos Aires, 1930), Los valles de Cachi y Molinos (Buenos Aires, 1937), Estampas lugareñas (Tucumán, 1941), La Venus de los barriales (Tucumán, 1941), Cuentos y relatos del norte argentino (Buenos Aires, 1946), El sarcófago verde y otros cuentos (Salta, 1976).



También dio a conocer textos dramáticos, como Don Juan de Viniegra Herze (Salta, 1917), Águila renga, comedia política (Buenos Aires, 1928, escrita junto a Guillermo Bianchi), La tierra en armas (Buenos Aires, 1935, escrita junto a Ramón Serrano).



Su extensa édita ha sido descripta por Iris Rossi en un completo estudio bibliográfico publicado en 1966 por el Fondo Nacional de las Artes.





En el año 1997, el Senado de la Nación editó, en tres tomos, las Obras Completas de Juan Carlos Dávalos.



La tarea de promover una cultura propia de la región del noroeste emprendida por Juan Carlos Dávalos genera un campo literario que muestra ciertas constantes y que, en las primeras décadas del siglo XX, comienza a reconocerse bajo la designación de "regionalista".



La región que se dibuja en la prosa de Dávalos se circunscribe principalmente a los valles calchaquíes.



Los personajes de este ámbito, que se encarnan en hombres, animales y paisajes, vehiculizan la voluntad de rescate de un extenso material léxico y de las raíces precolombinas.



Dávalos también enfoca -sobre todo en Los Gauchos- la región selvática conocida como "La Frontera".



Así, en la producción davaliana se proyecta una imagen de contactos interegionales que se extiende hacia un espacio andino-chaqueño.





Sepelio de Dn. Juan Carlos Dávalos



Un caballero andante de las letras



Yace aquí el Hidalgo fuerte que a tanto extremo llegó de valiente, que se advierte que la muerte no triunfó que su vida con su muerte, tuvo a todo el mundo en poco; fue el espantajo y el coco del mundo, que tal coyuntura, que acreditó su ventura morir cuerdo y vivir loco".



Estos letras encontradas entre amarillentos papeles olvidados en un rincón de mis archivos reproducen una obra de varios siglos atrás, pareciera que su autor, en aquel tiempo, escribió para un grande a quien en esta edición recordamos.



Este "Hidalgo fuerte", fue tan fuerte que ni la muerte pudo matarlo aquel 6 de noviembre de 1959.



Esa misma muerte que aún llora por su fracaso porque él está aquí y vive entre nosotros.



Este personaje que pasó a ser el alma de Salta se llama Juan Carlos Dávalos, "Don Sanca".



Mucho se ha escrito sobre su labor literaria; de sus anédoctas y de sus expresiones líricas que dejó para la crítica en prestigiosos cenáculos del país como del extranjero.





Quien es quien



Nada mejor en esta recordación del maestro de generaciones de intelectuales que la trascripción de una carta que "Don Sanca" -como afectuosamente lo llamábamos- le enviara desde Cachi a Juan José de Soiza Reilly -cuyos antecedentes no encontré- la que fuera publicada en la desaparecida revista porteña "Caras y Caretas, en su edición Nº 1.826, del 30 de setiembre de 1933.



La epístola aparece fechada en Cachi, el 6 de setiembre de 1933.



Hurgado papeles en mis tareas de"buceador" de la historia o, como se dice, "rata de bibliotecas" me sorprende algunos datos que, por la sensatez del autor, llego a interpretar algunos deslices sobre los personajes de su memorias familiares.



Ruego mil dispensas a los lectores por haber invadido con las "notas" que plasmo al pie del presente artículo.



El escrito comienza diciendo:



"Mi querido amigo: creo necesario puntualizar algunos datos del reportaje.



En primer lugar, mi "charqui" genealógico: por línea materna vengo de patriotas y por la paterna de realistas.



He aquí como:



Don Gervasio de Isasmendi el último gobernador realista de Salta, casó con su sobrina doña Jacoba de Gorostiaga.



De este matrimonio nace doña Ascensión Isasmendi.



Esta se casó con el doctor José Benjamín Dávalos, graduado en Charcas y que murió en 1886, siendo gobernador de Salta. Hijo del doctor Benjamín Dávalos y de doña Ascensión Isasmendi, fue mi padre, quien falleció en 1900, cuando yo tenía 13 años.



Por línea materna desciendo de doña Francisca Güemes -hermana del General Martín Miguel de Güemes- esposa de don Fructuoso Figueroa.



De este matrimonio nació doña Luisa Figueroa.



Esta casó con Francisco Costa, y su hija Isabel Costa casó don Domingo Patrón.



Hija de ambos es mi madre, doña Isabel Patrón Costa de Dávalos.



Mi abuelo Dávalos fue hombre de carácter austero y de gran cultura.



Yo vi en la biblioteca de mi padre [Arturo León Dávalos] apuntes de puño y letra de mi abuelo.



Eran máximas selectas de diversos autores, aforismos, pensamientos, glosas de sus lecturas, en una caligrafía preciosa, casi atildada.



Esos manuscritos se perdieron.



Mi padre heredó la tenencia a la expresión escrita, y siendo muchacho escribió versos de los que renegó cuando -ya hombre- comprendió que la prosa era su veta.



Dejó un libro, "Noticias Históricas sobre el Tucumán".



Publicó folletos sobre temas educacionales, unas vistas fiscales, otro sobre la cuestión argentino-chilena, otro sobre la Puna de Atacama.



Su tendencia literaria respondía más a su cultura jurídica y a sus fines políticos, que era un verdadero temperamento artístico."



"Se graduó en Derecho en la Universidad de Buenos Aires.



Estudió en sus primeros años, en el Colegio de la Compañía, en Córdoba".



"Entre mis antepasados por la línea materna, recuerdo haber oído citar en casa como intelectuales -aunque no como escritores- a mis tíos abuelos, don Daniel y Robustiano Patrón, educacionista en Córdoba y en Salta, respectivamente, y hombres cultores del latín y del francés.



Mi abuelo, don Domingo Patrón, era estanciero, y en sociedad con don Roberto -padre del actual Robustiano [+24/9/65], presidente del Partido Demócrata Nacional-, crearon una fortuna muy grande para su época, estableciendo en Salta los primeros aserraderos mecánicos, con maquinarias traídas de Inglaterra, y la más próspera curtiduría del norte argentino".



"Otro tío abuelo mío por línea materna, don Luis Avelino Costas, fue en sus mocedades un buen poeta romántico, publicó versos en los diarios de Salta, pero no llegó a imprimir libros.



Todos estos datos se refieren a los años comprendidos entre 1845 y 1870".



Como artesano de las letras



Juan Carlos Dávalos en su carta a Soiza Reilly habla ya de sí, en estos términos:



"Mi vocación despertó a los 13 o 14 años.



El año que murió mi padre, pasé el verano con mi abuela Isasmendi, en su finca Colomé, en tierras calchaquíes, donde mi bisabuelo había tenido una enorme encomienda: la que hoy es todo el departamento de Molinos.



Las originales costumbres, los quehaceres domésticos, morales e industriosos de mi abuela, sus colerones, sus rezos, sus reniegos con la servidumbre, en fin, todos los aspectos de un carácter excepcionalmente apasionado y enérgico, los consigné en un cuaderno escolar, y en secreto.



Uno de mis tíos me sorprendió escribiendo, leyó los apuntes y se armó un alboroto. Sofocón de mi abuela, llanto, reprimenda de mis tíos, y por último secuestro y destrucción de las páginas indiscretas e irreverentes".



"A los 15 años publiqué versos, muy malos naturalmente, en los diarios de mi pueblo, y artículos periodísticos de diversa índole: crítica social, crítica literaria, actividades estudiantiles, etc.



A los 17 años, en compañía de David Michel Torino, actual director de El Intransigente, y de Julio J. Paz, el periódico estudiantil "Sancho Panza" que murió al 5º o 6º número, víctima de su propia insensatez".



Más adelante cuenta sobre sus estudios ya sea en el Nacional de Salta, en el San José de Buenos Aires y cuando su madre aspira tener un hijo abogado el poeta a quien estamos honrando en el nuevo aniversario de su muerte, acaecida el 6 de noviembre de 1959, confiesa: "… pero como yo disponía de harto dinero, en vez de estudiar, me dediqué a la vagancia y a la lectura.



Después de 3 años de "hacer de estudiante" me vine a Salta, donde compré un aserradero y serruché 80,000 pesos, arruinando, o poco menos, a mi familia que pagaron mis deudas y no me dejaron quebrar".



Al concluir su autobiografía -escrita en l933- rinde su homenaje a la esposa, "mi mujercita". "Se llama María Celesia Elena.



Yo la llamo "Doña Chela", cariñosamente, porque es la señora de mis pensamientos y la inspiradora de mis versos, y alentadora de mi incurable pereza para escribir…



Si fuera posible mentarla -cuenta más adelante- sólo como lo es: un alto y puro espíritu excepcionalmente noble, quedaríamos encantados.



Es mujer de su casa y no desea verse en evidencia".



Clara vivencia de un hijo privilegiado de Salta: hombre y poeta; arte y vida. Un bohemio con aire de caballero de España y de hidalguía de todos los bohemios.



Andrés Mendieta


sábado, 13 de agosto de 2011

CESAR FERMIN PERDIGUERO

Poeta y periodista, y como el decía "solo aficionado a la historia" era miembro del número del Instituto de Estudios Históricos San Felipe y Santiago.

Incursionó en la música, cantaba "cuando chango" con Eduardo Falú.

Ha realizado un copioso aporte a la cultura provincial y ha aportado a la canción de proyección folklórica los versos de interesantes obras como :"India Madre" con Falú, "Estoy de vuelta" con F. Portal.

Autor de Letra y Música de "Chaya de la Soledad", "Guitarreando" con Isella, "La Calixto Gauna" con J. J. Botelli. Fue uno de los organizadores "y alma mater" del Festival Latinoamericano de Folklore.

Se desempeñó como jefe de redacción del Diario El Tribuno,


En las intersecciones de las calles Joaquín Castellanos, Lavalle y Pje. Dr. Eduardo Wilde se erige el monumento que los salteños supimos levantar a la memoria de Don César Fermín Perdiguero, reconociendo de esta manera su fecunda labor a favor de la cultura en los ámbitos de la literatura, el periodismo radial y escrito.


En ese lugar, año tras año se reúnen amigos del poeta, intelectuales y un público que no olvida las sentidas páginas en diarios capitalinos y sobre todo aquella audición en donde Don César comenzaba diciendo:


- De noche, a veces… y finalizaba … Churo ¿no?.


Me veo junto a mi padre en actitud respetuosa y en total silencio.


Sus palabras aún resuenan en mis oídos, y toda la ciudadanía estuvo por mucho tiempo embelezada por la maravilla que fueron sus anécdotas e historias.



César Fermín Perdiguero con José Juan Jacobo Botelli


Voy a decir con un total convencimiento, que fueron todos los hogares que en aquel entonces encendían la radio cuando se emitía “Cochereando en el recuerdo”.


Igualmente con la sección “La Salta de antes”, en un diario local.


“Cultural de los domingos”, en donde se posaban nuestros ojos antes de abordar el mundo cruento de las noticias.



Falú - Perdiguero


Una indescriptible alegría nos acontecía al enterarnos de que en la ciudad existía un tranvía, el nombre antiguo de las modernas calles, y de los personajes de Salta antigua.


Emilio Zola, un grande de las letras, expresó que se combate también con la escritura.


Es cierto, después de leer “Calixto Gauna” de Perdiguero, siento una voz decidida en ese libro, que invita a cargar contra el enemigo de la patria.


Los que vendieron nuestros montes, que trafican con nuestros recursos genuinos, la pérdida del talento de miles de argentinos que deben emigrar del país por la falta de trabajo, o cientos de escritores que no pueden editar sus libros, o los miles de estudiantes que no pueden ingresar a las universidades.



El “Calixto Gauna” fue editado por una empresa que hizo mucho por la cultura: “El Estudiante” Juan Carlos Dávalos, Joaquín Castellanos, Néstor Saavedra, fueron lanceros feroces, hasta hoy escuchamos sus gritos estremecedores.


Un empleado de archivo, el señor Miguel Ángel Salóm, el mismo que rescatara valiosos documentos históricos y por el que hoy sabemos certeramente los lugares físicos donde nació y murió el General Güemes.


También fue un artífice como el más valiente de nuestros gauchos, colaborando en el libro sobre la historia de Calixto Gauna de Don César Fermín Perdiguero.


Calixto Gauna, a través del libro de Perdiguero, sigue cabalgando por una senda gloriosa como en aquellos ocho días decisivos en la historia de la patria.



Calixto Gauna se incorpora en la historia de los más grandes porque es el ejemplo de ciudadano que hizo lo que debía hacerse, en el momento preciso a riesgo de perder su propia vida, y el poeta Perdiguero, igualmente se convierte en un guerrero que nos enseña con su libro, que no debemos olvidar a quiénes pusieron su coraje, el corazón, ofrendando la vida por la patria.


En el libro “El Cerro San Bernardo”, César se personifica en un águila, los caballos se encabritan, bulle la sangre, el viento sopla fuerte porque es un poeta, Don César, que está gritando “¡Esta mi patria!”


Debemos leer en estas palabra, en sus libros, en las coplas una reflexión profunda, cuiden el pago, éste donde nuestros antepasados amaron y sufrieron.


El viene en un mateo, contempla absorto su cerro San Bernardo, y escribe un poema largo.


Escuchemos el casco de los caballos, el rechinar de sus aceros, el poeta va en busca de sus amigos.


Es carnaval.


El cerro es su norte, destino de un cantor, y también su cobijo, en esta manera nuestra de querer la tierra, y de nuestra alegría de vivir.


César Fermín Perdiguero ha marcado el tono y el acento del modo que tenemos de expresarnos.


Han quedado sus anécdotas, pequeñas grandes historias que se marcaron a fuego en nuestras almas.


Junto a él hemos reflexionado sobre la dimensión histórica de los comienzos de la patria.


Comprendimos que nuestro pasado fue inconmensurablemente rico, y lleno de heroísmo.


Nos pintó tal cual somos, lentos al hablar, contemplativos, y sobre todo, dotados de una inventiva formidable.


César Fermín Perdiguero ha vivido la bohemia, ha transcripto la historia.


Fue diligente al volcar en el papel, algo contado por una tía.


Más de una vez una señora de la periferia ciudadana, le contaría que el duende existe.


O un señor elegantemente vestido, le señaló una casa de adobe, señorial, manifestando “allí vivían mis abuelos”.


Estamos volviendo a las cosas lindas, a las acciones buenas, a las buenas historias, como esas que nos contaba Don César Fermín Perdiguero.


En un país difícil, en esta obra sentimos una necesidad vital de tomar la antorcha y gritar “¡Libertad!”


Recordemos el adagio japonés: “El homenaje a nuestros muertos no consiste en llevarles flores o inciensos, el homenaje a nuestros muertos consiste en proseguir sus obras”.


Héctor Anibal Aguirre


Click en el Enlace


El Duende - Relato


http://www.youtube.com/watch?v=IwlOOtYXst8


sábado, 6 de agosto de 2011

GUSTAVO LEGUIZAMON (EL CUCHI)


Nació a las once horas y cinco minutos de la mañana de un 29 de Septiembre de 1917 en la ciudad de Salta.


Hijo de José María Leguizamón Todd y María Virginia Outes Tamayo.


Descendiente de Dña. Martina Silva de Gurruchaga, criolla de hacha y tiza que peleó en la Batalla de Salta, considerada heroína de la Independencia.


Hijo de un contador fanático de la ópera y de una mujer que heredó la costumbre de silbarles a los pájaros para que la siguieran, Gustavo Leguizamón es un arquetipo al que reverenciaron los ricos y los pobres, la izquierda y la derecha, el apetito y las ganas de comer.


Pero, ¿cuál fue el secreto de esta magia?


La respuesta, acaso se pueda rastrear en su propia historia.


Tenía meses apenas y a su madre le preocupaba su delgadez.


Fue en esa época que a Doña María Virginia le ofrecieron unos chanchos para ver si podía comprarlos.


"¡Pero están flacos como este cuchi!", dijo mirando a su hijo.


En ese instante Leguizamón quedó rebautizado: desde entonces y para todos sería El Cuchi, vocablo que en quechua quiere decir precisamente chancho o cerdo, pero al que en Salta se le otorga un significado no peyorativo sino simpáticamente cómplice.



Pajita García Bes, José Fernandez Molina, Julio Espinoza y otros.


Como padecía de sarampión, a los dos años su padre le regaló una quena, con lo cual lo hizo musiquero antes casi de que aprendiera a hablar.


Su familia cuenta que pronto le arrancaba al instrumento EL BARBERO DE SEVILLA casi íntegro.


Después, siempre de oído, la emprendería con la guitarra y el bombo, hasta que acabó en el piano.


Cuando tenía veinte años y debía resolver su futuro, ya era músico.


Le comunicó a su padre que iba a estudiar Derecho, y el hombre se encrespó.


Su idea era que fuera a París para perfeccionarse.


El le giraría la mensualidad.


El Cuchi, que se deleitaba con tener una historia al revés de los convencionalismos, no hizo caso y marchó a La Plata, donde en 1945 obtuvo el título de abogado.


No olvidaría jamás aquella estudiantina que lo llevaba a Buenos Aires a recalar en El Olimpo, un tugurio del Bajo donde se jugaba ajedrez.


Allí conoció a Witold Gombrowicz, al que descubrió con unos botines rotosos pero inmensos.


"El único que puede tener patas de ese tamaño -maquinó- es Ariel Ramírez". Y acertó, porque Ramírez le había regalado los zapatos al polaco.


Cantó con el coro universitario, jugó rugby y después fue profesor de historia y filosofía, Diputado Provincial y ejerció durante treinta años la abogacía, hasta que decidió dejarla, porque "Estoy harto de vivir en la discordia humana.


Me produce una gran satisfacción ver una vieja en el mercado tarareando una música mía.


Una vez venía bastante enojado con todos estos inconvenientes que tiene la vida, y un changuito pasó en bicicleta, silbando la Zamba del pañuelo.


Entonces lo paro y le pregunto qué es lo que silba: -No sé; me gusta y por eso lo silbo-, me contestó.


Ya ves, ésa es la función social de la música".


En los cuarenta, cuanto tenía algo más de 25 años, trenzó una amistad entrañable con el poeta Manuel J. Castilla, el hijo del jefe de la estación de Cerrillos, a quien en una de sus obras mayores le diría:


"Padre, ya no hay nadie en la boletería".


Al Cuchi, muchas veces con letra de Castilla, le debe la música argentina y universal, zambas, chacareras, carnavalitos, vidalas inolvidables en las que habitan el amor, la tragedia, la miseria, el sarcasmo, la ternura.


Era un enamorado de la baguala ("Toda gran zamba encierra una baguala dormida: la baguala es un centro musical geopolítico de mi obra") pero también de Bach, Mahler, Ravel, Stravinsky, Schönberg y sobre todo de Beethoven, al que definió con sabiduría como "definitivo".


Pero no se quedó ahí, también admiró a otro genio argentino, Enrique Villegas, y a Chico Buarque, Milton Nascimento, Vinicius ("Las corrientes de música popular americana más importantes están en Brasil") y Ellington.


Capaz de organizar en Salta primero y en Tucumán más tarde conciertos de campanarios (literalmente, pues el sonido lo proveían los bronces de las iglesias), es cierto que Leguizamón saltó sobre el pentagrama y pulsó cuerdas, digitó teclados, sopló en maderas, cobres y cuernos, como se escribió alguna vez, a pura oreja.


La prueba es que intentó también un concierto de locomotoras, fascinado por "ese instrumento musical maravilloso que tiene fácilmente dieciocho escapes de gas que son sonidos y un pito con el cual se pueden hacer maravillas, por no contar su misma marcha".


Al principio -hasta hizo fundir una quena para agregarla a la máquina-, los ferroviarios lo miraban como a un bicho raro.


Después se entusiasmaron.


Los maquinistas lo saludaban con el saludo sonoro de la locomotora, que además le enseñaron a plasmar.



Era un enamorado de la baguala ("Toda gran zamba encierra una baguala dormida: la baguala es un centro musical geopolítico de mi obra") pero también de Bach, Mahler, Ravel, Stravinsky, Schönberg y sobre todo de Beethoven, al que definió con sabiduría como "definitivo".


Pero no se quedó ahí, también admiró a otro genio argentino, Enrique Villegas, y a Chico Buarque, Milton Nascimento, Vinicius ("Las corrientes de música popular americana más importantes están en Brasil") y Ellington.


Capaz de organizar en Salta primero y en Tucumán más tarde conciertos de campanarios (literalmente, pues el sonido lo proveían los bronces de las iglesias), es cierto que Leguizamón saltó sobre el pentagrama y pulsó cuerdas, digitó teclados, sopló en maderas, cobres y cuernos, como se escribió alguna vez, a pura oreja.


La prueba es que intentó también un concierto de locomotoras, fascinado por "ese instrumento musical maravilloso que tiene fácilmente dieciocho escapes de gas que son sonidos y un pito con el cual se pueden hacer maravillas, por no contar su misma marcha".


Al principio -hasta hizo fundir una quena para agregarla a la máquina-, los ferroviarios lo miraban como a un bicho raro.


Después se entusiasmaron. Los maquinistas lo saludaban con el saludo sonoro de la locomotora, que además le enseñaron a plasmar.


En tiempos de Arturo Illia, Gustavo Leguizamón fue diputado provincial extrapartidario y en tiempos del gobernador peronista de Salta Roberto Romero, asesor cultural de la provincia.


Fue entonces cuando embistió con mayor fiereza contra una burocracia sorda que impedía importar pianos y protagonizó en la Legislatura debates memorables para propender al descongelamiento cerebral.


Capaz de respetar a Churchill tanto cuanto despreciaba a Thatcher, Malvinas fue para él una herida abierta pero no ciega, porque supo adjudicar responsabilidades cuando se preguntó por qué fuimos y no peleamos.


Impensable en Buenos Aires, Leguizamón- que mascaba hojas de coca, y defendía la costumbre- fue parte del paisaje de Salta, a la que amó profundamente, desde los olores de sus yuyos secos hasta el aire que viene de la quebrada escondida por la cual Belgrano sorprendió a los españoles.


Se casó con Ema Palermo, teniendo cuatro hijos de ella: Juan Martín(1961), José María(1963) Delfín Galo(1965) y Luis Gonzalo(1967).


Es autor de las zambas más famosas y que representan a la cultura musical de Salta., la música popular ; además de haber compuesto obras populares es un compositor que ha contribuido con su talento y su expresión al acervo cultural salteño.


Sus obras son características por su armonía y ritmo por su riqueza melódica, su temática musical. Escribió entre otras : Zamba del Pañuelo, del Mar, La Panza Verde con Jaime Dávalos, Chacarera del Expediente, Carnavalito del Duende, , Zamba del Argamonte (Castilla), Bajo el azote del sol (Nella Castro).


Su musicalidad y asonancia fue única y componía algunas de sus obras a la medida de la interpretación del Dúo Salteño con quien mejor acuñó las disonancias que emergían como duendes traviesos de las melodías.


Su simpatía y espontaneidad (ocurrencias) brotaban a borbotones en la cotidianeidad Salteña.


Ganó numerosos premios por su labor artística : Premio SADAIC, Premio Fondo Nacional de la Artes.


Compuso una obra que Virtu Maragno la estrenara con la Orq. Sinfónica de Santa Fe, es su Preludio y Jadeo, compuso la música para la película La Redada.



Una de sus últimas fotos


Pero Leguizamón poco a poco se fue apagando, perdiendo primero la memoria- olvidó hasta cómo tocar el piano- luego la razón y finalmente la vida.


Murió en Salta, la ciudad que le había visto nacer y pasar en ella toda su existencia, a las cuatro y media de la tarde de un 27 de Septiembre del 2000, dos días antes de que pudiera cumplir los 83 años de edad.


lunes, 1 de agosto de 2011

JAIME DAVALOS

Jaime Dávalos (1921 – 1981)

Jaime Dávalos es la más formidable catapulta de la mejor poesía y música del Noroeste a partir de la segunda mitad de los años cuarenta.

Nació en San Lorenzo, Provincia de Salta, el 20 de enero de 1921, y desde la cuna tenía el destino marcado:

Su padre era Juan Carlos Dávalos, nada menos.

Cursó estudios en su ciudad natal.

Recorrió íntegramente su suelo patrio, de uno a otro confín, en contacto íntimo con la tierra y sus hombres.

Treinta y nueve años pasaron hasta que este salteño empezó a salir del velo del anonimato, aunque había empezado a publicar a los veintiseis.

Y a partir de 1960 libros, y poesías, y cancioneros se sucedieron, y también los premios y los reconocimientos.

Formó una dupla inigualable con otro salteño, Eduardo Falú.

Todos saben lo que salió de esa mezcla: la mejor letra con la mejor música.

Y ganas de renovar el folklore, que por esos años ya sufría lo que sigue sufriendo hoy.

Mal de muchos, consuelo de tontos. Junto con Manuel Castilla y Cuchi Leguizamón, los de estos dos salteños quedan grabados en el folklore serio de la época.

Cuentan que tocaba de oído la guitarra y el charango.

Que, como buen poeta, nunca pudo estar mucho tiempo quieto y salió a buscar al país como dibujante, alfarero y titiritero.

En cuál de esas tardes habrán nacido las obras maestras como Río de tigres, Zamba de la Candelaria o Las Golondrinas.

Jaime Dávalos tuvo siete hijos: de su primer matrmonio con Rosa, tuvo a Julia Elena (conocida cantante), Luz María, Jaime Arturo y Constanza.

De su segundo matrimonio (con María Rosa Poggi) tuvo a Marcelo, Valeria y Florencia.

Todos de alguna manera se mantuvieron ligados a la música y al arte, continuando la tradición de una familia de artistas.

Le debe haber quedado poco por vivir.

Fallece en Buenos Aires el 3 de diciembre de 1981.

Ha reunido en varios libros su producción de escritor, entre los que citamos:

· 1947: Rastro seco (poemas, Salta)
· 1957: El nombrador (poemas y canciones, Buenos Aires, dos ediciones)
· 1959: Toro viene el río (relatos, Buenos Aires)
· 1959: Coplas y canciones o Poemas y canciones (Buenos Aires)
· 1960: Solalto
· 1962: Canciones de Jaime Dávalos
· 1967: La estrella
· 1974: Cantos rodados
· 1980: Cancionero
· 1987: Coplas al vino

· Dávalos por Dávalos, donde su hija Julia Elena Dávalos rescata parte del cancionero de su padre.

Con respecto a las coplas, que escribió y recopiló con ávido afán, dice Dávalos:

«Desde México a nuestra Argentina, la copla bajó por sobre el geológico espinazo cordillerano del continente atando lenguas y corazones, fijando un alma y un idioma comunes, poniéndole palabras a nuestros desmesurados silencios planetarios, donde el hombre americano, síntesis de todas las razas, convive con su madre tierra, ama y trabaja atado a un solo destino: la unión definitiva de América».

Muchas de sus composiciones fueron recopiladas en 1962 en Canciones de Jaime Dávalos. Entre ellas se pueden citar:

· Canción del jangadero
· Hacia la ausencia
· La angaquera
· La golondrina
· La nochera
· La verderrama (cueca)
· Pato sirirí
· Tiempo dorado
· Trago de sombra
· Vamos a la zafra
· Vidala del nombrador
· Zamba de la Candelaria
· Zamba de los mineros
· Zamba de San Juan
· Zamba de un triste
· Zamba enamorada.

Temor del sábado

El patrón tiene miedo que se machencon vino los mineros.

El sabe que les entra como un chorrode gritos en el cuerpo.

Que enroscado en las cuevas de la sangreles hallará el silencio,el oscuro silencio de la piedraque come sombra socavón adentro.

Que volverá, morado, con bagualas del fondo de los huesos su voz, golpeando dura como un puño en el tambor del pecho.

Con pupilas abiertas como tajos le pedirán aumento, mientras quiebren, girando entre las manos, el ala del sombrero, y los ojos, de polvo y pena tristes, les caigan como manchas sobre el suelo.

Hay que esconder el vino entre cerrojos, el vino pendenciero.

Hay que esconder el vino como un crimen, el vino pedigüeño.

Que ni una gota más caiga en la boca desierta del minero, donde el grito se tapa con la coca, y con alcohol la sed de amor y besos.

Hay que esconder la primavera en sangre del vino que descubre los secretos.

El patrón ha mandado que lo guarden y se ha vuelto vinagre en el encierro, de noche tiene vómitos y duendes de luna que se bañan en su cuerpo.

Los ojos del patrón lo custodiaban por arriba del sueño, los ojos del patrón tienen dos ángeles desvelados de miedo.

Jaime Dávalos